Me quedé dormido junto al teléfono, y amanecí con un dolor de espalda y cuello impresionante. Me di un baño de agua tibia y me alisté para la escuela, tomé una barra energética de la alacena y me subí al Buick. Pasé por Bárbara y nos fuimos juntos al colegio. Era un día como cualquier otro, pero había una sensación extraña y pesada en el aire, casi visible. Podía sentir que ELLA estaba ahí, o tal vez quería que estuviera ahí; o quizá, todo lo contrario. Nos besamos y fuimos cada quien a nuestro salón, Miguel me esperaba porque no le gustaba estar solo en las mañanas, ni en ningún otro momento.
—¿Qué onda? ¿Sí viste a la chica nueva?
—No, ¿Cómo era?
—Era china y un poco morena, de ojos claros, se me hizo familiar.
—¿Familiar?
Conocí a Miguel dos años después de irse Luz, no tenía sentido que se le hiciera familiar, podía descartar la idea de que Lucía había vuelto.
—Sí, ya sé de dónde. Se parece a la niña del scrapbook que tienes en tu cuarto.
O definitivamente, sí tenía sentido.
—¿No recuerdas cómo se llamaba?
—No, es lo menos que me llamó la atención de ella, aunque eso sí, es pesadísima, no me devolvió ni el saludo.
—¿En qué clase nos toca juntos?
—En química
—¿Hoy nos toca química?
—No
—Shit. Necesito verla.
—¿No que Bárbara y nadie más? ¿Quién te entiende, cabrón?
—No, no es eso, es solo que…
—Nah, era broma, tranquilo, no tiene el cuerpo de Barbie pero está muy linda.
Pasé la clase de francés imaginándome como podría haber cambiado después de todo este tiempo. ¿Tendría ese acento exagerado que todos los que viajan a los Estados Unidos adoptan al volver? ¿Cómo me justificaría la llamada que nunca llegó? ¿Qué tanto creció? ¿Sus ojos serían del mismo color claro? Y su voz, ¿sería tan tontamente infantil como antes? De pronto una cuestión invadió mi mente y dio vueltas sin parar… ¿Por qué nunca volvió a contactarme? ¿Qué hice mal?
Sonó la campana y con eso la clase acabó, me salí rápidamente del salón para preguntarle a alguno de los chicos de los otros salones si habían visto a la chica nueva. Interrogué a todos y el 50 por ciento afirmó haberla visto pero que no sabían dónde estaba ahora y que era callada, muy callada; Lucía nunca podía mantener la boca cerrada por más de 30 segundos, eso era extraño. La orientadora iba pasando por ahí y me escuchó interrogar a todos.
—Alex, ven a mi oficina, por favor.
—¿Ahora qué hice?
—Te digo cuando vengas.
La seguí hasta las oficinas.
—Toma asiento por favor. —Tomé asiento, siguiendo sus instrucciones. —Escuché por ahí que habló de la estudiante nueva de su semestre.
—No, bueno sí, ¿cómo…? ¿Cómo se llama?
—Eso no es de su interés, es por eso que lo cité aquí.
—Solo quiero saber.
—La señorita nueva y sus padres nos dieron instrucciones muy estrictas de que no mantuviera relaciones que no sean vitales y usted y sus intenciones libidinosas no son precisamente asuntos de vida o muerte.
—¿Por qué?
—No me dijeron Alex, solo sigue instrucciones; ella viene a estudiar, nada más, lo dejó bien claro su padre el día que vino a inscribirla.
—¿Cómo se llama?
—Ya vete, Alejandro.
Obedecí a regañadientes y salí de su oficina, dieron las 9 y eso significaba solo una cosa: comida. Era hora del receso y moría de hambre, tomé la barra energética de mi mochila y salí a buscar a mis amigos, cuando de pronto, sentí una mirada más allá de las paredes, volteé hacia todos lados pero no vi nada fuera de lo normal. Te está haciendo daño —pensé—. Lucía está lejos y aunque hubiera regresado, no sería tu responsabilidad arreglar todo; si ella no luchó por nosotros, es porque no tenía interés. Me acerqué a mis amigos y empezamos a hablar de cosas triviales, hasta que alguien sacó el tema:
—¿Alguien ya vio a la chica nueva? Está muy guapa
—¿En qué salón va? —pregunté sin sonar necesitado.
—En el mío —contestó Harry, un amigo de intercambio, un poco gordo, que disfrutaba especialmente la compañía de las hamburguesas — ¿Quieres que te la presente?
—Por favor. ¿Cómo dices que se llama?
—Lucía Hernández.
Mi corazón dejó de latir o por lo menos eso sentí en el momento; se me fue la respiración y mis pensamientos no terminaban de procesar ese nombre. Lucía Hernández ¿ahora regresas? ¿Después de todo este maldito tiempo que te esperé?
—Quiero conocerla.
Harry me llevó a su salón al terminar el receso, fue cuando la vi sentada sola en una butaca medio desgastada leyendo un libro de segunda mano. Un poco más llenita de lo que recordaba, pero hermosa a su manera; su cabello no había cambiado, solo crecido; sus ojos sí seguían del mismo color; y su cara ya no era la de la niña pequeña con la que jugaba, sino la de una adolescente muy agraciada y reservada.
—Lucía, él es…
—Alejandro Bernal… ¿Te acuerdas de mí?
Lucía interrumpió su lectura y levantó la mirada por arriba de la portada del libro, sentí su miedo y también su nostalgia, pero también pude ver algo diferente en su forma de moverse, algo no estaba del todo bien.
—No, disculpa, ¿Te conozco?
Me pateó los testículos con esa pregunta, casi pude sentir el impacto de un golpe contra mi estómago. ¿Te conozco? ¿Hablas en serio?
—¿En serio?
—Sí, en serio. ¿De dónde me acordaría de ti?
—De, ya sabes, ¡¿aquí?!
—Lo siento, hace mucho que viví aquí, no te recuerdo.
De nuevo un guante de boxeador golpeó repetidamente mi ego. No podía dejar que me tratara así pero ¿y si no es lo que ella pretendía? —pensé— ¿Y si de verdad no quería acordarse tampoco de mí?
—Luz… ¿Enserio?
—Lucía, me llamo Lucía.
—¿Ya se conocían? —interrumpió Harry.
—Sí —miré a Luz— No, perdón.
Me retiré del salón cabizbajo. ¿Qué demonios hice mal? ¿Qué le pasa? No lograba entender su reacción. Miré el reflejo de su rostro por el vidrio de la puerta. Me miró de reojo con una mirada un poco triste, como la que yo tenía exactamente en ese momento. Quise voltear pero una fuerza interior me impulsó a salir sin girar la cabeza de nuevo. Me encontré a Bárbara en el pasillo, me tomó de la mano, me jaló y me besó apasionadamente; debo admitir, pudo subirme el ánimo.