Cien por Cien

Capítulo Siete

Después del incidente de la fiesta, todo salió bien. Pude acompañar al abuelo a la misa dominical y aproveché el resto del día encerrada en mi cuarto leyendo, ya me faltaba poco para terminar La Milla Verde, y viendo páginas web de universidades. Aunque ya tenía muy en claro a qué universidad iría: la de Cambridge. No fue una decisión muy difícil. Desde siempre lo supe, pero no quise limitar mis opciones.

Papá siempre decía que yo era alguien que tenía claro lo que quería. Así era. Mis metas estaban fijas. Nadie podría cambiar eso.

Este lunes era el aniversario de la escuela. Eso significaba un día de clases perdido. Ojalá lo dieran libre, pero no, debíamos ir para escuchar palabras de agradecimiento del director y las otras autoridades. Era lo mismo cada año. La ceremonia sería en la noche y recién eran las diez de la mañana. Decidí portarme mal y pedir una pizza de desayuno. Lo mejor es que solo sería para mí ya que no había nadie más en casa.

En menos de media hora sonó el timbre. Saqué el dinero de mi billetera y abrí la puerta.

No, no era mi pizza. Era Hunter. Después de disculparme con él, me había preparado mentalmente para ser... ¿menos yo? Mejor dicho, para no ser tan mala onda. Quedaban tres meses de clase. Solo tres meses y me iría a estudiar a otra ciudad y no sabría más de él. Lo último que podía hacer era tratarlo bien.

—Pensé que eras mi pizza —susurré sin ocultar la decepción.

—Supongo que soy casi igual de delicioso.

Sonrió y levantó el puño a modo de saludo. Le devolví la sonrisa, sin embargo, no le choqué el puño. Estaba todo sudado, a juzgar por eso y por su ropa deportiva, deduje que venía de correr.

—¿Y qué haces aquí? —pregunté al ver que se mantenía parado frente a mí, en la puerta—. Victoria salió a desayunar con sus amigas.

—Sí, me comentó algo sobre ello.

—Igual viniste —resalté dudosa. ¿Vino a verme?

—Vine por ti —dijo—. O sea, quería hablar contigo. Eso.

Ajá. Lo invité a la mesa redonda de la cocina, si estaba sudado y sucio no dejaría que vaya a los sofás. Me pidió un vaso de agua. Se lo serví y justo cuando le iba a pedir que me hablé, el repartidor tocó el timbre. Sí era él esta vez. Me entregó la caja con mi pizza de pepperoni, pagué, agradecí y regresé corriendo a la cocina.

—¿Quieres un poco? Debes estar hambriento después de correr —ofrecí. Separé un trozo y se lo extendí.

—En verdad, no. Desayuné antes de ir al parque, si como ahora me hará daño, igual gracias.

Fruncí el ceño. Todo aquel que rechazaba una pizza de pepperoni era extraño. Si fuera hawaiana quizá podría entenderlo. ¿A quién le podrían gustar pedazos calientes de piña sobre la pizza?

—Está bien —Empecé a comer con cuidado. Ya me había duchado y cambiado, ensuciarme no era una opción—. Bueno, ¿qué querías decirme?

Bajó la mirada y jugó con sus dedos sobre la mesa.

—Quería saber si te gustaría acompañarme a la feria, la del libro. No tienes que aceptar si no quieres. Supongo que ya debes tener a alguien con quien ir, pero soy nuevo en la ciudad y todo eso.

—Vaya —Lo detuve antes de que se quedara sin aire—. No suena mal. No sé si habrás notado que no tengo muchas salidas organizadas.

Volvió a sonreír. Me gustaba hacerlo sonreír. Pasó una mano por su cabello, peinándoselo para atrás e hicimos contacto visual. No dejó de sonreír y yo no dejé de masticar mi porción de pizza.

—Genial. ¿El viernes? La feria termina el domingo, así que para el viernes no debe haber tanta gente.

Entonces, eso era todo. Realmente había aceptado salir con Hunter. Aunque era la feria del libro. Yo iba todos los años. Esta vez era lo mismo, pero con alguien al lado. No, no era una cita. Lo llamaría salida casual entre vecinos.

—Un detalle —anuncié—. ¿Quién te dijo que me gusta leer?

Había sido Victoria. Era obvio. No me enojaba, solo no entendía sus intenciones. ¿Me apartaba en la fiesta para estar con mi hermana y luego hablaban de mí?

—Veo que lo has olvidado... Tú me contaste —Mi cara debió ser caótica, porque soltó un par de carcajadas—. En la fiesta de mis amigos, en las bancas. Te pregunté cuál era tu canción favorita y te pasaste media hora hablando de cómo tu canción favorita era una que escuchaba un personaje de una novela gráfica que habías leído. Después mencionaste muchos libros y bueno, aquí estoy.

Dios. Sabía perfectamente de qué canción hablaba y de qué novela. Después de todo, no había sido Victoria.

—El sábado no fue de mis mejores días. ¿Otro tipo de información que te haya comentado? Me gustaría saber de una vez.

—Ehm, creo que sí. Te burlaste de Tory por querer estudiar aquí y dijiste que te preferías ir.

Detuve la degustación de mi pizza para aclarar eso.

—No se lo puedes contar a nadie —determiné—. ¿Algo más?

Negó con la cabeza y suspiró.

—Iré a ducharme. ¿Te quedarás sola aquí?

Claro que sí. ¿Qué esperaba? ¿Qué me levantara y lo acompañara a la ducha?

Le dio un último sorbo al vaso de agua y se quedó parado en una esquina de la cocina: —¿Puedo salir por la puerta del jardín? ¿Está Crispy?

—Crispy está de vacaciones. La semana pasada mi mamá la dejó en otra casa, la de mi papá. Recuerda, si en las noches no la escuchas ladrar, es porque no está.

Sus labios formaron un "oh". No quiso agregar nada más.

—Igual puedes salir por ahí. Saludos a tu tía.

—Gracias, Val —se despidió. Ya me decía Val. No más Vaila. Había otra cosa que me preocupaba. ¿Hunter realmente me estaba contando todo lo que le dije en la fiesta del sábado por la noche? Lo dudaba.

Fui por mi cuarto trozo de pizza. Prometía hacer al menos cinco abdominales los días siguientes.

Sentí mi celular vibrando en el bolsillo trasero de mi pantalón. Quité la grasa de mis manos con papel, no llegué a contestar la llamada. Habían dejado un mensaje. Ay, no. Era Finn.




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