Las bolsas debajo de mis ojos, ocasionadas por el llanto del día anterior, no pasaron desapercibidas ni en casa ni en la escuela.
Cuando desperté a las seis de la mañana y salí de mi habitación para ducharme, me encontré con Victoria, quien acababa de bañarse y ponerse el uniforme.
—Te dije que era mejor no verlo —me retó observando mi lamentable apariencia. No, no le daría razón. No todo era culpa de papá. Yo había presenciado quien perdió el control dando el golpe: mamá.
No me crucé con ella. Según el abuelo, tenía una reunión importante en el trabajo por la cual había tenido que madrugar.
Fui sola a la escuela, para variar. Sin música, sin mi hermana, sin Finn. Lo único que tenía de Finn era su chompa. Ya había recuperado la mía, así que no necesitaba más la de él. Claro que la había traído en una bolsa, doblada y recién lavada. Había perdido el aroma característico de Finn, en su lugar, olía al detergente que compraba mamá.
De nuevo era tan temprano que no nos dejaban ingresar a las aulas. Victoria también había llegado, estaba apoyada en el tronco de un árbol conversando con una chica. Ellas me miraron por un segundo y siguieron conversando.
Victoria se veía hermosa. Era raro admitirlo. En primer lugar, porque es casi igual a mí. En segundo, porque no nos llevábamos bien. A pesar de ello, no podía ignorar lo bien que se veía. El viento mecía su cabello negro. Sus pestañas rizadas hacían que sus ojos resalten bajo el vidrio de su montura. Yo ni siquiera usaba lentes que cubrieran mis ojos hinchados por haber llorado toda la noche y mitad de la tarde. A veces me gustaría ser más como ella.
—Parece que alguien madrugó, ¿eh? —vociferó Finn con una cantarina voz. Al menos alguien estaba de buenas. Él venía de atrás mío. En algún momento tendría que voltear para saludarlo.
Eso hice.
Su sonrisa se fue desvaneciendo y la reemplazaron signos de preocupación.
—¿Val? ¿Qué pasó? —miró a ambos lados, como intentando que nadie se fijara en nosotros—. Vamos más allá para conversar —dijo y me tomó del codo para ir a la esquina de la escuela, o eso intuí. Pegué mis pies al suelo, lo último que necesitaba a tan tempranas horas de la mañana era una charla motivacional de Finn.
—Estoy bien —Arqueó una ceja—. Ah, traje tu chompa. Gracias.
Abrí el cierre de mi mochila y de allí saqué su chompa. La recibió, pero no sé la puso. Estaba con su uniforme de deporte, al igual que yo. Sí, era viernes de sufrir con lo que sea que se les ocurriera a los profesores. Había días terribles, en los que dictaminaban unir a los hombres y mujeres y jugar algo mixto. Mi pesadilla. Infortunadamente, la excusa del yeso no sería efectiva al ya no tenerlo en mi muñeca. Gracias al yeso mis últimas semanas en Educación Física habían sido de las mejores. Consistían en sentarme, tomar agua y ver al resto sudar.
A Álgebra le seguía Educación Física. Me levanté de mi carpeta como si el cuerpo me pesara. Ya había hecho ejercicio mental con tantos números, el ejercicio físico era dispensable. Me despedí del maestro y fui sola a la misma cancha donde hacía ya poco más de un mes atrás me había roto la mano.
La clase ya había empezado. Pude visualizar a Rose hasta el fondo imitando los estiramientos de la compañera a la que la profesora había puesto a cargo. En el otro lado de la cancha, los chicos realizaban otro tipo de actividad que consistía en correr esquivando unos conos. Observé detalladamente a Finn. Su cabello rubio se oscurecía un poco al estar mojado de sudor. Qué desagradable. Parecía eufórico y seguro de sí mismo, mientras conversaba con sus amigos, uno más bajito, de lentes y un moreno del mismo porte que Finn, es decir, ejercitado. De todos los chicos con los que había visto a Finn, ellos eran los más recurrentes.
Di media vuelta para unirme al resto de las chicas, sin embargo, habían desaparecido. Estaban yendo al gimnasio, donde se encuentra la cancha de baloncesto. Oh, no. Lo peor es que los hombres se encaminaron hacia el mismo lugar.
Rose me esperó pacientemente en la entrada del gimnasio. Le dediqué una sonrisa y nos sentamos en las graderías. Las mismas donde hace cuatro días estuve sentada viéndola bailar.
—Rose, ¿puedo hablar a solas con Val, por favor?
Después de todo, tendría que recibir esa charla motivacional, lo haya querido o no. Finn tomó el lugar de Rose, a mi derecha. Un par de compañeras se percataron del chico a mi lado y cuchichearon entre ellas. Vamos, era sabido que más de una se sentía atraída por Finn, o al menos alguna vez en su vida lo hizo. Yo sí. En primaria, como a los nueve años, empezó a gustarme. Duró hasta primero de secundaria, éramos tan amigos que emocionado me contó sobre su primera enamorada. Ese fue mi primer rechazo amoroso. El único hasta entonces. Por consiguiente, nunca tuve una relación. Además, ese mismo año fue el divorcio de mis padres, un mal año. Tres años gustando de mi único amigo hombre y, desde entonces, cuatro años enfocándome en mis estudios.
Ojalá las actividades físicas no fueran obligatorias en el plan de enseñanza. De no ser por ello, tendría un promedio perfecto.
—¿Val? Sé que quizá no quieras escucharme o contarme lo que te haya pasado. A pesar de eso, necesito hablar contigo. Tú no tienes que decirme nada —anunció apenado—. Hoy después de clases, pasaré a recogerte como a las cuatro, quizá un poco antes. Y sé que no tienes clase de violín no hay excusa aceptable para no querer.
—Es que yo no...
—Señorita Lennin, la estuve buscando allá afuera —interrumpió la profesora. Finn me dio ánimos con los dedos pulgares levantados y se fue con los hombres—. Su madre me explicó que era mejor esperar un poco más la mejoría de su fractura. Así que, por hoy, y hasta la próxima semana, no estará en mis clases. Es más, no la quiero ver aquí, vaya a la biblioteca y pida un libro prestado. Usted decida. Solo no puede estar paseando por los pasillos. ¿Entendido?