El primer día de secundaria siempre es un momento que marca la vida de cualquier adolescente. Para Miranda, una chica de 15 años con el cabello castaño oscuro y ojos grandes que reflejaban una mezcla de curiosidad y timidez, este día no era la excepción. Caminaba por los pasillos de su nueva escuela, sosteniendo su mochila con fuerza, como si fuera un escudo que la protegiera del bullicio de los estudiantes mayores. El sonido de risas, gritos y conversaciones animadas la rodeaba, pero ella se sentía como un pez fuera del agua. Todo era nuevo: el edificio, los rostros, las expectativas. Y aunque su amiga Rebeca, con quien había compartido tantas aventuras en la primaria, estaba en la misma escuela, Miranda no podía evitar sentirse abrumada.
De repente, mientras intentaba encontrar su salón, chocó con alguien. El impacto fue lo suficientemente fuerte como para hacer que sus libros cayeran al suelo. Miranda se agachó rápidamente para recogerlos, murmurando una disculpa entre dientes.
—¡Ups! Perdón, no te vi —dijo una voz masculina, amable y tranquila.
Miranda levantó la vista y se encontró con un chico alto, de pelo oscuro y ojos verdes que brillaban con una sonrisa sincera. Él también se agachó para ayudarla a recoger sus cosas.
—No pasa nada —respondió Miranda, ruborizada, mientras intentaba evitar su mirada.—¿Primer año, verdad? —preguntó él, notando su uniforme impecable y la expresión de nerviosismo en su rostro.
—Sí… —respondió tímidamente, sintiendo que su corazón latía más rápido de lo normal.
—No te preocupes, yo te cuido. Soy Gael, de último año —dijo él, extendiendo la mano hacia ella.
—Miranda —dijo ella, tomando su mano con timidez.
—Bienvenida, Miranda. Si necesitas algo, aquí estoy —dijo él con una sonrisa cálida antes de despedirse.
Miranda se quedó mirándolo mientras se alejaba, sintiendo que algo en su corazón se agitaba. No podía explicarlo, pero había algo en Gael que la hacía sentir segura, como si el mundo fuera un poco menos intimidante cuando él estaba cerca. Respiró hondo y continuó su camino hacia el salón, pero no pudo evitar sonreír al recordar su encuentro.
Ese día, después de clases, Gael la esperó en la puerta del colegio.
—¿Necesitas que te acompañe a la parada del autobús? — preguntó con una sonrisa.
—No hace falta, pero gracias —respondió Miranda, sintiendo que su rostro se calentaba de nuevo.
—Bueno, entonces nos vemos mañana —dijo él, dándole un golpecito amistoso en el hombro antes de irse.
Miranda caminó hacia la parada del autobús con una sensación extraña en el pecho. No estaba segura de qué era, pero sabía que Gael había dejado una marca en su primer díade secundaria. Y aunque no podía predecir lo que el futuro le deparaba, algo le decía que ese chico de sonrisa cálida y ojos verdes claros sería importante en su vida.