El cielo de la tarde estaba teñido de tonos cálidos, con el sol descendiendo lentamente detrás de los árboles del parque. Ren y Akihiro caminaban por un sendero rodeado de césped bien cuidado, charlando de cosas triviales. Era un día tranquilo, y Ren comenzaba a darse cuenta de lo mucho que disfrutaba esos momentos simples con Akihiro.
Akihiro llevaba una pequeña bolsa de papel con semillas de girasol que había comprado para alimentar a las aves. Mientras hablaba, lanzaba pequeñas porciones a un grupo de gorriones que se acercaban sin miedo.
—Nunca pensé que las aves fueran tan confiadas, comentó Ren, observando cómo se acercaban a Akihiro con entusiasmo.
—Eso pasa cuando les das algo bueno, respondió Akihiro con una sonrisa. —Supongo que funciona igual con las personas. Cuando eres amable y auténtico, se sienten cómodas contigo.
Ren lo miró de reojo. Había algo en las palabras de Akihiro que resonaba profundamente en él. Tal vez era por cómo Akihiro siempre encontraba la manera de hacerlo sentir seguro y aceptado.
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Se detuvieron en un banco frente a un pequeño lago. El reflejo del sol en el agua creaba un efecto hipnotizante, y Ren se permitió relajarse, dejando que la calma del lugar lo envolviera.
—¿Sabes? Este es uno de mis lugares favoritos, dijo Akihiro, recostándose en el respaldo del banco. —Siempre vengo aquí cuando necesito despejar mi mente. Es como si todo se volviera más claro cuando estoy rodeado de naturaleza.
Ren asintió lentamente.
—Puedo entenderlo. Es… diferente estar aquí. Tranquilo. Como si el resto del mundo desapareciera por un momento.
Akihiro lo miró con atención, notando cómo los hombros de Ren se relajaban y su expresión, generalmente tensa, parecía más suave.
—Me alegra que lo sientas así. Tal vez deberíamos venir más seguido, sugirió Akihiro.
Ren se quedó en silencio por un momento, sus ojos fijos en el lago. Luego, sin pensarlo demasiado, levantó su mano y la colocó sobre la de Akihiro, que descansaba en el banco entre ellos. Fue un gesto pequeño, pero cargado de significado.
Akihiro lo miró sorprendido al principio, pero su expresión pronto se transformó en una sonrisa cálida. No dijo nada, simplemente giró su mano para entrelazar los dedos con los de Ren.
—Gracias, Akihiro, murmuró Ren, su voz apenas audible. —Por todo. Por estar aquí conmigo.
—Siempre, Ren, respondió Akihiro con suavidad. —Siempre que me necesites.
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Pasaron varios minutos así, disfrutando de la compañía del otro sin necesidad de palabras. Para Ren, ese simple contacto era un paso enorme, una prueba de que estaba empezando a confiar nuevamente, de que podía abrirse a algo más.
Cuando finalmente se levantaron para continuar su paseo, Akihiro no soltó la mano de Ren. Caminaron juntos por el parque, sus dedos entrelazados, mientras el sol se ocultaba en el horizonte, dejando un cielo lleno de colores vivos.
Para Ren, ese paseo fue más que un momento bonito. Fue una promesa silenciosa, una señal de que tal vez, solo tal vez, el amor y la felicidad podían ser reales para él otra vez.