El cielo era de un azul brillante, sin una sola nube que interrumpiera la calma. El aeropuerto estaba lleno de murmullos y despedidas, pero en medio del bullicio, Ren y Akihiro caminaban tomados de la mano, sonriendo como si fueran los únicos en el mundo.
—¿A dónde vamos? —preguntó Ren, intentando contener la emoción mientras arrastraba una maleta pequeña.
Akihiro solo sonrió misteriosamente.
—Es una sorpresa.
Ren frunció el ceño con ternura.
—Siempre me haces eso… Ya me estás malacostumbrando.
Akihiro se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
—Y quiero seguir haciéndolo por el resto de nuestras vidas.
—
Después de varias horas de vuelo y muchas caricias a escondidas en el asiento del avión, el piloto anunció la llegada: "Bienvenidos a Santorini, Grecia."
Ren abrió los ojos, maravillado.
—¿Grecia…? ¿En serio?
—Grecia —repitió Akihiro—. Una isla blanca junto al mar. Casas azules, cielos despejados… quería que nuestro primer viaje como esposos fuera mágico.
Ren se lanzó a sus brazos sin pensarlo dos veces, abrazándolo con fuerza.
—Es perfecto. Tú eres perfecto…
—
El hotel era una villa frente al mar, con una piscina infinita y una terraza privada con vista al atardecer. Esa misma tarde, Ren salió al balcón usando un vestido ligero, blanco con flores azules, que hacía juego con el entorno. Sus cabellos ondeaban con la brisa del mar.
Akihiro, ya sin camisa, lo esperaba con dos copas de vino en la mano y una sonrisa embobada.
—Podrías usar una bolsa de papel y seguirías viéndote hermoso.
Ren soltó una risa suave mientras se sentaba a su lado.
—Estás más romántico que nunca.
—Estoy casado contigo. ¿Cómo no voy a estarlo?
Se miraron en silencio, con el océano de fondo. El sol comenzaba a hundirse en el horizonte, tiñendo todo de dorado.
—Gracias por no rendirte conmigo —susurró Ren, apoyando su cabeza en su hombro.
—Gracias por dejarme amarte —respondió Akihiro, acariciando su mano—. Eres lo mejor que me ha pasado.
—
Esa noche cenaron en la playa, bajo las estrellas, rodeados de velas. Luego caminaron descalzos por la arena, tomados de la mano, besándose como adolescentes enamorados.
Y cuando volvieron a la habitación, con las cortinas abiertas y el cielo estrellado como testigo, hicieron el amor con calma, con pasión, con ternura, celebrando no solo el viaje, sino todo lo que habían superado para llegar hasta allí.
La luna brillaba sobre ellos, y entre susurros y caricias, Ren supo que ese era el lugar al que siempre había pertenecido: en los brazos de Akihiro.