Cien por Cien

Capítulo veintiséis

Conocí a Finn en primaria. Su familia me adoraba tanto como mi mamá y mi abuelo a él, había un lazo, un cariño. Los veía casi todos los domingos en la Iglesia, nos dábamos la paz, me enviaban cadenas de oración por mensaje e invitaban a mi abuelo a cualquier evento. Sin embargo, nada evitaba que un temblor recorriera mi cuerpo al estar frente a ellos en la cena que organizaron por nuestro ingreso a la universidad.

Supe de la cena semanas atrás, me estuve preparando mentalmente para el momento. Solo debía actuar como siempre lo había hecho, la única diferencia era que antes no había besado a su hijo en medio del campus de nuestra futura universidad. Quizá no lo sabían.

Después de bendecir la comida, cada uno, incluida la ya no tan pequeña Diana, llevó el tenedor a su boca para degustar de la lasaña, la comida favorita de Finn.

—¿Te mudarás a la residencia? —cuestionó el señor Forester. Hombre serio y de pocas palabras, muy cordial tras tratarlo reiteradas veces.

—Creo que sí —respondí. Él, su esposa y la hermana menor de Finn me observaron como esperando que continuara hablando. Ya no se podía ni comer en paz—. Al inicio pensaba en mudarme con mi papá, como él vive por ahí. Como sea, el día del tour la residencia me convenció, es un lugar agradable, pero compartir cuarto mmm…

—¡Eso mismo dije yo! Que Finn tenga que dormir juntos a dos desconocidos no es seguro. Quise convencerlo de alquilar un cuarto individual, pero dice que así no viviría la experiencia completa. ¡Imagínate! —me reí junto al señor Forester ante las palabras de Susan, la madre de Finn—. Hasta podría coordinar con tu mami para alquilar un pequeño departamento para ambos, estaría bien.

De haber podido, Finn habría escupido la lasaña sobre toda la mesa. Felizmente no tenía comida en la boca en ese momento. Gracias, universo.

El resto de la cena transcurrió con normalidad, un par de preguntas comunes, lo de siempre. Hasta que Finn chocó mi rodilla con la suya por debajo de la mesa y con una mueca me indicó que mirase a sus padres. Ambos susurraban, inquietos, hasta que Susan se animó a hablar.

—El otro día tu padre volvía del trabajo cuando se cruzó con Victoria Lennin —Me extrañó que mencionara a mi hermana mientras se dirigía hacia Finn, como si yo no estuviera presente.

Victoria y la familia de Finn, por el contrario, no eran tan cercanos.

—Estaba de la mano con una chica.

¿Qué?

—¿A Victoria le gustan las chicas? —inquirió Diana, curiosa, dejando de comer—. Qué cool.

—No es cool, Diana. Silencio —determinó su padre con la mandíbula apretada. Ella bajó la mirada hasta terminar su plato—. ¿Tú sabías, Vaila?

—No —balbuceé. La confusión me embriagaba hasta el punto de perder el hilo de la conversación. Lo último que recordaba era a Susan llevándose los platos vacíos y los cubiertos a la cocina para lavarlos. Quedamos Finn y yo en la puerta del departamento.

Su cuerpo reposaba sobre el marco de la puerta, su mano recorría mi brazo de arriba abajo con lentitud. Su tacto era lo único que me mantenía con los pies sobre la Tierra después de lo que su madre contó durante la comida.

Tenía que volver y hablar con Victoria.

Finn no hizo comentario alguno y se limitó a acompañarme de regreso a casa. Faltando una cuadra, por fin abrió la boca.

—Eso estuvo mal. Mis padres no debieron decir eso, no sé qué les pasó y espero que puedas conversar con Tory, seguro te cuenta todo.

—Por supuesto, como somos tan unidas —dije sin intenciones de bromear, pero igual soltamos una breve carcajada—. Ya se dará el momento.

Me intrigaba. No el hecho de que no fuera heterosexual, sino el porqué no confió en mí y me haya enterado por terceros ajenos a la familia.

Finn y yo nos despedimos con un beso en la mejilla y un abrazo de más de un minuto. Dobló en la esquina a la izquierda y decidí entrar a casa de una vez.

—¡Hola! Justo iba a buscarte.

—Me encontraste. ¿Todo bien, Carol?

Ella estaba en pijama y pantuflas, con una caja de pizza en sus manos. Me pregunté si se habría percatado de su particular apariencia un viernes a las nueve de la noche.

—Es Hunter, la clínica nos permitió traerlo a casa para que pase la noche. A su papá le dio gripe y yo lo estoy cuidando, así que la terapia familiar se postergó tanto que decidieron traerlo aquí —Dio una bocanada de aire antes de seguir—. Me planteé la meta de hacerlo comer algo rico y bueno, traje pizza. ¿Te nos unirías?

Chasqueé la lengua.

Número uno, acababa de comer lasaña.

Dos, dudaba que la pizza fuera una buena opción como parte del menú de Hunter.

Tres, me daba miedo. Sus conductas… un día estaba bien y su trato era acorde a esa actitud positiva. Otros, se desquitaba conmigo.

—Por favor —pidió.

Asentí y en dos minutos ya estaba afuera de la habitación de Hunter con dos porciones de pizza de pepperoni y dos vasos de té con limón, estos últimos fueron a pedido mío.




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