Cicatrices Que Nos Unen

Capítulo 18: Confesiones y decisiones.

Tres meses habían pasado desde aquel reencuentro entre Gael y Miranda, tres meses desde la discusión entre Miranda y Mateo, y tres meses desde que Dereck descubrió sus nuevos sentimientos hacia Miranda. El tiempo había pasado, pero las emociones seguían siendo tan intensas como el primer día. Gael había intentado acercarse a Miranda en varias ocasiones, pero siempre se encontraba con un muro infranqueable: Miranda nunca estaba sola. Ya fuera en compañía de Beca, de Walter o de Dereck, Miranda parecía estar siempre rodeada de personas que la protegían. Y cuando se trataba de Dereck, Gael no podía evitar sentir un poco de enojo. Mateo le había asegurado una y otra vez que Miranda y Dereck solo eran amigos, pero había algo en la mirada de Dereck que le hacía dudar. Tal vez era porque él mismo veía a Miranda de esa manera, con una mezcla de admiración y cariño que iba más allá de la amistad.

Aquella tarde, después de la discusión entre Miranda y Mateo, este último llegó a su casa visiblemente molesto. Gael, que se estaba quedando en casa de Mateo por unos días, no pudo evitar notar el mal humor de su amigo. Se acercó a él con cautela, preguntándole qué le pasaba.

—¿Y todavía me preguntas por qué estoy molesto? —dijo Mateo, con un tono de indignación—. ¿En serio, Gael? ¿Cuéntame a qué regresaste? Han pasado casi tres años desde que te fuiste sin decirle nada a Miranda, y llegas justo cuando ella parecía superarte. Todos estos años, Miranda estuvo sumergida en una tristeza tras tu abandono, y cuando por fin la veía mejor, llegas tú y tiras todo el esfuerzo de todos sus amigos por la borda. Porque, si no lo sabías, no solo yo estuve con ella. También Beca, y aunque ni a ti ni a mí nos guste, Dereck y Walter también.

Gael escuchó las palabras de Mateo en silencio, sintiendo el peso de cada una de ellas. No sabía qué decir. Él también había pasado por momentos difíciles: la enfermedad de su madre, el cambio radical en su vida, dejar atrás a sus amigos y su ciudad, y tratar de seguir adelante con un corazón tan roto como el de Miranda. Porque, aunque no lo hubiera dicho en voz alta, Gael seguía enamorado de ella. Y le dolía saber que no podía hacer nada para mejorar su situación ni la de Miranda.

—Lo siento —dijo finalmente, con voz temblorosa—. No quise lastimarla. No quise lastimarte a ti tampoco. Solo... no supe cómo manejar la situación.

Mateo lo miró con una mezcla de frustración y tristeza. —No tienes que disculparte conmigo, Gael. Tienes que disculparte con ella. Pero no sé si estará dispuesta a escucharte.

Gael asintió, sintiendo que las palabras de Mateo lo golpeaban como un puñetazo. Sabía que tenía razón. Había lastimado a Miranda, y ahora tenía que encontrar una manera de arreglar las cosas. Pero no sabía por dónde empezar.

—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Mateo, después de un largo silencio.

Gael lo miró directamente a los ojos, con determinación. —Recuperarla —dijo, con firmeza—. No voy a rendirme. Miranda es importante para mí, y no voy a dejar que se vaya de mi vida otra vez.

Mateo suspiró, sabiendo que las cosas no serían fáciles. —Solo ten cuidado, Gael. Miranda no es la misma de antes. Ha crecido, ha cambiado. Y no está sola.

Gael asintió, sabiendo que Mateo tenía razón. Pero también sabía que no podía rendirse. No sin intentarlo.

Dereck se sentía ahogado por sus propios sentimientos. En una semana sería la graduación de Beca y Miranda, y él no podía evitar sentirse nervioso. Un día, después de una presentación en “El Cuervo”, Miranda le pidió que fuera su acompañante para la fiesta de graduación. Dereck no podía creerlo. Pensó que Miranda estaba bromeando, pero al ver la seriedad en su rostro, supo que hablaba en serio.

—¿Estás hablando en serio? —preguntó, todavía incrédulo.

Miranda levantó una ceja, como si la pregunta fuera ridícula. —Claro que estoy hablando en serio —dijo, con una sonrisa juguetona.

Dereck no sabía qué decir. Walter, que estaba sentado a su lado, decidió intervenir. —Dereck, no creo que Miranda esté jugando —dijo, con una sonrisa burlona—. Aunque, si quieres, puedo apostar a que no te verás bien con un traje.

Dereck no pudo evitar reírse. —Bueno, si es así, entonces acepto —dijo, finalmente.

Beca, que había estado observando la escena en silencio, decidió unirse a la conversación. —No te preocupes, Walter. No tendrás que pagarle a nadie, porque tú irás conmigo —dijo, con una sonrisa traviesa.

Walter casi se atraganta con su cerveza, y Dereck no pudo evitar reírse de nuevo. Esa noche, como era costumbre, Dereck se ofreció a llevar a Beca y Miranda a sus casas. Primero dejaron a Miranda, y al despedirse de ella, Beca notó algo diferente en la mirada de su amigo.

—¿Hay algo que quieras contarme? —preguntó Beca, mientras Dereck encendía el auto.

Dereck negó con la cabeza, pero Beca no estaba convencida. —De verdad, ¿no hay nada? —insistió.

Dereck se rió y negó de nuevo, pero Beca no se dejó engañar. —Recuerdo cuando te conocí —dijo, con un tono juguetón—. Me pareciste un niño penoso y reservado. Y mocoso, de 10 años.

Dereck no pudo evitar reírse. —Y tú una metiche de cinco años —respondió, con una sonrisa.

Beca se encogió de hombros. —Así me quieres —dijo, con una sonrisa.

Dereck asintió, pero Beca no había terminado. —Te conozco bien, Dereck. Sé por todo lo que has pasado. Sé que todos esos tatuajes y esa ropa oscura son solo un escudo para protegerte de los demás.

Dereck se quedó en silencio, pensando en las palabras de Beca. Ella lo sacó de sus pensamientos con una frase que lo dejó sin palabras. —Tú y Miranda merecen un poquito de felicidad.

Dereck intentó negarlo, pero Beca no se dejó engañar. —Si quieres engañarte a ti mismo, está bien. Pero a mí no me digas que no sabes de lo que estoy hablando.

Dereck estacionó frente a la casa de Beca y la llamó antes de que se fuera. —Entre Miranda y yo solo hay amistad —dijo, con firmeza—. No podemos tener nada más.




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