El día de la graduación había llegado, y Miranda lo había esperado desde su primer día de secundaria. Al recordar ese primer día, lo hizo con nostalgia y un poco de tristeza, porque fue justo ese día cuando conoció a Gael, tras aquel choque casual en los pasillos del colegio. Sacudió esos recuerdos de su mente y se concentró en el presente. Se miró en el espejo, admirando su hermoso vestido largo de satén color champán. El vestido tenía una abertura discreta al lado derecho que llegaba hasta casi su muslo, dándole un toque de elegancia y sofisticación. Estaba casi lista, solo le faltaban unos zarcillos para completar su look.
En ese momento, tocaron la puerta de su habitación. Eran sus padres.
—Pueden pasar —dijo Miranda, ajustándose el vestido.
Al entrar, su madre casi lloró de felicidad al ver a su hija tan hermosa. Su padre, por su parte, desbordaba alegría, aunque no podía evitar sentir un poco de preocupación.
—Estás preciosa, hija —dijo su madre, abrazándola con cariño.
—Gracias, mamá —respondió Miranda, sonriendo.
Su padre, sin embargo, no pudo evitar hacer una pregunta incómoda. —¿De verdad vas a ir con ese muchacho? —preguntó, refiriéndose a Dereck—. ¿Por qué no le pediste a Mateo que fuera tu acompañante? Él siempre ha sido un buen amigo.
Miranda suspiró, sabiendo que su padre no entendía la situación. —Mateo no podía —dijo simplemente, sin entrar en detalles sobre la discusión que había tenido con él meses atrás.
Su madre intervino, notando la tensión en la habitación. —Es raro que Mateo no haya venido a visitarnos en estos meses —comentó, con un tono de preocupación.
—Sí, es raro —dijo Miranda, evitando el tema.
Su padre no se dio por vencido. —¿Y por qué no le pediste a Gael? Supe que regresó. Recuerdo que ustedes eran muy unidos.
Miranda se entristeció al escuchar el nombre de Gael. Ese siempre había sido su anhelo, pero dados los hechos de su historia juntos, eso no podía ser. Nunca les había dicho a sus padres que habían sido novios, y siempre había sabido disimular su tristeza frente a ellos.
—Papá, por favor —dijo Miranda, tratando de mantener la calma—. Deja de tratar de elegir mis amistades. Dereck es mi amigo. En los últimos años, él siempre me ha apoyado. Gracias a él, pude pasar varias materias y encontré mi pasión por la música.
Su padre no se convenció. —Pero es mayor que tú. Es un universitario. Deberías buscar gente de tu misma edad.
Miranda se defendió, mirando a su madre. —Mamá, ¿cuántos años tienes?
—Cuarenta —respondió su madre, confundida.
Miranda luego miró a su padre. —¿Y tú, papá?
Su padre sabía por dónde iba. —Es distinto, Miranda. Eran otros tiempos.
—Los cinco años que tú le llevas a mamá son los mismos que Dereck me lleva a mí —dijo Miranda, con firmeza—. Lo único diferente es que yo no estoy saliendo con él. Él es un buen amigo que me hace sentir aceptada tal y como soy.
En ese momento, tocaron la puerta. Miranda bajó a abrir, y quedó sorprendida al ver a Dereck vestido con un traje negro impecable, una camisa negra y un pañuelo en el bolsillo del mismo color que su vestido. Ambos se quedaron mirándose de arriba abajo, sin palabras.
—¡Wow! —dijo Dereck, finalmente—. Estás... preciosa.
Miranda sonrió, sintiendo que sus mejillas se sonrojaban. —Gracias. Tú también te ves muy bien —dijo, tratando de sonar casual—. Creo que esta noche debo ser yo la que te cuide a ti. Conozco a más de una que va a querer llevarte.
Dereck sonrió, dejando ver sus hoyuelos, esos que a Miranda tanto le gustaban. —Espera un momento —pensó Miranda para sí misma—. ¿Desde cuándo me fijo en sus hoyuelos?
Dereck saludó a los padres de Miranda, quienes respondieron con educación, aunque no con mucho entusiasmo. Miranda notó que Dereck no llevaba su argolla, algo que siempre usaba.
—¿Por qué te quitaste el arete? —preguntó Miranda, con un tono de regaño.
—No combinaba con el traje —respondió Dereck, encogiéndose de hombros.
—Pero sabes lo importante que es para ti —dijo Miranda, recordando que una vez él le había contado que ese arete era lo único que su madre biológica le había dejado antes de abandonarlo en un hogar de acogida.
—Tranquila, Miranda —dijo Dereck, sonriendo—. Aunque no lo tengo puesto, siempre lo llevo conmigo —añadió, señalando su bolsillo.
—Póntelo —dijo Miranda, con voz mandona.
Dereck sonrió y obedeció, colocándose el arete. Luego extendió el brazo para que Miranda se enganchara. —Vamos, Walter y Beca ya están tocando la bocina.
Miranda se enganchó en su brazo y se despidió de sus padres con la mano. —¡Adiós! —gritó, mientras salían de la casa.
—Estás muy bonita —dijo Dereck, mientras caminaban hacia el auto.
—Y tú te ves muy elegante —respondió Miranda, sonriendo.
—Mira todo lo que hago por ti —dijo Dereck, en tono de broma—. Jamás se me había ocurrido usar un traje.
Miranda se rió, sintiendo que la tensión de la noche comenzaba a disiparse. Al llegar al auto, saludaron a Beca y Walter. Beca llevaba un vestido rojo que se ajustaba perfectamente a su figura, mientras que Walter, como siempre, se veía único con su traje rosa de rayas negras.
—¡Listos para la fiesta! —dijo Beca, sonriendo.
Los cuatro amigos se subieron al auto, con la música sonando en el reproductor. Mientras conducían hacia la fiesta, Miranda no podía evitar sentir que esta noche sería inolvidable. Aunque los fantasmas del pasado todavía rondaban en su mente, estaba decidida a disfrutar cada momento. Después de todo, era su noche, y merecía ser feliz.
Antes de la fiesta: Dereck estaba nervioso. No pudo disfrutar de su propia fiesta de graduación unos años atras porque esa noche tuvo que trabajar, pero los nervios no eran por la fiesta, sino por Miranda. Había tomado la decisión de contarle sobre sus sentimientos esa misma noche. No la iba a obligar a que los correspondiera; solo se conformaba con que ella los supiera. Había decidido esperar a que ella tomara la iniciativa si es que sentía lo mismo por él. Pero cada vez que recordaba a Miranda llorando por Gael, sentía un ardor en el pecho.