El aire frío de diciembre se colaba por las calles de la ciudad, y las luces de Navidad iluminaban los escaparates de las tiendas. Para algunos, la época era sinónimo de alegría y unión, pero para Ren, era solo otro recordatorio de lo vacío que se sentía. Entró al pequeño café Latte & Suspiros, un lugar que frecuentaba últimamente por su tranquilidad.
Se acomodó en la esquina más alejada, junto a una ventana empañada. Sus manos temblaban mientras removía distraídamente el café que tenía enfrente. Había llegado al punto donde todo parecía un ciclo interminable de decepciones: relaciones fallidas, promesas rotas, y una soledad tan densa que apenas le dejaba respirar. A sus 17 años, Ren sentía que ya había experimentado suficiente dolor para toda una vida.
—¿Cuánto más puedo soportar? murmuró para sí, dejando caer su cabeza entre sus manos.
La campanilla de la puerta del café sonó, anunciando la llegada de un nuevo cliente. Ren apenas levantó la vista, pero el chico que entró no pasó desapercibido para nadie más. Alto, de cabello desordenado y una chaqueta negra ajustada, irradiaba una energía peculiar, como si el mundo a su alrededor se ralentizara por su presencia.
El chico se dirigió al mostrador con un andar relajado pero seguro. Hizo su pedido y, mientras esperaba, echó un vistazo al lugar. Fue entonces cuando lo vio: Ren, encorvado y completamente desconectado de todo.
Había algo en él que llamó su atención. No era solo la tristeza evidente en su postura, sino esa sensación de que llevaba algo muy pesado encima. Sin pensarlo demasiado, el chico tomó su bebida y se dirigió hacia la mesa de Ren.
—¿Te importa si me siento aquí? preguntó con una sonrisa cálida, pero no invasiva.
Ren alzó la vista, sorprendido. Dudó un instante, pero asintió en silencio. No estaba acostumbrado a que alguien le hablara sin segundas intenciones.
—Soy Akihiro, por cierto, dijo mientras tomaba asiento.
—Ren, respondió, su voz apenas audible.
El silencio entre ellos no fue incómodo. Akihiro tomó un sorbo de su café, observando de reojo a Ren. Parecía frágil, como una porcelana a punto de romperse, y aunque apenas lo conocía, sintió una inexplicable necesidad de protegerlo.
—No pude evitar notarlo, dijo Akihiro después de unos minutos. Pareces… cansado.
Ren lo miró, sorprendido por su franqueza. Nadie había sido tan directo con él antes.
—Solo… días difíciles, murmuró, evitando profundizar.
—Bueno, todos los tenemos. Pero, ¿no crees que esos días se sienten un poco menos pesados si tienes a alguien con quien compartirlos?
Ren se quedó callado. Había escuchado cosas similares antes, pero de alguna manera, cuando Akihiro lo decía, sonaba genuino.
—¿Y por qué te interesa? preguntó Ren, mirándolo fijamente por primera vez.
Akihiro sonrió, apoyando la barbilla en una mano.
—No lo sé. Quizá porque he estado en tu lugar antes. O quizá porque creo que todos merecen un poco de luz, incluso en sus días más oscuros.
Ren sintió cómo algo dentro de él, algo que había estado bloqueado por tanto tiempo, se movía ligeramente.
—¿Puedo invitarte otro café? ofreció Akihiro, cambiando de tema con naturalidad.
Ren dudó, pero finalmente asintió. Por primera vez en mucho tiempo, se permitió un pequeño respiro.
Mientras Akihiro se levantaba para hacer el pedido, Ren lo observó. Había algo en él, en su manera de hablar, de moverse, que lo hacía sentir… menos solo.
En ese momento no lo sabía, pero ese encuentro marcaría el inicio de un cambio en su vida. Un cambio lleno de altibajos, risas, lágrimas, y una conexión que desafiaría todas sus expectativas.
(Continuará...)