Cien por Cien

Capítulo Quince

Cargué una pequeña mochila conmigo, dentro metí una polera por si corría aire y una botella con té.

Fue un desperdicio, debíamos dejar todas nuestras mochilas en unos casilleros. Caminé junto a Finn todo el rato, así logramos perder a Paula. Ted también estaba en el grupo, llamó a Finn una vez para que se uniera a ellos, pero él se negó.

—¿Esa es la famosa pintura de Leonardo da Vinci? —expresó asombrado—, juré que era más grande.

Era difícil descifrar si la pintura era muy pequeña o si se debía a la distancia. A eso sumémosle que es la obra más visitada. La gente no nos dejaba avanzar, solo nos quedó atender a la explicación de un guía turístico.

— La Joconde de Leonardo da Vinci es un retrato de Lisa Gherardini, quien en vida fue la esposa de Francesco del Giocondo. De ahí proviene su nombre "La Giocondo". En el año mil quinientos tres —No hizo ninguna pausa. Era como si lo hubiera repetido tantas veces que simplemente hablaba en modo automático.

Ted disimuló un bostezo. Lo quedé viendo. ¿Por qué alguien se esforzaría tanto por ser un tonto?

Cruzamos una de las zonas más fascinantes del museo. El techo tenía una ventana que dejaba pasar la luz del mediodía. De cada lado de la pared había pinturas. Amaba el hecho de que todos los sentimientos e ideas de alguien lograron quedar impregnados en un lienzo, o en donde sea que hayan pintado, de tal forma que más de una generación pudiera presenciarlos. Quedaban por la posteridad, como un libro clásico, sin importar los años de antigüedad, la gente los seguía leyendo y cada uno se quedaba con un sabor diferente una vez finalizada la lectura.

Lo último que vimos fue la escultura Victoria de Samotracia. A simple vista, un ángel con las alas extendidas y una pieza faltante: la cabeza.

—Hasta el momento su autor es anónimo, sin embargo, el Museo del Louvre determina que la pieza fue probablemente elaborada por el pueblo de Rodas, una isla griega, a principios del siglo dos antes de Cristo.

Hice un esfuerzo por recordar cada obra vista en el día. No pudimos tomar fotografías, así que llevarlas por siempre en mi memoria era lo mínimo que podría hacer.

Salimos, recogí mi mochila y formamos un círculo en la acera, alrededor del tutor.

—Volveremos al hotel para almorzar, ya deben estar sirviendo la comida. A las tres de la tarde nos reencontraremos en la recepción para ir a un crucero y después a la Torre Eiffel.

¿Crucero? ¿Justo después de almorzar? ¿Quién había armado un itinerario tan desastroso?

Cuando terminé de almorzar, fui a la habitación a asegurarme que Bea no hubiera movido mis cosas de la cama de la ventana. No fue así. Por el contrario, eligió la cama más lejana a la mía. Una inteligente decisión.

Me tumbé en la cama a descansar un rato, subir la Torre Eiffel demandaría mucha energía que yo, evidentemente, no tenía.

—¡Oye! —Victoria se sentó en mi cama de un brinco, provocando que todo el colchón se moviera—. El crucero es wow, wow, solo lo puedo describir así, wow. Y la torre, ay, ni te cuento. Estoy impactada. He tomado muchas fotos para Instagram, acabo de agregarte a mejores amigos y todo para que puedas verlas.

Me creé todas mis redes sociales un día después de Victoria, ella me dijo que a los doce años era esencial comunicarte por ahí. Cuatro años después, solo usaba Pinterest. Mi perfil de Instagram eran puras fotos de Crispy de mis libros, entraba a ver actualizaciones una vez cada dos meses, no era una gran fan. No obstante, ¿cómo era posible que no me tuviera en mejores amigos?

—Hunter me respondió la historia pidiendo que le lleve algún recuerdo. ¿Le comprarás algo? —agregó.

Me tomó por sorpresa su comentario. ¿Hunter había chateado con ella? Disimuladamente revisé mi celular. Ni siquiera había abierto mis mensajes.

—No, solo le compraré algo al abuelo. El día libre iré a ver algunas tiendas.

Asintió y me obligó a levantarme de la cama para ir de regreso con nuestros grupos. Mi estómago me decía que aún no estaba listo para subir a un crucero, por más que fuera uno de los famosos Bateaux Parisiens.

Al barco nos subimos en parejas. Acepté ir con Finn, él del lado que daba al agua del río Sena. Una hora después, el sol empezaba a esconderse tras los edificios, bajamos y nos dirigimos a la Torre Eiffel, nos salteamos la fila para taquilla, porque el paquete turístico incluía la entrada. Mientras subíamos nos iban dando folletos y datos resaltantes.

—Ya no puedo más —dije para mí misma poco antes de llegar al segundo piso. Eran ciento cincuenta metros de altura.

—¿Val? —Finn pasó su brazo por mis hombros como si pudiera empujarme y hacer que suba más.

El guía y el tutor, que iban detrás de todos, me observaron extrañados.

—Creo que descansaremos aquí un rato. Igual solo podemos subir hasta el tercer piso. ¿Ok, chicos? Si desean pueden subir un piso más o quedarse aquí. Cualquier emergencia me lo hacen saber —exclamó en voz alta. Luego, se acercó a Finn y a mí—. Señorita Lennin, ¿se encuentra bien?

—Sí, me quedaré aquí un rato. No se preocupe, es mi culpa por no ejercitarme.




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