Un año atrás.
El atardecer descendía mientras el olor a hierro de la sangre ascendía. A través de los ventanales que bordeaban los pasillos una suave y cálida luz se filtraba, bañando los muros con tonalidades ámbar y doradas. Ya había pasado casi medio año desde el comienzo de las clases y los alumnos habían aprendido que cuando esos colores resplandecían la hora de las clases llegaban a su fin.
La campana había terminado de sonar y todos salieron de sus aulas para preparar sus cosas y marcharse, las voces de los estudiantes resonaban en los pasillos, una sinfonía discorde de risas y charlas animadas llenaban el aire. Pero de entre los grupos de jóvenes había uno que hacía menos bullicio que los demás, eran solo dos personas: una chica y un chico que se hicieron amigos hace poco a pesar de que estaban en quinto año ya.
El motivo de su amistad, aunque simple al principio fue evolucionando. En un inicio Aedos tuvo que cambiarse de secundaria cuando terminó su cuarto año por motivos personales, en esta nueva escuela y en su último año todos los grupos de amigos ya estaban formados y al ser el chico nuevo no lo dejaban encajar en ninguno. Pero allí estaba Margarita, una chica que aunque se llevaba bien con todos no tenía verdaderos amigos porque a los demás no les gustaba su fanatismo por las cosas paranormales. Por regla de tres los dos solos terminaron uniéndose.
Aunque era cierto que ella no ocultaba su acérrimo gusto a lo paranormal, eso no era toda su personalidad, tenía más pasiones y gustos que Aedos pudo ir conociendo a lo largo de estos meses de clase. De hecho, la había estado conociendo tanto que sentía como si algo, tal vez incorrecto, florecía en su interior con cada mirada que le daba: su figura delgada, su brillante cabello negro y lacio hasta los hombros, su risa; el estudiante nuevo pensaba que quizás no conectaría de esa misma forma con nadie más en el mundo.
– ¡¿Me estas escuchando?! –le gritó la chica y Aedos lo sintió con ternura cuando sus oídos lo escucharon.
El joven de cabello castaño sacudió su cabeza –Claro –contestó limpiándose los pensamientos de la mente.
Su amiga ahora tenía el ceño fruncido – ¿Entonces que te estaba diciendo? –él empezó a vacilar nervioso, su mirada se desvió para los costados pero como no dio respuesta ella tuvo que repetírselo –Tienes la mochila abierta –y acto seguido ella se puso detrás para cerrarla.
–Muchas gracias Magi.
–Perderías la cabeza si no la tuvieras pegada –dijo a la par que ambos terminaban de salir de la escuela, por detrás sus sombras se alargaban en el suelo decoradas por las hojas que caían por el otoño.
A las afueras empezaba a oscurecer, siempre el sol se ocultaba más temprano por esta época del año y eran pasadas las 18:00 por lo que las luces de los faroles se prendieron iluminando la vereda y a ellos –Si ese fuera el caso tú la encontrarías y me la pegarías de regreso –se burló el chico.
–Eso confirmaría que serias un Dullahan –inquirió ella levantando una ceja. Aedos ya había pasado tanto tiempo con Magi que aprendió mucho sobre mitología, los seres que ella mencionó pertenecen a la mitología irlandesa y son jinetes sin cabeza –Aunque creo que debería hacerlo cuatro veces.
Ella había desarrollado un encanto hacia el número cuatro luego de conocer a su nuevo amigo, y todo debido a que él tenía cuatro pequeños lunares debajo del ojo izquierdo. A Aedos le había gustado esto y en redes sociales había cambiado su nombre por Cuatro incluso, algo que a Magi pareció encantarle.
El muchacho sacó su celular del bolsillo para ver la hora –Espero que puedas hacerlo rápido porque creo dentro de poco tienes que entrar a trabajar.
Esas palabras hicieron que Margarita recordara algo importante, algo tan importante para ella que sin darse cuenta su emoción se desbordó y agarró la mano de su compañero para llamar su atención. Aedos estuvo complacido de poder sentir su calor en la piel – ¡Cierto! No te había contado.
– ¿Qué pasa? –preguntó algo sobresaltado por la repentina emoción.
–Creo que la jefa de la cafetería donde trabajo ya me está teniendo mucha más confianza –el tono alegre de su voz aumentaba un poco más con cada palabra –El otro día la escuche hablando y creo que me va a ascender, ahora podría manejar la caja registradora.
Aedos se tranquilizó ya que no era nada preocupante –Esas son grandes noticias, por fin reconocen tu valía.
– ¡Sí! –sin percatarse ella apretó con un poco más de fuerza la mano de su amigo, de su mejor amigo –Y como tendré un puesto mejor me subirán el sueldo y así podré cumplir mi sueño de llenar el balcón de mi departamento con hermosas flores en lindas macetas.
Al escuchar eso el chico se detuvo por un momento, intentó contener la risa y en su lugar surgió una sonrisa antes de retomar su camino – ¿Flores en una maceta? No me digas que ese es tu sueño.
Ella se detuvo en frente de él y esta vez le agarró ambas manos, sobresaltando más a Aedos. La mirada de Magi tenía el resplandor ardiente de una llama interna que no suele verse en otras personas con tantas ganas de vivir –Obvio que es mi sueño, desde pequeñita.
Irresistiblemente Aedos se vio encantado por esa llama viva y contagiosa –Entonces cuando aprobemos nuestros exámenes yo te ayudo a hacer cada maceta.
Ante esa repentina declaración Margarita inspiró aire sorprendida y el muchacho se le quedo viendo con una sonrisa.
-----O-----
Al día siguiente la campana volvió a sonar avisando de la hora del recreo, tendrían diez minutos para relajarse antes de entrar a la próxima clase. Llena de energía Magi cerró su cuaderno y lo guardó en la mochila – ¡Vamos! –le dijo indicando a su amigo sentado al lado aunque este no se movió.
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Editado: 28.12.2023