Ciclón

1

Me hallaba tranquilo, admirando el bello atardecer.

Debía despejar mi mente de todo lo que estaba pasando. No habían sido meses muy buenos y todo me estaba volviendo loco. Ya no podía soportar esto, pero debía ser fuerte por ella.

Unos golpes que provenían de la puerta principal hicieron desaparecer la paz que reinaba. Suspiré profundamente dejando la comodidad de mi sillón para ponerme de pie y, con cierta molestia, atender a los visitantes.
Mis grandes y ásperas manos giraron la manija de la puerta. Una pequeña sensación de ansiedad palpitaba en mi pecho. Al abrirla, los vi. Mis padres, sonriéndome con alegría.
Una enorme felicidad me abarcó por completo, no los veía desde hace años y me agradaba verlos de nuevo. A pesar de que ya los esperaba.

—¡Hijo! —exclamó contenta mi madre y extendió sus brazos en el aire, dispuesta a abrazarme.

—¡Mamá! —hablé del mismo modo, y la abracé, sintiendo su calor materno.

—¿Cómo has estado, hijo mío? —preguntó mi padre, dándome pequeñas palmadas en mi espalda.

Me separé de ella y lo abracé a él con entusiasmo.

—Es bueno volver a verlos —me separé—. ¡Pasen, por favor!

Me hice a un lado para que entraran.

—Con permiso —dijo mi madre adentrándose a la casa, luego le siguió mi padre.

Entré y cerré. Los guié hacia la sala de estar, ofreciéndoles hospitalidad.

—Nos hace felices que nos invitaras a cenar, ya había pasado tiempo desde la última vez. Te extrañábamos mucho en casa —habló mi madre con melancolía.

—Lo sé, pero necesitaba tiempo para pensar mejor las cosas —expliqué algo pensativo—. Pero eso ya no importa, por el momento concentrémonos en esto —agregué con una casi imperceptible alegría.

—Sabemos lo ocupado que estás, hijo y que las cosas con Elena no están yendo muy bien —dijo comprensiva.

—Sí —suspiré pesadamente—. Ahora, cuéntenme cómo les ha ido a ustedes —. Traté de desviar la conversación anterior.

—Bueno, no nos podemos quejar —respondió despreocupado—. El negocio está prosperando y hemos tenido muy buenas ventas últimamente.

—Me alegra saber que la vida los trata bien —. Les sonreí.

—Bueno, ¿y cómo te ha ido a ti? —. Se acomodó ella para escucharme atentamente.

—Nada mal, creo —. Una sensación de inseguridad me invadió—. No tengo quejas o problemas con el dinero, así que estoy bien, por ahora.

—Por cierto, hijo, ¿Cuándo piensas irte de Tampa? —preguntó preocupada.

—¿Qué? ¿Por qué me iría de Tampa? —respondí confundido—. Yo vivo aquí, no tiene sentido.

—¿No debías ir a Boston a ver a Elena? —cuestionó ella.

—Ah, no —respondí—. Ella se mudó hace un par de meses a una ciudad cercana. Me dijo que se quedarían allí por un tiempo para que no se le complique traer a Sophia.

—Espero que puedan arreglar las cosas como adultos civilizados. La niña no tiene que pasar por esto —habló con un cierto aire de molestia en su tono.

—Ya lo sé, pero ¿Qué esperas que haga? Elena comenzó con todo esto, es su culpa que sufra —respondí claramente irritado—. Por favor, hablemos de otras cosas —. Pasé mi mano por la mitad de mi rostro en señal de frustración visceral.

—Sí, mejor hablemos de otra cosa —citó mi padre.

Asentí y suspiré profundamente. Aunque sabía que no debía hostigarme por esto, era mi cruz. Una mosca que volaba a mi alrededor y no me daba descanso. Difícil era, pero debía soportar.
El silencio reinó; ninguno sentenciaba una palabra. La incomodidad desbordaba y no drenaba. Había tanto que contar y mucho que decir, pero las palabras no salían.

—¿Qué tal si comienzo a cocinar antes de que se haga más tarde? —dijo mi madre rompiendo el hielo.

—Sí, ¿Necesitas que te ayude en algo? —. Me puse de pie.

—No, hijo. Lo hago yo —. Sonrió ampliamente ella—. Creo que tú y tu padre tienen mucho de qué hablar —dijo y se dirigió a la cocina.

—Pero... —. La vio irse—. De acuerdo, parece que ahora solo somos tú y yo, hijo.

—Sí... —musité.

—Escucha, sé que te sientes presionado con el divorcio, pero intenta relajarte un poco y despeja tu mente —dijo con sabiduría—. Dime, ¿cómo crees que es esto para Sophi? Es horrible para ella, solo es una niña. No entiende mucho y la pasa peor.

—Sí, pero Elena comenzó. Yo solo puedo hablar para seguir teniendo la custodia compartida. Por ahora, debo limitarme a esperar noticias del abogado.

—Espero que se apure y que deje de pedir más tiempo. No le pagas para nada —reprochó.

—Ya sé, pero estas cosas no son de las que se resuelven de la noche a la mañana, todo tiene su tiempo. Y no tengo otro remedio que ser paciente y esperar a que él me dé noticias —repliqué.

—¿Has intentado hablar con ella?

—Mejor le hablo a la pared, quizás me haga más caso. No se puede razonar con esa mujer. Es el reflejo vívido de su padre.

—Pues inténtalo, solo digo —dijo con obviedad.

—¿De qué serviría? Ella ya decidió hacer las cosas de este modo, y desde un principio me aclaró que quería que las cosas terminen así.

—Inténtalo. Sé que no quieres ni verla en foto, pero si solo esperas y no te esfuerzas por llegar a un acuerdo con Elena, nada va a funcionar para nadie. La única forma de que ella no siga sufriendo es que ustedes hablen —explicó— ¿Cómo crees que aún sigo con tu madre? Es porque nosotros hablamos sobre nuestros problemas y no involucramos a un maldito abogado. Aprende a solucionar tus problemas como un hombre.

—Elena no es mamá y yo no soy tú. Si nosotros queremos que esto sea así, será así —. Crucé los brazos—. No es tan fácil como parece, hay mucho en riesgo. Si Elena se enoja podría complicarlo más y todo el esfuerzo se iría al carajo.

—Esa estúpida lujuriosa ninfómana y pánfila mujer te dejó por un bagre superficial de pocas luces y en lugar de luchar y dar la cara como un espartano guerrero por tu hija, te escondes detrás de un sobrante abogado. Eso, hijo mío, es deshonra.



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En el texto hay: odio, amor de familia, huracán

Editado: 12.09.2025

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