Los días pasaron con una calma inesperada. Desde el incidente con el ex de Ren, Akihiro había estado más atento a cada detalle, asegurándose de que Ren estuviera seguro y, sobre todo, feliz.
Ren, por su parte, se sentía más ligero. No solo porque ahora usaba vestidos con naturalidad, sino porque su corazón ya no estaba encadenado al dolor del pasado. Estaba con Akihiro, y por primera vez en su vida, el amor no dolía.
—
Esa tarde, Akihiro lo llevó al parque donde Ren se había confesado.
El sol comenzaba a ocultarse, pintando el cielo con tonos anaranjados y violetas. La brisa era suave, y el ambiente tenía una paz que parecía hecha a medida para ese momento.
Ren miró a Akihiro con una sonrisa.
—¿Por qué querías venir aquí de nuevo?
Akihiro metió las manos en sus bolsillos, nervioso.
—Quería recordar algo importante.
Ren ladeó la cabeza, sin entender del todo.
Akihiro respiró hondo. Su corazón latía con fuerza, pero no había dudas en su interior.
—Ren…
Ren sintió su voz diferente.
Cuando Akihiro se arrodilló frente a él, su mente se quedó en blanco.
—Quiero pasar el resto de mi vida contigo.
Ren abrió los ojos de par en par, llevándose una mano al pecho.
—Akihiro…
Akihiro sacó una pequeña caja de su bolsillo y la abrió, revelando un anillo plateado con una piedra azul brillante.
—No sé si sea demasiado pronto… pero cada día a tu lado ha sido el mejor de mi vida. Quiero seguir compartiéndolos contigo. Quiero despertarme contigo, preparar tu desayuno, verte elegir qué vestido ponerte… quiero que vivamos juntos, sin miedos, sin sombras del pasado.
Ren cubrió su boca con ambas manos. Sentía sus ojos humedecerse.
Las palabras de Akihiro eran todo lo que siempre había querido escuchar. Un amor real. Uno donde no lo abandonaran, no lo traicionaran, no lo hicieran sentir menos.
Akihiro tomó su mano con suavidad.
—¿Te casarías conmigo?
El viento sopló, haciendo ondear el vestido de Ren. Sus lágrimas cayeron, pero no eran de tristeza.
—Sí… dijo en un susurro tembloroso.
Akihiro parpadeó, asimilando la respuesta.
Ren sonrió con los ojos llorosos y repitió con más fuerza:
—¡Sí, quiero casarme contigo, Akihiro!
Akihiro sintió una oleada de alivio y felicidad mientras deslizaba el anillo en el dedo de Ren.
Ren se lanzó a sus brazos y lo besó con fuerza, sin importarle nada más.
En ese parque donde se habían confesado, ahora habían sellado una promesa.
Una promesa de amor duradero.