Ciclón

3

El día mitiga como un mar abierto a la locura. Ni un atisbo de sobriedad ampara mi barco a medio hundir, que busca desamparadamente un momentáneo descanso de las turbulentas olas galopantes. El ancla que lo frene de su revuelta y de a viento en popa hacia la costa pacífica. Pero por el desgraciado momento, me encuentro navegando el mismísimo inquietante Pasaje de Drake.
Estoy buscando a aquella sirena recostada sobre la piedra que me guíe con su canto, al igual que el dios Apolo lo hace con su arco y flechas, a salvo.

—¿Vendrá hoy? —pregunta mi madre mientras me sirve su tan acalorado té de hierbas.

—Sí, por la tarde. Elena la traerá y se quedará hasta mañana al mediodía —respondí y bebí un pequeño sorbo.

—Mejor así. Al menos pasaremos más tiempo con nuestra nieta y no veremos a esa... —se detuvo, incapaz de mencionar tan siquiera su inicial mientras imitaba mi acción.

—Lo sé. Papá ya me habló "educadamente" de ella el otro día.

—¿Qué te podemos decir? Ella hace quedar mal a las mujeres. Además, sabes que tu padre nunca la quiso.

—Hablando de él, ¿en dónde está?

—Salió a pasear y de paso a conocer el lugar un poco.

Continuamos nuestra plática sobre temas más formales, a veces políticos y a veces laborales. Amaba pasar tiempo con mi madre porque ella comprendía cada sentimiento que yo tenía, empatizaba conmigo como nadie más. Siempre escucha mis problemas y no juzga mis decisiones.
El timbre de la puerta interrumpió nuestro habla, seguro era mi padre, y lo confirmé cuando sonó repetidas veces. Su impaciencia se reconocía a kilómetros de distancia.

—¿Tan pronto terminó tu paseo? —dije con tono bromista y lo dejé pasar.

—Yo que tú no estaría tan feliz —habló con una grieta de preocupación en su voz.

—¿Qué sucedió? —pregunté mientras ambos íbamos hacia la mesa.

—La tempestad.

—Papá, estamos en Tampa. Eso es normal aquí —dije algo incrédulo.

—¿Qué no has visto las noticias? ¡Es un ciclón! ¡Uno de los más fuertes!

—Tenemos precauciones aquí, papá.

—¿Qué no entiendes? —dijo con severa molestia—. Te digo que es uno muy grande. Debemos volver a Tennessee.

—Papá, no exageres, por favor. Ya nos dirán qué tan peligroso es. No hay que entrar en pánico —. Intenté calmarlo.

—Hijo, lo que se viene es inexplicable. Debemos tomar a Sophi e irnos. Dentro de dos días, será la catástrofe, y créeme, no queremos estar aquí para cuando eso suceda.

—Cariño, no te alteres. Aunque Jay tiene razón en que no debes perder la cabeza, no podemos confiarnos en la seguridad. Solo por las dudas, dile a Elena que te la llevarás con nosotros a Tennessee para visitarnos y que ella pase tiempo con sus abuelos.

—¿Y Elena? —pregunté.

—A nosotros no nos importa esa perra infeliz. La única razón por la que la soportamos es por nuestra nieta, pero después, ella no nos preocupa en absoluto —habló firme mi padre.

—¡Gerald! ¡Cuida ese vocabulario! —lo regañó mi madre con voz autoritaria.

Él solo suspiró con cansancio y soltó un suave "Sí, querida", luego de eso, no habló.
Continuamos discutiendo sobre lo que vendría después, sobre qué haríamos y esas cosas. Investigamos por las noticias todo lo que nos pudiera indicar qué tan grave sería este ciclón. Pero nada aludía a ser algo enorme, es más, solo avisan tormentas fuertes, pero no graves. Aunque nada podía darle batalla a la terquedad inquebrantable que poseía mi padre.
Aunque la verdad, sí estaba algo preocupado. Temía que lo que él decía se profetizara y que realmente nos enfrentaremos a un peligro inmenso y desconocido. No sabía si ese ciclón sería un temporal extinguidor. Lo único que sabía era que si eso sucedía, no dejaría que nada lastimara a mi pequeña Sophi.



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En el texto hay: odio, amor de familia, huracán

Editado: 12.09.2025

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