Científicos, Hechiceros y Astronautas.

Hechiceros – Festín de Sangre Prohibida 3.

Se recomienda discreción, hay escenas fuertes de abuso sexual. 

 

 

La sala de estar de la casa abonada yacía oculta entre yuyos y altas plantas, la oscura noche se extendía fuera de las paredes como un manto de tétrico misterio. La luna, luminosa y profunda, brillaba con un resplandor plateado derramando su luz sobre los rincones olvidados y polvorientos de la sala.

     El silencio reinaba, solo interrumpido por el susurro del viento que se filtraba a través de los huecos de las paredes y ventanas. Más pronto que tarde Aedos se había percatado de que no estaba solo, estaba atado a una silla en el centro de la sala y alrededor otras sillas con más personas atadas formaban un círculo.

     Los prisioneros de a poco habían ido despertando, reaccionando con desesperación e impotencia al igual que él aunque Aedos ni siquiera podía hacer algo para tranquilizarlos. O quizás sí pudo, porque cuando su mejor amiga se despertó al lado ambos se tranquilizaron un poco por la presencia del otro. Algo necesario después de darse cuenta que todos estaban en ropa interior y sus prendas desperdigadas por la sala.

     Unas pocas velas estaban encendidas a lo largo del lugar y se alzaban como pequeños faros de luz en la oscuridad, arrojando parpadeantes destellos dorados sobre los rostros angustiados de los cautivos. Rostros los cuales solo empeoraron sus expresiones de pánico al oír ruidos y risas provenían de la habitación de al lado, que escapaban por la puerta entreabierta que no les permitía ver lo que acechaba en su interior.

     La suave luz de las velas se mezclaba con el olor a cera caliente y el aroma a humedad, esto provocaba para los prisioneros una atmosfera asfixiante y cargada de un pesado suspenso que les generaba ganas de vomitar, aunque sería demasiado desagradable que intentaran hacerlo.

     Todo llevó a su clímax cuando una voz femenina sentenció desde la otra habitación –Ya escucho a todos los ratones despiertos, mejor vayamos y empecemos con esto de una vez por todas –las demás personas gritaron de la alegría y los sonidos de pasos se escucharon cada vez más cerca hasta que la puerta se abrió rechinando y reveló a sus captores.

     Eran cinco jóvenes: tres mujeres y dos varones, aunque al único que pudieron reconocer Aedos y Margarita fue a Valentín. A los demás les sonaba haber visto sus cuentas con miles de seguidores en Instagram pero nada más, aun así todos compartían la misma tez pálida, uñas afiladas y esos afilados colmillos en sus mandíbulas.

     Sin preámbulos Valentín se acercó a su presa y pasó sus fríos dedos por su mandíbula –Lo siento mucho querida, se supone que solo seriamos nosotros dos. Pero ese tonto se interpuso también –agregó bajando su mano hasta el cuello, gozó la sensación de su piel y descuidándose por un momento sus dedos comenzaron a ahorcarla. Solo se detuvo cuando ella soltó un grito mudo de dolor al igual que Aedos.

     –Yo no me quejaría por eso –le comentó a Valentín una chica a sus espaldas –Trajiste otra presa más, eso es más sangre.

     –Entre 2 y 3 litros más de rica sangre –agregó un tercero.

     – ¡Ya dejémonos de estupideces! Que empiece el festín de sangre –proclamó otra mujer. Para sorpresa de sus presas los cinco captores comenzaron a sacarse sus ropas hasta quedar semidesnudos también, y empezaron a besarse entre ellos. Entre los cinco iban intercambiándose y probando las bocas de los otros mientras frotaban con fuerza sus cuerpos entre sí.

     Después de un rato de eso fue que lo peor ocurrió, los captores dejaron de concentrarse en ellos y pasaron sus vistas a las presas que trajo cada uno. Los ojos penetrantes y hambrientos se les acercaron, Aedos fue el único al que no se le acercó nadie pero tuvo que presenciar lo peor.

     Valentín fue directo a Margarita, esta (al igual que los demás) intentaron hacer algo, cualquier cosa: gritaron pero fue en vano por los pedazos de tela en sus bocas, se movieron desesperados con toda la fuerza que podían y aun así no lograban librarse de las ataduras. Y fue entonces que Aedos lo presenció, fuertes y constantes gritos ahogados salieron de la boca de su amiga a la par que su cuerpo se estremecía sin parar cuando Valentín abrió su boca y clavó sus colmillos en la vena carótida del cuello.

     Solo que para ellos lo peor no acabó ahí, mientras se le succionaba la sangre el joven de cuarto año utilizó sus manos libres para frotar los senos de la chica, los apretaba como pelotas anti estrés y después bajó otra mano hacia dentro de su ropa interior. Ante esto Aedos solo gritaba y se retorcía sin parar, limitado únicamente a ver como las lágrimas caían de los ojos de Magi herida más porque su amigo la presenciara en esa situación a por la situación en sí.

     Uno de los captores dejó de beber la sangre de su presa que ya había caído inconsciente y su atención cayó hacia Aedos por todo el escándalo que estaba causando –Parece que este está celoso –se burló –Me preguntó a qué sabrá. Vale ¿puedo probarlo? –el otro chico soltó uno de los senos y levantó su pulgar en señal de afirmación.

     Aedos supo que ahora sería el siguiente, el captor con la boca empapada de sangre se lamió los labios y se le acercó. Al instante un miedo paralizante le nubló la mente, podía sentir como cada latido de su corazón se aceleraba y retumbaba en sus oídos, como un tambor anunciando su propia perdición.

     Un escalofrió recorrió su espina dorsal, y un profundo presentimiento de peligró lo envolvió al ver como el vampiro giraba su cabeza en diagonal hacia él. El primer roce de los colmillos sobre su piel se sintió como una aguja helada que perforó su carne, enviando una oleada de dolor agudo y punzante. La vivida sensación de los dientes penetrando suavemente su carne, como una seda oscura y afilada, le desencadenó una oleada de pánico y angustia indescriptible.




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