Dereck miró su teléfono y vio la fecha: 17 de octubre. Hoy era el cumpleaños de Miranda. Ya habían pasado varias semanas desde la fiesta de graduación y la pelea con Gael. Aunque le había dejado un sinfín de mensajes a Miranda, ella solo los veía sin responder. —Por lo menos no me ha bloqueado—, pensó Dereck en voz alta, tratando de encontrar algo positivo en la situación.
Se preguntó si debía ir a llevarle su regalo: aquella guitarra acústica de madera clara, la había estado guardando durante meses, esperando el momento perfecto para dársela. Sabía que le gustaría, y además, la necesitaba. Miranda siempre usaba la guitarra de Walter porque no tenía una propia. Intentó llamarla, pero no contestó. Decidió quedarse en casa; no tenía ensayos con la banda y el día estaba libre. Las clases en la universidad ya las había terminado hacía casi un mes. No había asistido a ningún acto de graduación, ya que solo podían ir familiares, y él no tenía... o al menos no sabía si tenía. Sus padres biológicos nunca estuvieron. Solo sabía que su madre lo había dejado en una casa hogar junto a un sobre con una nota que decía: "Te amo, mi pequeño príncipe, Dereck. Te dejo mi única posesión." Ese arete que llevaba siempre, el único vínculo que tenía con su pasado. Si, su madre lo había llamado "príncipe", nada más lejos de la realidad. Él no se sentía como tal y mucho menos lucia como uno.
Decidió echarse en el sofá a ver una película para distraerse, pero justo en ese momento, tocaron a la puerta.
Miranda había estado batallando consigo misma durante horas. ¿Era correcto ir a la casa de Dereck? Nunca había estado allí... ¿o sí? No estaba segura. Había pasado muchas veces por “El Cuervo”, y técnicamente, Dereck vivía en un apartamento estudio en la parte alta del local. Se echó a reír sola al pensar en tantas tonterías. Lo único que sabía era que necesitaban hablar en persona para poder superar lo que había pasado.
Cuando llegó a la casa de Dereck, él la recibió con una sonrisa tímida. No esperaba su visita, especialmente porque no le contestaba los mensajes ni las llamadas.
—Hola —dijo Miranda, con un tono más relajado—. Traje chocolates —levantó las manos para mostrarle las bolsas.
—Hola —respondió Dereck, todavía un poco sin reaccionar—. Pasa, por favor.
Miranda se sentó en el sofá y tomó un respiro profundo antes de hablar. —Dereck, quiero que sepas que te agradezco mucho por todo lo que has hecho por mí. Eres un gran amigo, y no quiero perder eso...—Miranda tomo un gran suspiro,como si se hubiera desecho de una gran carga— Bueno, ya lo dije. Pensé que sería más difícil —se rió, tratando de aliviar la tensión.
Dereck asintió, sintiendo que un peso enorme se levantaba de sus hombros. —Yo tampoco quiero perder nuestra amistad, Miranda. Eres muy importante para mí.
Miranda sonrió, sintiendo que las cosas comenzaban a volver a la normalidad. —Entonces, ¿podemos empezar de nuevo?
—Claro que sí —dijo Dereck, con una sonrisa genuina—. Con respecto a aquella noche, Miranda, te prometo que no voy a volver a actuar antes de pensar. Es que te vi indefensa, y no pude controlarme.
Miranda lo miró con seriedad. —No quiero hablar de esa noche. Hoy es mi cumpleaños, y no quiero cosas que me pongan triste ni de mal humor. Esa noche tuve un poco de las dos —dijo, con un tono firme pero cariñoso—. Pero debes cumplir con tu promesa.
Dereck asintió, sintiendo que sus palabras habían sido escuchadas. Miranda lo abrazó, sintiendo que, pase lo que pase, siempre podrían contar el uno con el otro. Y aunque el futuro era incierto, sabía que con Dereck a su lado, todo sería más fácil.
Dereck se levantó de repente y corrió a su cuarto. Regresó con un paquete envuelto en papel de regalo. —Lo envolví yo mismo —dijo, con orgullo.
Miranda se rió. —Sí, se nota —dijo, señalando los bordes un poco torcidos del papel.
Cuando abrió el regalo, se quedó sin palabras. Era la misma guitarra que había visto en el centro comercial, aquella que tanto le había gustado. —Dereck, esto es... increíble —dijo, con lágrimas en los ojos.
Lo abrazó con fuerza, y cuando se despegaron, se miraron fijamente sin decir nada. El ambiente se cargó de tensión, y ambos sintieron que algo estaba a punto de suceder. Se acercaron lentamente, pero justo en ese momento, tocaron el timbre de manera desesperada.
Dereck suspiró, frustrado. —Mejor abro la puerta antes de que dañen el timbre —dijo, con un tono de resignación.
Miranda asintió, todavía un poco roja por la situación. Al abrir la puerta, se encontró con Beca, Walter y Mateo, quienes entraron gritando: —¡Feliz cumpleaños!
Mateo estaba un poco avergonzado por estar en la casa de Dereck sin invitación, pero saludó a Miranda y le extendió una caja con un lazo rojo. —No quiero molestar. Solo pasaba a dejarte esto —dijo, con timidez.
Miranda sonrió, con lágrimas en los ojos. Ya había decidido perdonar a Mateo por lo que había pasado. Sabía que él también había sido víctima de Gael, en cierta manera. Lo abrazó sin darle mucha importancia al regalo. Para ella, el mejor regalo era tener a su mejor amigo en un día tan importante.
Walter la abrazó y dijo, con su típico humor: —Ya eres mayor. Ahora podemos salir de fiesta como es debido.
Todos se rieron, y Miranda se sintió rodeada de amor y amistad. Dereck observaba cómo ella sonreía con las ocurrencias de Walter, cómo regañaba a Beca por tratar de forma brusca a Mateo, y cómo, de vez en cuando, volteaba a verlo y se sonrojaba. Ese gesto lo hacía sentir que todavía tenía un poco de esperanza con Miranda.
Pasaron la tarde entre risas y bromas, y finalmente decidieron que tenían que llevar a Miranda a la mejor discoteca de la ciudad para celebrar su cumpleaños como se merecía. Todos se fueron a sus casas a alistarse, prometiendo reunirse más tarde.
Miranda se quedó un momento más con Dereck antes de irse. —Gracias por todo, Dereck —dijo, con una sonrisa sincera.