Cien por Cien

Capítulo veinte

Apoyé mis manos sobre mis rodillas para reposar un rato. Venir a correr con Crispy no había sido precisamente la idea más brillante que se me había ocurrido. Era eso o ayudar a limpiar el sótano. Mamá había decidido arreglarlo y volverlo un lugar habitable. A Tory le encantó la idea y sugirió volverlo un cine, uno muy pequeño. Si era su idea, ella debía ayudar. Punto.

Por ello, me encontraba en el intento fallido de ejercitarme. Crispy no colaboraba con sus ataques repentinos de energía. Ella era la que me paseaba a mí.

No me quejé hasta que nos alejamos del parque, llegando unas calles más allá. Crispy parecía que seguía un rastro. Quizá olfateó a algún amigo perruno del vecindario. Sujeté con más fuerza la correa y seguí corriendo detrás de ella. La próxima vez dejaría que Tory la paseara. Limpié una gota de sudor que resbalaba por mi sien y estaba a punto de caer en mi ojo.

De repente nos detuvimos, lo cual agradecí internamente. Nos situábamos en la fachada de una farmacia. Pensé si necesitaba alguna medicina. No. Me apoyé en la pared mientras Crispy intentaba ingresar al local. No la dejé, hasta que me venció y tropecé dando pasos torpes hacia adelante. Provocando que me chocara con una delgada figura.

Me disculpé de inmediato y recogí lo que se le había caído a la persona frente a mí. Una caja de pastillas Dinitrofenol. Esas eran un riesgo y, de hecho, común en personas con trastornos alimentarios. Lo leí en un artículo en Internet. Ideal para bajar de peso de manera drástica. Ideal y peligrosísimo.

Fui levantando la mirada conforme alzaba las pastillas. Mis ojos enfocaron a Hunter, nervioso y con gruesas gotas de sudor cayendo desde su frente. Apretaba la manga de su polera, sus labios formaban una fina línea. Crispy le ladró, pero él no reaccionaba.

—Esto debe ser tuyo.

Agité levemente la caja. Él la miró y luego a mí, así seguidamente hasta procesar la situación.

—Yo… sí, son mías. Las necesito.

No quería entrometerme, sin embargo, sabía que él se estaba hundiendo cada vez más. Mientras más al fondo estuviera, más difícil sería sacarlo de ahí.

—¿Por qué las quieres? —pregunté casi susurrando. Crispy me jalaba para seguir caminando, me mantuve firme enfrentando a Hunter—. ¿Tu doctor te las recetó?

Hizo un gesto de genuina desesperación e intentó quitarme la caja. Lo esquivé y puse mis brazos detrás de mi espalda. No dije nada, esperaba a que él diera alguna explicación. No lo dejaría solo esta vez. Aunque eso implicara ganarme su odio, de nuevo.

—Tengo anorexia.

No esperaba que lo contara así, sin más. Quedé boquiabierta. Y por mi mente pasaron una y otra vez todas las ocasiones en las que le ofrecí comida y no aceptaba. La pizza en mi casa, cuando fuimos a la cafetería de su universidad. Cuando me invitó desayuno, pero nunca lo vi comer o la más reciente, Tory llevándole dulces parisinos y como no la recibió en su casa…

Incluso esa vez, en la feria. Él se había estirado para alcanzar un libro de una de las estanterías más altas y cuando su polera se alzó con él, dejando ver su estómago, su porte cambió enseguida y fue a pedir a uno de los trabajadores que le dé el libro.

Todas las señales siempre estuvieron frente a mí. No fui lo suficientemente observadora para notarlo.

Su apariencia lánguida y decaída. Como poco a poco su sonrisa perdía energía. Si bien el cambio no era fácil de distinguir porque siempre estaba con ropa ancha, tampoco era imposible ver como en los últimos meses todo él se apagaba.

Caminamos en silencio. Aparentemente sin rumbo, pero ambos sabíamos a donde íbamos con lentitud. Como si no quisiéramos llegar a nuestro destino. Cuando vimos el río Ouse en medio del parque Rowntree. Se sentó en la orilla. Crispy lo siguió, emocionada por el largo paseo que estábamos dando. Me acomodé junto a él y solté a Crispy confiando en que no se iría muy lejos.

Hunter se lanzó sobre el césped y cerró los ojos. Escuchaba su respiración agitada.

—Mi vida es asquerosa.

Me sentía la persona más egoísta del mundo. Solo podía pensar en qué tan diferente era el Hunter que conocí en agosto, en verano, con el sol en su punto más alto alegrando el día con su luz, del chico que se autolesionaba y no comía.

No cabía en mi cabeza aquella posibilidad. Eran dos personas totalmente distintas.

—¿Por qué lo haces? —No pude contener mi única duda.

Giré la mitad de mi torso para vernos a la cara. Él continuaba con los ojos cerrados. Sus dedos jalaban el pasto, no ejercía fuerza. De hacerlo, lo habría arrancado.

—¿Hacer qué? ¿Cortarme? ¿No comer? ¿Ser una mierda de persona? —Suspiró—. Mamá se fue, ¿de acuerdo? Yo… yo estaba perdido sin ella, destrozado. Entonces empecé queriendo controlar cada aspecto de mi vida, iniciando con la comida. Contaba las calorías de lo que sea que hubiera en mi cocina; permarexia le llaman.

»Después, simplemente dejé de comer, no quería, no me llamaba la atención, no lo necesitaba. Era feliz, tenía todo bajo control, hasta que me fallé a mí mismo y comí demasiado. Perdí todo por lo que había luchado. Me sentí tan impotente al no poder hacer algo tan simple como no comer.

»Prometí correr diariamente para alejar de mí esa culpa. Se volvió un círculo vicioso. Comía, me culpaba y me castigaba. Un día correr no fue suficiente, busqué otra forma de liberarme de la culpa. Hacerme daño fue lo único que se me ocurrió. No tenía a nadie y esa fue la mejor forma de desahogarme. Y todo era perfecto. Perfecto a mi manera.

Entendí que ese ‘perfecto a su manera’ significaba que todo fue de mal en peor.

—Mi tía me descubrió en el acto y se mudó con papá y conmigo para cuidarme, como si yo fuera un bebé. Empecé a ir con un psiquiatra. Nada mejoró. De hecho, arruinó mi vida. Me alejé de todos, mi única compañía era mi tía. Mi papá tenía sus propios problemas lidiando con el luto. En julio quisieron empezar de cero. Yo pretendí que todo andaba bien, volví a comer frutas, aunque la mayoría terminaba en la basura. Ingresé a la universidad de aquí, papá consiguió un nuevo trabajo, al igual que mi tía Carol. Y pudo quedarse así sino fuera por mí. Siempre arruino todo, Val. Quiero morirme. Quiero morirme.




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