Cicatrices Invisibles

Capítulo 8

 

La luz del sol se filtraba con timidez por las cortinas de la habitación de Alejandro, que dormía plácidamente. De repente, sintió un golpe en la cara que lo hizo caer al suelo desde la cama. El impacto le nubló la vista y le dejó un moretón en la mejilla. Alejandro se quedó tirado en el piso, atónito por lo que acababa de ocurrir. Su padre lo había atacado sin razón alguna. El odio en los ojos de su padre le indicaba que no tenía salida. El silencio que dominaba la habitación solo se rompía por la respiración agitada de Alejandro.

 

—¿Qué te crees que haces durmiendo, inútil? —rugió su padre—. ¡Eres un estorbo para esta familia!

 

Alejandro se levantó con esfuerzo, notando el ardor del puñetazo. El hematoma que le oscurecía el rostro era una evidencia de la brutalidad de su padre, que no sentía ni piedad ni respeto por su hijo. El grito de su progenitor aún resonaba en sus oídos, atormentándolo de miedo y angustia.

 

—Tu madre no está así que prepárame de desayunar y luego lárgate de mí vista.

 

Alejandro sabía que no tenía cabida en esa casa, que su padre lo odiaba y lo golpeaba sin razón. Su único anhelo era escapar de ese horror, buscar una vida mejor lejos de la violencia y el maltrato.

 

—¿Qué esperas, inútil? ¿No me has oído? ¡Muévete! —le ordenó su padre con voz ronca.

 

Alejandro se apresuró hacia la cocina, sin mirar a su padre, consciente de que cualquier gesto podría provocar más agresión. Mientras cocinaba, las lágrimas le caían por las mejillas, mezclándose con el sudor y pequeñas gotas de sangre.

 

Alejandro puso el último toque al almuerzo que había preparado para su padre, que lo esperaba en el sofá con la mirada fija en la pantalla de la televisión. Su padre no le prestó ninguna atención, solo tomó el plato que le ofrecía Alejandro y se lo llevó a la boca con ansia, sin pronunciar una sola palabra de agradecimiento o de cortesía. Alejandro aprovechó la distracción de su padre para escapar de la casa, agarró su mochila con sus libros y sus escasas cosas.

 

Se encaminó a la escuela, aunque era consciente de que llegaba tarde y ya no podría asistir a la primera clase. No le importaba, lo único que deseaba era ir a la biblioteca, el lugar donde se sentía cómodo.

 

La biblioteca era su oasis en medio del desierto, su refugio en medio de la tormenta.

 

Sofía observó desde una de las ventanas del colegio cómo Alejandro se acercaba con paso lento y pesado. Se sobresaltó al ver su rostro, con un moretón que le cubría parte de la cara y una mirada de tristeza. Sin dudarlo, le pidió permiso al profesor para salir al baño, pero en realidad, lo que quería era ir tras Alejandro y averiguar qué le había ocurrido.

 

Salió del salón y se deslizó por los pasillos con discreción, tratando de no llamar la atención. Le dolía ver a Alejandro así. Lo siguió hasta la biblioteca y mantuvo una distancia prudente. Al estar más cerca, pudo apreciar mejor la marca en su cara y sintió un nudo en la garganta.

 

Alejandro caminó hacia su lugar preferido de la biblioteca, donde encontraba un poco de tranquilidad cuando se sentía agobiado. Tomó un libro cualquiera y se acomodó en una silla, tratando de sumergirse en la lectura. Pero por más que lo intentaba, no lograba enfocarse en las palabras. Su mente estaba atormentada por recuerdos amargos.

 

¿Por qué sus padres lo odiaban tanto? ¿Por qué no podía ser feliz? Estas preguntas lo asaltaban sin cesar, impidiéndole disfrutar del libro. Cerró los ojos y suspiró, deseando que todo fuera diferente.

 

Sofía recorrió la biblioteca con la mirada, buscando el rastro de Alejandro entre los libros. Lo halló en una mesa apartada, con un libro entre las manos y la vista fija en el vacío. Lo contempló con ternura y con amor, pero sintiendo una punzada en el corazón al ver el dolor de Alejandro.

 

En el silencioso santuario de la biblioteca, donde los libros eran testigos mudos de su unión de almas, Alejandro percibió la presencia de Sofía entre los estantes y tomó una decisión valerosa. Un impulso de valor lo embargó, llevándolo a enfrentar las emociones que lo habían atormentado durante tanto tiempo.

 

Sofía, que había estado observando a Alejandro con preocupación desde la distancia, se quedó sin aliento cuando él se acercó a ella con determinación en la mirada. Antes de que pudiera decir algo, sus labios se unieron con los de Sofía en un beso apasionado y valiente.

 

El silencio de la biblioteca se llenó de la dulce melodía de un momento mágico. Los libros, testigos silenciosos de su historia, parecían susurrar palabras de aliento y alegría. Alejandro había encontrado el valor para expresar sus sentimientos de una manera que superaba sus propios miedos.

 

Después del beso, Alejandro contempló a Sofía con una mirada de temor y deseo.

Sofía, que al comienzo se había quedado paralizada, pronto reaccionó al beso con la misma fuerza y cariño. Sus manos se unieron sellando su vínculo.

 

Con una delicadeza encantadora, inclinó su cabeza y volvió a besar a Sofía con ternura y pasión.

Sofía rodeó con sus brazos el cuello de Alejandro, profundizando el beso. Sus corazones latían al mismo ritmo, y el amor que se tenían el uno al otro se hacía más evidente con cada suave contacto y cada beso apasionado.

 

La biblioteca estaba totalmente desierta, guardando su silencio solo para ellos dos mientras seguían explorando sus sentimientos. El leve murmullo de sus besos llenaba el espacio tranquilo, creando una sinfonía de amor entre los estantes de libros.

 

Sumergidos en la magia de su unión, se entregaban al abrazo ardiente que compartían. Cada rincón de la biblioteca se convertía en un escenario íntimo para su historia de amor, donde las palabras no necesarias hallaban su expresión en gestos y caricias.




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