Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

I.

La prisión para magos de Valtoria, así como todas sus símiles en Nova Orda, era una construcción imponente y sombría, situada en las afueras de la ciudad. La estructura era una mezcla de edificios de ladrillo rojo y muros altos coronados por alambre de púas, lo que daba una impresión constante de oscuridad y opresión. A medida que la entrada principal se hacía cercana, era posible sentir el aire frío y húmedo que emanaba del lugar.

Los guardias que patrullaban las torres de vigilancia y las murallas llevaban uniformes negros con botones dorados y un emblema de la prisión en el pecho. También llevaban consigo una variedad de armas, desde porras hasta pistolas. Los prisioneros, por otro lado, vestían monos grises y desgastados, marcados con un número en la espalda para su identificación.

Las prisiones para magos eran lugares deprimentes y oscuros casi por regla, sin beneficios o comodidades para los prisioneros y una rutina diaria estricta y repetitiva. Los magos encarcelados eran controlados por el contingente de guardia, y las medidas de seguridad eran las que se podían permitir teniendo en cuenta la escasa información que Nova Orda manejaba con respecto al fenómeno de la manipulación de energía vital, sumado a la poca efectividad y voluntad que existía en la estructura de poder de la nación por hacer funcionar las instituciones. Lo cierto es que independiente de lo inteligente de la seguridad, o la eficacia del aparataje político y militar de Nova Orda, la esperanza para los que eran descubiertos y encerrados como magos, era prácticamente nula.

Grant era un hombre alto y de hombros anchos, cuyos pasos resonaban por los pasillos de la prisión de magos. Tendría poco más de cuarenta años, pero su expresión dura y su cabello ya canoso daban la impresión de que había vivido más de lo que realmente aparentaba. Vestía de manera impecable, con un traje negro a medida que acentuaba su imponente figura. Su camisa blanca estaba perfectamente planchada y su corbata roja, un toque de color en su vestimenta sobria, estaba anudada con precisión. Un reloj de oro colgaba de su bolsillo y una insignia dorada en su solapa marcaba su rango como director de la prisión. Aunque muchos de sus días se sucedían monótonamente, limitándose a cumplir con una tarea que le habían asignado, sin nunca haber sentido real emoción por su labor, Grant era reconocido como un funcionario inteligente y efectivo a través de su larga carrera. Muy probablemente esa era la razón que le había dado la oportunidad de ascender en las filas de las fuerzas armadas de Nova Orda, sin la necesidad de buscar amigos en altos rangos o llamar especialmente la atención. La mentalidad del director de la prisión podía resumirse en eficiencia para llevar la fiesta en paz.

En Nova Orda cualquier muestra de habilidad o práctica asociada a la nación de Feng era mal vista, y el castigo para lo que en este caso se entendía como magia, en la realidad no bajaba del encierro vitalicio. Si bien a Grant le preocupaba más terminar su jornada sin dejar trabajo pendiente para así disfrutar de un par de preciadas horas de descanso, la mañana de aquel día le encontraba supervisando el centro de encierro para asegurarse de que todo se encontrase en su lugar. En pocas horas recibiría un nuevo recluso, y como esto traería consigo un incómodo momento de colaboración con la Unidad Militar de Seguridad Interna Anti Magia y la policía tradicional de Valtoria, no pretendía dejar ningún elemento del cuál pudiesen agarrarse para criticar su trabajo.

Grant salió al patio de la prisión para recibir al nuevo recluso y a su custodia. Se acercó a ellos con una leve sonrisa en el rostro, intentando transmitir confianza y mantener el asunto dentro de la colaboración profesional. El Sargento Winston, quien lideraba la comitiva, por su parte, tenía una expresión burlona y despectiva.

—¡Bienvenidos a la prisión de Nova Orda! Soy el director, Grant. Espero que hayan tenido un viaje agradable y sin problemas —dijo Grant estoico. Winston soltó una carcajada y se acercó a Grant con una sonrisa maliciosa en el rostro.

—¿Un viaje agradable? ¿A una prisión de aberraciones? No sé de qué hablas, Grant. Pero supongo que no podía esperar un recibimiento decente de alguien como tú —dijo antes de soltar otra grotesca carcajada que hizo temblar su barba y su prominente panza.

Grant se mantuvo impasible ante las palabras de Winston.

—Bien, necesitaré que me entreguen los papeles del prisionero y lo lleven a su celda. Diego, por favor, acompaña a nuestro nuevo recluso y asegúrate de que esté... vivo. —dijo Grant mientras señalaba al joven esposado, cubierto con una roída manta y poco más. Parecía casi inconsciente tras la golpiza que le habían dado los agentes de la Unidad Militar de Seguridad Interna, otro nombre para referirse al grupo militar-policial, que se encargaba de cazar "magos", los cuáles por ley representaban un peligro para la seguridad nacional.

Diego asintió y se acercó a Winston para tomar los papeles del recluso. El sargento los entregó con una sonrisa torcida en el rostro y aprovechó para añadir un comentario desagradable.

—Asegúrate de darle un buen recibimiento, Diego. Sabemos lo importantes que son estos terroristas para ti. —dijo con una risa cruel.

"Wanqian", leyó Diego en voz baja al mirar los papeles. El nombre le reafirmó lo que los ojos rasgados del chico, tullidos por los golpes, le habían hecho inferir a primera vista. El recluso era un Fengniano, o al menos lo era su ascendencia.

Grant frunció el ceño ante las palabras de Winston.

—Ya es suficiente, Winston. Deja al chico en paz. Mantener con vida a los sujetos semi muertos que me traes es su trabajo. —dijo Grant indicando a Diego y al nuevo prisionero.

—Y ahora, si no tienes algo más que aportar, puedes retirarte, Suboficial. —concluyó Grant haciendo especial hincapié en esto último. Por más de que Winston tuviese cierta libertad de acción entre los distintos grupos uniformados, seguía siendo un Sargento, por lo consiguiente, su subalterno.




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