Cicatrices Invisibles

Capítulo 7 - El Beso Del Atardecer

Bajo el manto plateado de la luna, las calles desiertas se extendían ante Alejandro, quien luchaba contra el frío con cada paso que daba. Sus manos, enterradas en los bolsillos, apenas encontraban alivio, y su aliento formaba nubes de vapor en el aire gélido. Los altos edificios lo rodeaban, pero ninguno ofrecía refugio contra la inclemencia de la noche. El viento cortante atravesaba sus ropas, como mil agujas heladas que perforaban su piel.

Desesperado por encontrar abrigo, buscó algún rincón para resguardarse, pero la ciudad se mostraba implacable y hostil. Se aferró a su suéter con firmeza, aunque la tela apenas conseguía mitigar el rigor del clima. El paso del tiempo se volvía una tortura, con cada minuto sintiéndose eterno en su lucha por mantenerse caliente y seguro. El suelo duro y helado no le permitía descansar, y las luces parpadeantes de la urbe solo exacerbaban su incomodidad.

A su alrededor, algunos transeúntes pasaban ajenos a su sufrimiento, inmersos en sus propias preocupaciones. Se sentía como un náufrago en un mar de asfalto y luces, abandonado a su suerte en un entorno indiferente. La ciudad, que alguna vez le brindó seguridad, ahora se erigía como un laberinto sin salida, un laberinto en el que se sentía completamente perdido.

Finalmente, llegó a un parque, un remanso de tranquilidad en medio del ruido urbano. Los árboles se mecían suavemente con la brisa nocturna, y el murmullo de las fuentes parecía invitar al descanso. Se desplomó en una de las bancas, su último refugio. Sacó su teléfono, su única conexión con el mundo exterior, aunque con poca batería y una señal débil. Pero en ese momento, era todo lo que le quedaba.

Con las manos entumecidas por el frío, se aferró a su teléfono, sintiendo que era su único vínculo con el mundo. Cada pulsación en la pantalla era un latido de su propio corazón, resonando en el silencio de la noche. Con cada palabra escrita, derramaba un poco de su alma en el teclado, dejando al descubierto los fragmentos rotos de su espíritu herido.

—Mis padres me han dejado fuera de casa —escribió con un nudo en la garganta y las lágrimas empañando sus ojos—. No les importó el frío ni la desolación en la que me dejaron. Me dijeron que era una carga, que ya no me querían ver más. No entiendo qué hice para merecer este desprecio. Siempre he sido obediente, siempre he intentado complacerlos. No quiero seguir viviendo así.

Con el corazón en un puño, envió su mensaje al vacío virtual, esperando encontrar consuelo en la empatía de extraños. A medida que los comentarios de apoyo comenzaron a aparecer, una chispa de esperanza se encendió en su pecho. Palabras de aliento y solidaridad llegaron de personas desconocidas, recordándole que no estaba solo en su sufrimiento.

—¡No te rindas! Hay gente que se preocupa por ti, incluso si no te conocen personalmente.

—Busca ayuda, hay refugios y organizaciones que pueden asistirte.

—Tu vida vale mucho más de lo que tus padres te han hecho creer.

Cada mensaje era un pequeño rayo de luz en la oscuridad. Tal vez no estaba solo en este abismo de desesperación, tal vez había manos amigas dispuestas a ayudarlo a salir a flote.

Mientras leía los mensajes de solidaridad, una notificación especial captó su atención, un mensaje de Sofía. Su corazón dio un vuelco de emoción, ansioso por leer las palabras ella le había enviado. Sin embargo, antes de que pudiera siquiera abrirlo, el teléfono se apagó, y la pantalla se oscureció, reflejando su propio desamparo.

Alejandro se quedó mirando el teléfono inerte, sintiéndose atrapado en una espiral de impotencia. La desesperación lo envolvía como un manto pesado, y se sintió como un náufrago en medio de un mar de incertidumbre, a merced de las implacables corrientes de la vida. Cerró los ojos, tratando de encontrar refugio en el mundo de sus pensamientos, anhelando un resquicio de paz en medio del caos.

En su mente, empezó a tejer sueños de una realidad alternativa, una vida donde el amor y la aceptación fueran la norma y no una rareza inalcanzable. Visualizó un hogar acogedor, donde sería recibido con los brazos abiertos, donde la felicidad no fuera un lujo, sino un derecho inalienable. Y en el centro de ese universo perfecto, estaba Sofía, con su sonrisa radiante y su corazón compasivo.

Sofía se convirtió en el faro de esperanza en su imaginación, una presencia cálida que disipaba las sombras de su desesperación. En sus sueños, Alejandro se permitió creer en un futuro mejor, uno en el que la bondad y el cariño que había encontrado en Sofía se extendieran más allá de los confines de la fantasía y se convirtieran en su realidad.

Con esa esperanza latente, Alejandro se acurrucó en la banca, intentando conservar el calor de esos pensamientos reconfortantes. A pesar de la frialdad de la noche y la soledad que lo rodeaba, el recuerdo de Sofía y su amable sonrisa le brindaban un consuelo inesperado, una chispa de luz en la oscuridad que lo mantenía firme, esperando el amanecer de un día nuevo y lleno de posibilidades.

A medida que el sol se elevaba en el horizonte, sus rayos dorados intentaban disipar las sombras de la noche, pero Alejandro no reflejaba la misma vitalidad. Había pasado una noche en vela, luchando contra el frío y la soledad, y su cuerpo sentía cada segundo de vigilia. Cada músculo se quejaba por el cansancio acumulado, y el frío de la noche había calado hasta los huesos, dejando una sensación de dolor persistente en su cuerpo entumecido.

Sentado en el banco del parque, Alejandro se sumergió en sus pensamientos, tratando de encontrar un atisbo de fuerza para enfrentar el día que se avecinaba. Observaba el trajín de la vida cotidiana a su alrededor, pero se sentía como un espectador distante, ajeno a la realidad que lo rodeaba. Los transeúntes iban y venían, inmersos en sus rutinas, mientras él se sentía atrapado en una burbuja de desesperación.

Necesitaba un respiro, un momento de calma para recoger los pedazos de su alma que habían quedado dispersos en la oscuridad de la noche. Cerró los ojos y respiró hondo, intentando encontrar algo de paz en medio de su tormenta interna. Recordó a Sofía, su sonrisa cálida y su voz llena de cariño, y eso le dio una pequeña esperanza. Tal vez, pensó, el nuevo día le traería una oportunidad para cambiar su destino.




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