Cien por Cien

Capítulo Cuatro

Estuve en cama descansando como me ordenó mamá. Incluso no dejaba que Crispy entrara a mi habitación. No obstante, envió a Victoria para distraerme y pasar tiempo de hermandad. Hermandad era lo último que necesitaba.

Ella estaba sentada en la silla giratoria de mi escritorio. Me recordó a cuando teníamos trece años y tuvo su primer rompimiento con algún chico de la escuela. Yo iba a su cuarto, me sentaba en su silla y la escuchaba desahogarse por horas. Esta vez no había nada por lo cual desahogarse.

—Hunter me contó que nos confundió —mencionó dando vueltas en la silla—. Parece que a ti te conoció primero.

Involuntariamente, giré hacia la ventana. Mi cortina estaba cerrada, la mantuve así después de mi primer encuentro con Hunter. No planeaba volver a abrirla. Él solo fue amable conmigo porque pensó que yo era Victoria.

—Dice que lo siente. No sabía que tenía una gemela —Sonríe—. Hace tiempo no nos pasaba este tipo de cosas, anécdotas de gemelas. Es divertido.

No le hice mucho caso porque tenía picazón por debajo del yeso. Me desesperaba, necesitaba rascarme, pero era inútil, nada entraría por un orificio del yeso.

—¿Por qué todo debe relacionarme a ti? —solté fastidiada—. Soy la hermana de, la gemela de. "¿Por qué Tory es más linda si son iguales?", "La que es buena en deportes y su hermana". Casi ocho años en la misma escuela y siempre me han elegido al final en los equipos deportivos, aun cuando la capitana eras tú y podías escogerme. En vez de eso, me fracturaste. Tú eres la que ya sabe a qué universidad irá, o eso haces creer. Yo soy la mala que quiere irse lejos de casa —Respiré y apoyé mi cabeza en la cabecera de la cama —No entiendo, de acuerdo. No importa lo que haga, lo haces mejor.

Dejó de girar y me miró fijamente.

—¿Bromeas? Mamá y el abuelo te adoran. Ella siempre te defiende, y papá... Estoy segura de que él amaría vivir contigo.

No pude reconocer lo que expresaban sus ojos: enojo, tristeza, dolor... Solo nos miramos, hasta que, de pronto, se fue y se escuchó la puerta de su habitación siendo azotada.

Genial, Vaila.

Me cubrí con mis colchas y almohadas hasta quedarme dormida. No lo logré, no estaba segura de sí era por el yeso o por mis pensamientos, pero algo me impedía conciliar el sueño.

***

—Vaila, Val, hija, despierta.

Abrí mis ojos con dificultad. La luz me fastidiaba, sin embargo, logré reconocer a mamá. Había entrado a mi cuarto, abierto la cortina y dejado que la luz natural y su voz me despierten.

—Es tarde para la escuela. El abuelo y tu hermana ya se fueron, ¿Te pido un taxi u hoy quieres descansar?

La segunda opción era muy tentadora. La acepté. Nunca faltaba a la escuela, jamás. Pero, vamos, tenía un yeso de lo más incómodo y la cabeza hecha un lío. Merecía no complicarme más con clases y profesores.

Dormí un rato más, hasta que no pude. Me duché, cambié mi pijama por una polera y un pantalón de tela. Intenté ponerme unos jeans, pero con una sola mano era imposible. Bajé al jardín en busca de Crispy, tenía planeado llevarla de paseo al parque. Una caminata sería buena tanto para ella como para mí.

Mamá ya se había ido a trabajar. En el microondas dejó mi comida, junto a una nota. "No salgas de casa".

Ups.

Crispy ya tenía la correa puesta, así que salimos. Pasé frente a casa de Hunter, se sentía un olor a pan caliente. Debían estar desayunando.

El olor activó mi hambre y mi barriga empezó a sonar. No le di importancia y seguí caminando en dirección al parque. Tomé el camino largo, porque de lo contrario, pasaría cerca de la escuela.

Al llegar, me senté en una banca y dejé a Crispy correr por su cuenta. Eran las diez de la mañana, en pleno invierno, y había gente yendo a hacer ejercicio. ¡Qué pereza!

Una señora abrazaba un árbol. Quizá algún tipo de terapia. En un libro leí que se hacía para dejar los malos pensamientos y malas vibras en el árbol, y así no dejar que entren contigo a casa. Yo, por mi parte, no era ese tipo de persona espiritual.

No muy lejos de ella, había un chico amarrado los cordones de sus zapatillas. Cuando terminó, se reincorporó y lo reconocí. Hunter. Otro loco que salía a ejercitarse.

Me levanté en busca de Crispy, esperaba que Hunter no se percatara de mi presencia.

—Hola, vecina —Nada podía salirme bien hoy, por supuesto que no—. Vaila, hola, Vaila.

No respondí y seguí caminando. Él me siguió.

—Perdón por la confusión de ayer. En mi defensa, en serio se parecen bastante.

Crispy perseguía a un perro más grande que ella, pero el otro parecía más aterrado huyendo.

—Vaila, ¿todo bien? —insistió. ¿Por qué le preocupaba tanto, ni siquiera éramos amigos, ni nos conocíamos? —. Tienes hambre.

No pregunté cómo lo sabía, pues mi panza se podía oír en todo el vecindario.

—Si quieres te puedo invitar algo, en casa están esperando a que yo vuelva para desayunar.

Recordé el aroma a pan. Solo sería un bocado. Y no, no éramos amigos.

—Bueno —contesté y Hunter sonrió. Aprecié cómo se veía hoy.

Polera ancha, buzo, zapatillas. Todo blanco y negro. Parecíamos combinados.

—¿Vas por Crispy y volvemos?

Asentí. Una vez tenía de nuevo a Crispy conmigo, la dejé en el jardín. Le prometí un paseo más largo el fin de semana, este había sido improvisado y mi hambre pudo más.

Hunter me esperaba afuera de su casa. Cuando pensó que no lo veía, inhaló y exhaló reiteradas veces, quizá por el cansancio de correr.

Metió las llaves en la cerradura y abrió la puerta. Conocía esta casa mejor que él, después de tantos años visitando a la señora Claire, sin embargo, los arreglos y cambios que le habían hecho la volvían irreconocible. A ver, tampoco era una remodelación total, pero los colores y la distribución hacían que se vea muy diferente.




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