Hacía ya dos días desde que habíamos llegado y no podría estar más contenta. Desde pequeña, venir aquí era la mejor forma de escapar del desastroso mundo de las ciudades, de ir corriendo de un lado para otro; del incesante ruido de los coches pitando y la gente quejándose.
Mientras yacía en la hamaca colgante leyendo, un ruido detrás de mí hizo que dejara mi lectura y me diera la vuelta. Nada, ni una mosca. Ni el viento. Simplemente nada.
Regreso a mi lectura y rápidamente me vuelvo a sumergir en el texto. Mientras navegaba por los mares de la antigua Persia una fuerte brisa se levantó provocando que el trozo de tela colgante en el que me hallaba sentada se meciera y como siempre ocurría en momentos como este, mi pelo comenzó a revolotear alrededor de mi cara. Puse el marca páginas y dejé el libro en la hamaca mientras me ataba el pelo en una coleta y cerraba la chaqueta hasta arriba.
Cuando el viento amainó escuché el crujido de unas hojas a mi izquierda. Dirigí mi vista al foco del ruido, pero nuevamente no vi nada. Me disponía a retomar de nuevo mi lectura cuando de nuevo el sonido de las hojas moviéndose volvió a inundar mis oídos, me puse en pie y fui hasta el lugar del que procedía dicho ruido. Sentía el corazón latir fuertemente en mi pecho, mi respiración comenzó a agitarse y el miedo a correr a través de mi cuerpo. Continué avanzando y rodee el Volkswagen de mi tía y cuando vi lo que causaba el ruido pude sentir como mi corazón se paraba y con él mi respiración. Un ligero mareo me abrumó. Cuando conseguí despejarme tomé una amplia bocanada de aire por la boca hasta que sentí que mi cuerpo se relajaba, me agaché y extendí mi mano. Nunca me han gustado los pájaros, eran los únicos animales que me daban miedo.
- Pitas pitas pitas…ven aquí pajarito, no voy a hacerte daño.-el pequeño animal me miró y giró ligeramente su rojiza cabeza, pude ver como su ala izquierda se encontraba ligeramente suelta por lo que deduje que era posible que el viento le hubiera hecho chocar con algo y dañarse así el ala.
Lentamente me quité la chaqueta y fui acercándome al pequeño animal que comenzó a piar y a agitar su ala sana, intentando huir.
Esperé unos segundos para ver si aparecía otro pájaro que pudiera ser su familia, pero nada. Con cuidado me acerqué a él, lo rodee con la chaqueta y le cogí. Siguió piando mientras me dirigía a casa. Una vez dentro fui a la cocina donde estaban mis tíos, en busca de ayuda.
Nada más verme entrar con el pequeño pájaro mi tío se puso manos a la obra a buscar algo con lo que alimentar al animal, mientras tanto mi tía se dispuso a buscar teléfonos de algunos veterinarios de la zona mientras yo humedecía un trapo y me sentaba junto a la chimenea para limpiar al pequeño.
Mientras le limpiaba vi que el color rojizo de su cabeza se iba desvaneciendo dando paso a un plumaje blanquecino, mis ojos se abrieron con horror.
- ¡Tía ven por favor!-los pasos apresurados de mi tía resonaron por el pasillo hasta que apareció en la pequeña salita de paredes de piedra. La luz de la chimenea provocaba, que sus mejillas habitualmente rojas se vieran de un bermellón brillante.
- ¿Qué pasa? ¿Le ha ocurrido algo al pájaro?-negué con la cabeza debido a que las palabras no salían, me puse en pie y fui hasta ella.- ¿qué pasa? Oh.-acercó su teléfono a su oreja y dijo.- sí sigo aquí. Sí, mi sobrina le ha limpiado un poco con un trapo húmedo y parece ser que es blanco, creemos que podría ser sangre…de acuerdo hasta luego.
Cuando colgó me dijo que un veterinario del pueblo de al lado estaría en casa en media hora y que por el momento lo mejor era no mover demasiado al pájaro porque podríamos causarle más lesiones.
El timbre sonó haciéndonos saber que él veterinario ya estaba aquí. Corrí a abrir la puerta y vi a un hombre menudo, de grandes gafas negras y espeso pelo blanco.
- Tú debes ser la sobrina de Marianne. Encantado soy Antón ahora dime, ¿dónde está mi paciente?-le guié hasta la caja de cartón donde habíamos dejado al pajarito envuelto en mantas.-veamos… ¿cómo se llama nuestro pequeño amiguito?
- Aladino.-dice con una pequeña sonrisa, no podía haber encontrado un nombre mejor, sabiendo el libro que estaba leyendo cuando le encontré.
- De acuerdo Aladino, veamos qué pasa en ese ala.-con sumo cuidado sacó al pequeño de la caja y comenzó a revisarle. Cuando sujeto su ala y la intentó desplegar Aladino graznó y comenzó a picotearle la mano.- ¡bien bien tranquilo! Ya te dejo en tu camita.- depositó a Aladino en la caja con mantas y la volvió a colocar cerca de la chimenea. Después se giró y fue hacia nosotros, mientras servía una taza de té para cada uno, Antón nos explicó que lo que había teñido de rojo a Aladino era sangre, que no parecía ser suya pero que de igual forma lo ideal sería que se lo llevara a su clínica para que le pudiera hacer las pruebas pertinentes y asegurarnos de qué tenía mal. Le dí mis datos para que pudiera llamarme cuando supiera algo y así concretar lo que habría de pagar. Me despedí de mi pequeño amiguito y Antón se lo llevó.
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Editado: 19.07.2018