Dos años después, Miranda seguía sin superar del todo a Gael, pero había comenzado a cicatrizar esas heridas. El tiempo, aunque no las curaba por completo, las había hecho menos dolorosas. Mateo siempre estuvo ahí para ella, convirtiéndose en su mejor amigo y su apoyo incondicional. Siempre que la universidad se lo permitía, pasaba tiempo de calidad con ella, aunque seguía sin gustarle su círculo de amistades. Sin embargo, no podía negar que le hacían bien. Incluso, aquel "amigo gay" de la banda, Walter, le estaba enseñando a tocar un instrumento. Miranda había encontrado en la música una forma de expresar lo que las palabras no podían.
Ese día, Miranda y Mateo habían quedado en ir por un café. Era uno de esos momentos que ambos disfrutaban, lejos del estrés de la universidad y de las responsabilidades del día a día. Mientras tomaban sus bebidas, Mateo, entre risas y pláticas, recordó un día en el que habían ido los tres a ese mismo lugar: él, Miranda y Gael.
—¿Te acuerdas aquella vez que vinimos aquí los tres? —dijo Mateo, sonriendo—. Gael tuvo ese accidente gracioso con su nariz y el helado. Nunca olvidaré la cara que puso.
Miranda rió al recordarlo, pero la mención de Gael hizo que Mateo se pusiera nervioso. Se disculpó rápidamente:
—Lo siento, Miranda. No quise mencionarlo.
Ella le restó importancia, sonriendo con dulzura:
—No te preocupes, Mateo. Fue un día divertido. Me reí mucho.
Ambos quedaron en silencio por un momento, mirando sus respectivas tazas de café. El ambiente se llenó de una calma, pero Miranda rompió el silencio con una pregunta que llevaba tiempo rondando en su mente:
—¿Crees que algún día lo olvidaré? —preguntó, mientras tomaba un sorbo de su café y revisaba su galería de fotos en el teléfono.
Mateo la miró, pensativo. Sabía que Gael seguía preguntando por ella, aunque nunca se atrevía a mencionarlo. Con cuidado, respondió:
—El tiempo lo cura todo, Miranda. O al menos, lo hace más llevadero.
Ella suspiró, dejando el teléfono sobre la mesa.
—A veces siento que nunca podré amar a alguien más —confesó, mirando su taza con tristeza—. Como si esa parte de mí se hubiera quedado con él.
Mateo la observó con atención, intentando encontrar las palabras adecuadas. Sabía que Miranda había estado cerrada a la idea de volver a enamorarse, pero también creía que merecía ser feliz.
—No te cierres, Miranda —dijo, con un tono suave pero firme—. El mundo está lleno de posibilidades. No sabes lo que el futuro te puede deparar.
Ella lo miró, con una mezcla de curiosidad y escepticismo.
—¿Y si el futuro solo me trae más decepciones? —preguntó, jugueteando con la cuchara de su café.
Mateo sonrió, intentando aligerar el ambiente:
—Entonces tendrás a tu mejor amigo aquí para ayudarte a superarlas. Pero no dejes que el miedo te impida vivir. Gael fue una parte importante de tu vida, pero no tiene por qué ser la única.
Miranda guardó silencio por un momento, reflexionando sobre sus palabras. Luego, con una sonrisa tímida, dijo:
—A veces pienso que eres demasiado sabio para tu edad, Mateo.
Él se rió, encogiéndose de hombros:
—Es lo que tiene estudiar periodismo. Aprendes a ver las cosas desde diferentes perspectivas.
Ella sonrió, agradecida por su amigo. Aunque el dolor de Gael seguía ahí, Mateo siempre lograba hacerla sentir un poco mejor. Cambiando de tema, Miranda preguntó:
—¿Y tú? ¿Cómo va todo con la universidad? ¿Sigues sobreviviendo a esas maratones de exámenes?
Mateo suspiró, exagerando su cansancio:
—A veces pienso que los profesores se ponen de acuerdo para hacernos sufrir. Pero bueno, supongo que es parte del proceso.
Miranda rió, recordando sus propias experiencias en la secundaria.
—Al menos tú ya estás en la universidad. Yo todavía tengo que lidiar con los profesores del liceo. Aunque, gracias a Walter, al menos tengo algo de distracción con la música.
Mateo levantó una ceja, intrigado:
—¿Cómo va eso? ¿Ya eres toda una rockstar?
Ella se rió, negando con la cabeza:
—Ni cerca. Walter dice que tengo potencial, pero creo que solo está siendo amable. Aunque, debo admitir que tocar la guitarra me ha ayudado a despejar la mente.
Mateo asintió, con una sonrisa de aprobación:
—Eso es bueno. Todos necesitamos algo que nos ayude a escapar de vez en cuando.
El silencio volvió a instalarse entre ellos, pero esta vez era cómodo. Miranda miró por la ventana del café, observando a la gente pasar. De repente, dijo:
—¿Sabes? A veces pienso en cómo habrían sido las cosas si Gael no se hubiera ido.
Mateo la miró, con una expresión seria.
—No puedes vivir en el "qué hubiera pasado", Miranda. Lo que importa es lo que haces con lo que tienes ahora.
Ella asintió, sabiendo que tenía razón. Con un suspiro, dijo:
—Tienes razón. Aunque a veces es difícil no pensar en eso.
Mateo extendió su mano y la tomó suavemente.
—Lo sé. Pero no estás sola, ¿recuerdas? Siempre estaré aquí para ti.
Miranda sonrió, sintiendo un cálido agradecimiento hacia su amigo.
—Gracias, Mateo. No sé qué haría sin ti.
Él sonrió, soltando su mano y tomando su café.
—Probablemente te aburrirías mucho —dijo, con una sonrisa traviesa.
Ella se rió, y por un momento, el peso en su corazón se sintió un poco más ligero. Aunque el pasado seguía ahí, Miranda comenzaba a entender que el futuro aún tenía mucho que ofrecerle. Y con amigos como Mateo a su lado, sabía que podría enfrentar lo que viniera.