Capítulo 6: El vacío
Había pasado una semana desde que Gael se fue, y Miranda no podía entender por qué no contestaba sus mensajes ni sus llamadas. Cada vez que intentaba comunicarse con él, solo recibía silencio. El vacío que sentía era insoportable, como si una parte de ella hubiera desaparecido junto con él. Esa tarde, después de clases, Miranda se encontró con Mateo en el patio del colegio. No pudo contener las lágrimas mientras le preguntaba.
—¿Por qué no me dijo nada, Mateo? —preguntó entre lágrimas, mirándolo con ojos suplicantes—. ¿Por qué se fue sin despedirse?
Mateo la miró con tristeza, sintiéndose culpable por saber la verdad. Gael lo había llamado dos días después de irse y le había contado todo: la enfermedad de su madre, la mudanza repentina, y la decisión de no despedirse de Miranda porque no quería que ella se quedara esperándolo. Gael le había explicado que Miranda estaba empezando la secundaria, que tenía toda una vida por delante y que conocería a mucha gente nueva. No quería atarla a una espera que podía ser eterna. Mateo quería contarle todo a Miranda, pero Gael le había hecho prometer que no le daría noticias de él.
—No lo sé, Miranda… —respondió Mateo, evitando su mirada—. Sé que esto es difícil para ti, pero Gael tenía sus razones.
—¿Cómo pudo hacerme esto? —dijo ella, sintiendo que su corazón se partía en mil pedazos—. ¿Cómo pudo irse sin decirme nada? ¿No le importé lo suficiente?
Mateo no supo qué decir. Quería consolarla, pero sabía que cualquier palabra que saliera de su boca solo empeoraría las cosas. En lugar de eso, se limitó a poner una mano en su hombro y decirle.
—No es que no le importaras, Miranda. Al contrario. Tal vez fue porque le importabas demasiado.
Los días pasaban, y la luz en Miranda se apagaba poco a poco. Parecía un zombie, caminando por la vida solo porque los demás lo hacían. Sus notas seguían bien, pero su estado de ánimo no. Ya habían pasado dos meses desde que Gael se fue, y Miranda seguía sin entender por qué él había desaparecido de su vida sin una explicación.
Una tarde, Rebeca se acercó a Miranda con una propuesta que parecía sacada de la nada.
—Oye, este fin de semana hay un toque en el centro. ¿Quieres acompañarme? —preguntó Beca, con una sonrisa que intentaba ser animada.
Miranda no quería ir. No tenía ganas de salir, de escuchar música, de hacer nada que no fuera quedarse en su habitación y pensar en Gael. Pero Beca tenía un poder de convencimiento muy fuerte, y después de insistirle varias veces, Miranda finalmente cedió.
—Está bien, iré —dijo Miranda, con un suspiro—. Pero solo porque si digo que no, no me dejarás en paz.
En ese momento, Mateo apareció y les preguntó qué planes tenían para ese fin de semana. Beca, quien no era muy fan de Mateo, respondió rápidamente.
—Nada importante —dijo, con un tono que dejaba claro que no quería que él se uniera.
Pero Miranda, quien sabía que Mateo también la estaba pasando mal por no tener a su amigo, decidió invitarlo al toque.
—Vamos, Mateo. Acompañanos al centro —dijo Miranda, tratando de sonar entusiasta.
Mateo, quien sabía que Beca no quería que fuera, se rió y dijo.
—No, gracias. No quiero interrumpir sus planes.
Beca, aprovechando la oportunidad, respondió.
—El que se lo pierde eres tú. No sabes lo que es buena música.
Y así comenzó una discusión entre Beca y Mateo. Miranda los observaba, sintiendo que, por primera vez en semanas, algo la hacía reír.
—¿Sabían que los que se pelean se aman? —dijo Miranda, con una sonrisa traviesa.
Beca y Mateo se quedaron mirándola con cara de repulsión.
—Estás loca —dijeron al unísono, lo que solo hizo que Miranda se riera más.
—Lo que ustedes digan —respondió Miranda, sintiendo que, por un momento, el peso en su corazón se aliviaba un poco.
Cada uno se fue a sus casas esa tarde, pero Miranda no pudo evitar pensar que, tal vez, salir con Beca y Mateo no sería tan malo después de todo. Tal vez, era el primer paso para volver a sentir algo que no fuera tristeza