El año pasado.
A diferencia de sus decenas de hermanos, Gioacchino utilizaba una remera musculosa aun con la muy baja temperatura, esta era tal que incluso una pequeña nube de vapor blanco se escapaba de su boca al hablar. Pero otra diferencia, crucial, era también el lugar en el que se encontraba y la época del año; en enero la temperatura máxima promedio en un día suele rondar los 12 grados aunque al estar en frente de los congeladores del supermercado este número se reducía drásticamente.
El joven de 20 años tenía un cesto de plástico verde agarrado de una mano mientras pensaba que cosas debería sacar del congelador: tomó tres sachet de leche, dos de yogurt y unos pedazos de carne cortados y separados en estuches de plástico –Ellos se han estado esforzando mucho últimamente ¿Debería llevarles algo especial?
Las demás personas que compraban allí detenían sus quehaceres por largos ratos solo para quedarse viendo confundidos al joven, el motivo de esto no era su cabello natural rojo fantasía sino el hecho de hablar castellano en una ciudad donde todos hablan italiano.
–Quizás algo de Salmon para la Dra. Ana –sugirió su compañera.
Con el ceño fruncido Gioacchino bajó la mirada hacia sus pies, que se encontraban pisando la parte superior de su compañera –Eres muy mala, que suerte que ella no está aquí para escuchar tus chistes negros o se molestaría bastante –le dijo. Bueno, quizás otra de las razones por la que todos miraban confundidos e intrigados a aquel joven era porque hablaba castellano con su robot aspiradora, al cual utilizaba a su vez como medio de transporte.
–Me redimo dejando que me pises –contestó la inteligencia artificial del dispositivo de limpieza. A veces el joven de ojos marrones se cuestionaba si eso era cierto o su compañera solo era medio masoquista.
Sacudiendo su cabeza él volvió a concentrarse en lo importante –Bueno, creo que estos postres de crema les gustaran mucho –agarró cinco potes del tamaño de su palma para meterlos en el cesto que tenía.
–Creo que te equivocaste, son cuatro.
–Es que dos son para mí –soltó una risa culpable al final.
El robot aspirado era un círculo ancho en el suelo, con el diámetro suficiente para que Gioacchino pudiera estar parado encima con los dos pies juntos, este empezó a moverse por los pasillos del supermercado a la par que cumplía su función y limpiaba el suelo –¿A dónde vamos ahora? –se preguntó el técnico y asistente del laboratorio.
–Faltan comprar otros productos: mermelada, chocolate en polvo, azúcar, té, harina y café. Mucho café para el Dr. Marcos.
Otra vez el chico volvió a fruncir el ceño y bajar la mirada al suelo –No, basta. En serio te dije que dejaras de molestar al Dr. Marcos. Ha estado durmiendo demasiado poco por trabajar en el proyecto y si sigues diciéndole que vas a matarlo mientras duerme su salud empeorara demasiado, ya tiene ojeras demasiado grandes.
La inteligencia artificial del dispositivo de limpieza soltó un sonido similar a una decepción –Esta bien, pero solo hasta que acaben el proyecto.
–Pero si todo sale bien lo acaban esta noche.
El robot de limpieza se detuvo y giró 60 grados para dejar a su pasajero frente a unos estantes –Mejor cállate y recoge lo que te pedí –de mala gana y con los cachetes inflados Gioacchino obedeció <No puede haber nada más humillante y denigrante que obedecer órdenes de una aspiradora parlante>el vapor que se escapaba de sus dientes al hablar había desaparecido aunque sus hermanos todavía considerarían que había demasiado frio para ir vestido tan ligero. El problema era que ellos no estaban acostumbrados a las bajas temperaturas de este lado del continente como si lo estaba él.
El aire estaba impregnado con un aroma a café que le fascinaba a Gioacchino, le encantaba casi tanto como el té. Esto se mezclaba con la suave música de fondo de los altavoces del edificio que creaban para él un lugar muy relajante pero no tenía que dejarse distraer, arrojó los productos a la cesta y le dictó a la IA los precios de los productos en euros para que fuera haciendo la lista y calculara el resultado final.
Al acabar la aspiradora de color gris se desplazó por el piso a la par que sus cepillos y rodillos lo limpiaban – ¿No crees que sería buena idea comprarles algo para festejar si la prueba de hoy resulta un éxito? –quiso saber cuándo sus escáneres incorporados detectaron que pasaban cerca de la vinoteca del supermercado.
–No esto seguro, yo confió en ellos pero existe una buena posibilidad de que la prueba de hoy falle y tener un regalo quizás los desalentaría.
–Bueno entonces es un regalo de consuelo.
– ¿Qué? ¿Por qué quieres comprarlo tanto? Tú ni siquiera vas a poder beberlo. Además, no sé si nos da el presupuesto.
Los parlantes que poseía el pequeño robot soltaron un sonido parecido a un sollozo –Eso me pareció una falta de respeto –la aspiradora giró bruscamente para otro lado, provocando que Gioacchino se tambaleara, y continuó su recorrido por el lugar –De todas formas tampoco nos daba el presupuesto –concluyó y el joven blanqueó los ojos.
– ¿Nos falta algo más?
–Hemos completado la lista así que ahora te estoy llevando a pagar.
Eso le pareció un poco extraño al técnico y asistente del laboratorio – ¿Estas segura? Creo recordar que nombraste más cosas.
–Okey Einstein, en realidad la Dra. Ana me informó que casi están preparados para realizar la prueba así que debo llevarte de regreso.
–Ouh, está bien –a pesar de su edad un poco él sentía que lo trataban como si fuera un niño, pero eso sucedía tan a menudo que ya estaba casi acostumbrado. Con suerte después de varios años de estar en este país extranjero lo dejaron salir afuera aunque sea para comprar, y solo si estaba acompañado del modelo Alfa.Hiva.
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Editado: 28.12.2023