Un Amor que Trasciende el Tiempo.
Cinco años habían pasado desde aquel día en que Miranda y Dereck se dijeron "sí" frente al altar. Cinco años de risas, de lágrimas, de desafíos superados y de sueños cumplidos. Su amor, que había nacido entre cicatrices y dudas, se había convertido en un faro que iluminaba sus vidas, recordándoles que el verdadero amor no solo sana, sino que también transforma.
Ahora, Miranda estaba sentada en el porche de su casa, la misma que Dereck le había regalado aquella noche de luna llena después de la boda. El jardín estaba lleno de flores, y el sonido de las olas rompiendo en la playa frente a ellos creaba una melodía tranquila que la llenaba de paz. En sus brazos, sostenía a su hija, Aria, una pequeña de dos años que había heredado los ojos brillantes de su padre y la sonrisa dulce de su madre.
Dereck salió de la casa con una bandeja en las manos. En ella, llevaba dos tazas de café humeante y un plato con galletas de chocolate recién horneadas. —Pensé que podríamos disfrutar de un momento tranquilo antes de que Aria decida que es hora de correr por el jardín otra vez —dijo, con una sonrisa que todavía hacía que el corazón de Miranda se acelerara.
Miranda sonrió y tomó una taza de café. —Gracias, cariño. Sabes que estos momentos son mis favoritos.
Dereck se sentó a su lado, mirando a Aria, que dormía plácidamente en los brazos de su madre. —No puedo creer lo afortunado que soy —susurró, acariciando suavemente la cabeza de la pequeña—. Tengo a la mujer más increíble a mi lado y a una hija que es mi mundo entero.
Miranda lo miró, sintiendo una oleada de gratitud. —Yo soy la afortunada, Dereck. Tú me enseñaste a creer en el amor otra vez, a confiar en que las heridas del pasado no definen nuestro futuro.
Dereck tomó su mano y la apretó con suavidad. —El pasado nos hizo quienes somos, pero no nos controla. Lo importante es lo que construimos juntos, ¿no crees?
Miranda asintió, recordando todo lo que habían vivido. Desde aquel primer beso en la playa hasta la noche en la que casi lo perdió, cada momento había sido una lección, un paso más hacia el amor que compartían ahora. Y aunque el camino no siempre había sido fácil, cada obstáculo los había unido más, fortaleciendo su vínculo de una manera que ninguno de los dos hubiera imaginado.
—¿Recuerdas cuando Gael apareció en nuestra boda? —preguntó Miranda de repente, con una sonrisa nostálgica.
Dereck rió suavemente. —Cómo olvidarlo. Fue un momento incómodo, pero necesario. Creo que ambos necesitaban ese cierre.
—Sí —dijo Miranda, acariciando el cabello de Aria—. Fue como si el universo nos recordara que el pasado ya no tenía poder sobre nosotros. Que habíamos sanado y que estábamos listos para seguir adelante.
Dereck la miró, con una expresión llena de amor. —Y mira todo lo que hemos logrado desde entonces. Una casa, una familia, un futuro lleno de posibilidades.
Miranda se inclinó hacia él, apoyando su cabeza en su hombro. —Contigo, todo es posible, Dereck. Eres mi hogar, mi refugio y mi mejor amigo.
Dereck la besó suavemente en la frente. —Y tú eres mi todo, Miranda. Siempre lo has sido.
En ese momento, Aria se movió en los brazos de su madre, despertando lentamente. Abrió sus ojos, que brillaban con la curiosidad de un niño, y miró a sus padres con una sonrisa que derretía cualquier corazón. —Mamá, papá —dijo, con una voz suave que los llenó de ternura.
—Sí, cariño —respondió Miranda, acariciando su mejilla.
—¿Me quieren? —preguntó Aria, con una inocencia que los hizo reír.
Dereck tomó a su hija en sus brazos y la levantó en el aire, haciéndola reír. —Más que nada en este mundo, pequeña. Eres nuestro mayor tesoro —dijo, mientras la miraba con ojos llenos de admiración. Para Dereck, cada risa de Aria, cada abrazo de Miranda, era un recordatorio de que había encontrado algo que nunca creyó merecer: una familia.
Él, que había crecido solo, abandonado en un hogar para niños y escapado de un hogar adoptivo que nunca sintió como suyo, ahora tenía un lugar donde pertenecer. Un lugar donde no era el chico rebelde que el mundo juzgaba, sino un padre, un esposo, un hombre que había aprendido a amar y a ser amado. Miranda y Aria eran su hogar, su refugio, la familia que siempre había anhelado pero nunca creyó posible.
Miranda los observó, sintiendo que su corazón estaba a punto de estallar de felicidad. Este era el amor que había soñado, el amor que había luchado por encontrar. Un amor que había superado las barreras del tiempo, las heridas del pasado y las dudas del presente. Un amor que, ahora lo sabía, duraría para siempre.
Y mientras el sol se ponía en el horizonte, pintando el cielo Miranda supo que este era solo el comienzo. Porque con Dereck a su lado y Aria en sus brazos, el futuro era tan brillante como el amor que compartían.
NOTA:Espero que mi historia te haya gustado de ser asi no olvides darle me gusta en la estrellita y compartir ya que esto me ayuda aseguir escribiendo.
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