Cien por Cien

Capítulo diecisiete

No salí de mi habitación por días. Después del inoportuno no consentido beso, no me acerqué a Finn el resto del viaje. El día libre lo pasé con Paula, Bea y Tory. Sí, Tory. Cuando hui de la habitación, ella fue detrás de mí, le expliqué lo importante que era para mí un primer beso. Podía sonar cliché, lo sabía. Solo que era de la idea de recibir y dar aquel beso con una persona por la que realmente sintiera algo. Algo bonito. Por supuesto que quería a Finn, pero no estuvo bien lo que hizo. Ni siquiera se disculpó.

¿Cuál pensó que sería mi reacción? ¿Devolverle el beso? ¿Decir que lo amaba y ser felices por siempre? Já.

Fue incómodo. Felizmente, la escuela nos daba una semana libre después del viaje. Era sábado y cuando dije que no salí por días, era en serio. Bajaba cuando era hora de comer. Tory no intentó acercarse, le dejé en claro que necesitaba tiempo conmigo misma. Rose también lo supo.

"Es un idiota. Te quiere, le gustas, creo que todos lo sabíamos. Tú también lo sabías, pero no quita que sea un idiota", opinó sobre todo el asunto.

No me molesté en responder los mensajes de Finn. En todos pedía que nos veamos. No lo bloqueé, no planeaba fingir que no existía. Simplemente, opté por volver al inicio de nuestra relación amical, y por el inicio me refería a cuando no interactuábamos el uno con el otro.

También ignoré a Hunter. Si es que puedes ignorar a quien te ignora primero. Aunque empezaba a creer que algo serio había pasado y que no se trataba de un simple enojo conmigo. Me percaté de ello cuando Tory fue a su casa a darle una caja de dulces que compró en Francia y él no la recibió. La caja sí, pero no a ella. Tory me explicó que su tía abrió la puerta, agradeció por los bocadillos y cerró la puerta.

De una manera extraña, me consolaba. No me hacía la ley del hielo solo a mí.

En fin, el tiempo a solas no había sido tan malo. Logré terminar los tres primeros libros de la saga Lux. Por el único hombre que me permitía sufrir era Daemon.

—Sal de ahí, criaturita —Mi abuelo tocó la puerta de mi cuarto, al no obtener una respuesta inmediata, la abrió—. Quiero ayudar a tu mamá con las compras de la semana. ¿Me acompañas al súper?

Por un momento se me cruzó por la cabeza preguntarle si ya le había hecho esa oferta a Tory. No me pareció correcto, por algo me lo pedía a mí. Quizá era parte de un plan maligno para sacarme de casa. Acepté.

Fuimos en su auto. En el camino escuchamos música de la radio. Era música de su época. Buenos gustos. Ofreció enseñarme a manejar en vacaciones. Asentí sabiendo que lo último que quería aprender era eso, me daba pánico.

Estacionó el auto frente a la entrada principal. Escogí un carrito de compras y nos adentramos en la zona de frutas y verduras. Mamá empezó una dieta extraña y era lo que le había pedido al abuelo. Le echaba la culpa a la crisis de los cuarenta años.

Tras quince minutos de ir de aquí por allá, ya habíamos terminado. Cruzamos la seguridad. Tory, de niña, se asustaba pensando que podría sonar la alarma cuando nosotros saliéramos de alguna tienda y la gente pensaría que éramos ladrones.

El abuelo evitó que siguiera empujando el carrito al encontrarse con un conocido. Levanté la mirada. Era Carol, la tía de Hunter. Ella recién llegaba a hacer sus compras. Ignoré su conversación hasta que me llamó la atención el tema.

El tema era Hunter.

—¿Cómo está el muchacho?

—Está mejor que nunca. Nada de qué preocuparse —Suspiró e inmediatamente sonrió. Identifiqué ese gesto como falso—. Cosas de adolescentes, ya sabes cómo se ponen.

¿Cómo, Carol? ¿Cómo nos ponemos?

—En fin, se me hace tarde. Debo volver a casa antes de que sea de noche. Un gusto, August —Me miró y de nuevo esa sonrisa fingida—. Nos vemos, Vaila.

Ay, Vaila. Me despedí. El abuelo y yo pusimos todas las bolsas en el maletero del auto y regresamos a casa.

Por la ventana del copiloto, vi la casa de Hunter. La luz de la sala estaba encendida y si su tía estaba en el supermercado, todo indicaba que era él. El abuelo me atrapó mirando su casa y carraspeó.

—El otro día, creo que fue cuando tú y Vicky estaban en su paseo, me encontré al jovencito en el parque. Estaba todo blancón, más de lo normal. Sinceramente, pensé que era producto de las drogas, tú sabes cómo son los adolescentes en estos tiempos. Me paré, como siempre, para saludarlo y él se desmayó. Tuve que casi arrastrarlo a su casa. Al menos Carol dice que está mejor. En esos casos siempre es mejor llevarlos con un profesional —Pellizcó mi nariz con dulzura—. Pensé que era un buen chico, pero mejor no te juntes con él y ni se te ocurra recibirle algo.

¿De eso se trató todo este tiempo? Hunter tenía un problema de drogadicción. Eso no era muy Hunter de su parte. No cabía en mi cabeza.

—Abuelo, creo que debería ir a verlo. ¿Y si tiene problemas graves?

—Pues mejor no acercarse —contestó mientras sacaba las bolsas.

—Abuelo...

Frunció el ceño y negó meciendo su cabeza de izquierda a derecha: —Ve un rato. Conversa con él a ver si logras traerlo de vuelta al buen camino.

No respondí. Sin pensarlo, corrí hasta la puerta y toqué el timbre. Me abrieron.

Del otro lado estaba un hombre de unos cuarenta o cincuenta años. Vestía ropa de estar en casa, holgada y desteñida. Bajo sus ojos había ojeras y bolsas. Me observaba expectante.

¿Ahora qué?

—Uhm, buenas noches —Realmente no sabía si las seis y media eran consideradas parte de las buenas noches o no, igual lo dije—. ¿Está Hunter?

Sus ojos adquirieron luminosidad. Se asomó una sonrisa vacilante.

—¿Eres su amiga?

¿Cómo se suponía que debía responder a eso? Sí, ha habido un abrazo, un par de salidas, nos conocíamos un poco. Calificaba como amiga.

Afirmé que lo era.

—Soy su papá. Le alegrará verte. Hace días que no sale —Me dejó pasar y me indicó que lo siguiera por las escaleras. Ya conocía la casa antes de que ellos se mudaran, por la ancianita Claire, la vieja dueña—. Está pasando por un mal momento. Es bueno que tenga amigos que se preocupen por él. Espero que logres hablar con él.




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