Cien por Cien

Capítulo Uno

Me dirigí hacia mi estante para escoger el libro mensual, como acostumbraba a realizar cada primer lunes del mes. Opté por uno que estuve ignorando por más de medio año: La Milla Verde de Stephen King. Por lo que alcancé a leer en la contraportada, era sobre crímenes y la condena a muerte. Cautivador.

Empezaría a leer en la noche, después de la cena. Dejé el libro sobre la mesa de noche, justo al costado de mi fotografía favorita: Crispy y yo jugando en el jardín minutos después de que me la entregaran en mi cumpleaños número doce. Ella descansaba sobre mi alfombra, era su lugar más recurrente y el más acogedor.

El sonido de un carro estacionándose me distrajo de inmediato. Me asomé por la ventana, una camioneta negra se había situado donde el abuelo aparcaba su auto desde que tenía memoria. Dudé en avisar. Prefería quedarme en mi habitación, disfrutar de mi paz y tranquilidad sin mi hermana ni mamá. Solo yo, Crispy, mi música y mis libros.

Cogí el celular para avisar por mensaje, era más fácil y rápido: "Un carro se metió en el lugar del abuelo⚠️ avísale antes de que llegue, por favor". Presioné enviar, a los segundos Victoria gritó.

—¡Sabes que mi cuarto está justo al frente! ¿Cierto? —Guardé silencio. Claro que sabía, pero qué clase de hermana sería si no la hago enojar al menos una vez al día—. Igual ya le avisé al abuelo, supone que son los nuevos vecinos. Hablaron de eso en la última reunión vecinal. Todo bien.

Escuché su puerta cerrarse y pensé en sus palabras. ¿Había dicho nuevos vecinos? La casa de al lado, justo a donde daba mi ventana, había estado vacía casi dos años después de que la anciana Claire se decidiera irse a vivir con su familia a Estados Unidos. Extrañaba sus invitaciones a beber té con limón. Caliente o frío, era perfecto.

Sin darme cuenta, llevaba varios minutos con la mirada perdida en la camioneta. De ella salieron tres personas: una pareja de adultos y un chico, se veía algo mayor que yo, o quizá de mi edad. Vestía una polera gris sin ningún detalle, se parecía bastante a la mía, solo que la que yo usaba era blanca. El árbol del jardín solo me permitió ver el rostro de la que supuse era su madre. La señora tenía el cabello marrón y ojos claros y pequeños, estaba atardeciendo y no podía captar muchos detalles. El cabello del chico se mecía siguiendo la dirección del viento. Sacaban cajas de la maletera, fue entonces cuando se adentraron en la casa y los perdí.

Cerré mis ojos un rato mientras el aire golpeaba mi cara. Le di un sorbo a mi té con limón y suspiré, nada mejor que un vaso de té helado en verano.

—Linda la vista, ¿cierto? —exclamó una voz masculina. Reconocí perfectamente de donde provenía, del mismo lugar por donde Claire me invitaba a comer: la ventana. No estaba tan cerca como parecía, de hecho, casi no se escuchaba con claridad. Abrí mis ojos y vi al chico de polera gris, solo que sin polera. En su lugar, llevaba una camiseta manga corta del mismo color—. Soy Hunter.

Cazador.

Sus ojos eran negros; o quizá, marrones muy oscuros. Su cabello, igual que el de la señora que bajó del asiento del copiloto. Estaba casi segura que era su madre, sin embargo, no preguntaría para aclarar mi duda.

—¿Hola? —cuestionó y asomó casi la mitad de su cuerpo, permitiendo verlo más de cerca. Uhm, sí, sus ojos eran marrones. Y sus labios ni tan gruesos ni tan delgados. En resumen, era un chico promedio.

Sacudí mi cabeza.

—Bienvenido —solté un segundo antes de cerrar la cortina y salir de mi cuarto.

Crispy acababa de despertar, me siguió por las escaleras hasta llegar al primer piso. Fui directamente a la cocina para servirle su plato con galletas. Planeaba dejarla ahí y ver algo de televisión en la sala, me dirigía a uno de los sofás cuando vi a Victoria debajo de una manta usando su laptop. No entendía cómo no se moría de calor.

—Vaila —me llamó y puse los ojos en blanco—. ¿Cuál es la clave del internet?

—Te he dicho que me digas Val —Negué con la cabeza y me fui a la cocina para prepararme lo que sea, mi panza empezaba a sonar.

Bordeando las siete de la noche, llegaron mamá y el abuelo. Minutos después, ya estábamos sentados en el comedor degustando comida del supermercado.

—En la entrada conocimos a los nuevos vecinos, ya se aclaró lo del estacionamiento y el abuelo recuperó su lugar —contó mamá—. Son los señores Decker, tienen un hijo que acaba de entrar a la universidad, es una de por aquí, empieza la próxima semana.

Victoria y yo sabíamos el verdad destino de la conversación.

—¿Ustedes ya tienen algo en mente? —Y ahí estaba, el motivo detrás de su historia.

—Sé que iré a alguna universidad cercana, mamá. Por eso no te preocupes —respondió mi hermana. Mentía.

Ambas voltearon a mirarme expectantes. Suspiré y me encogí de hombros. Tenía dieciséis años, definitivamente no sabía que hacer con mi futuro aún. Gracias a Dios, el abuelo cambió el tema.

—Vicky, pásame un vaso, por favor —pidió diciendo el nombre de mi hermana, pero en mi dirección.

—Abue, soy Val. Vicky está a tu derecha —aclaré pasándole el vaso que solicitó.

El abuelo se mantenía joven, hacía de todo a sus cincuenta nueve años. Su único problema era identificar a Victoria y a mí. Éramos gemelas, sin embargo, la diferencia era abismal.

Ella tenía el cabello lacio por los hombros; yo, un poco más largo y con algunas ondas originadas por los moños que me hacía para andar por casa. Ella usaba lentes, yo veía perfectamente. Y el hecho que más me ofendía: Ella odiaba las poleras, no les encontraba forma, prefería otro tipo de abrigo. En fin, estaba segura de que podríamos tener un cartel con nuestros nombres y el abuelo igual nos habría confundido. Cosas de abuelitos.

—Yo soy la linda, abuelo.

—Ahorra ese tipo de comentarios, Victoria Lennin —sentenció mamá.

¡Eso, señora! No hay nada más doloroso que el nombre completo. Aunque yo encontraba la situación divertida, ellas no. El ambiente se volvió tenso. El abuelo y yo seguíamos disfrutando del arroz perfectamente cocinado. Los del supermercado cada vez iban mejorando su calidad.




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