Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

IV.

—¡Hiiiiya! —El grito estridente e infantil estremeció a Melina, quién se encontraba absorta en sus pensamientos contemplando a Aron, cuyo delgado cuerpo descansaba ahora plácidamente en la litera inferior de la celda. Cuando la chica de un salto giró la cabeza, el portal en la pared se cerraba, dejando en la celda solo una figura infantil que parecía demorarse en tocar el suelo con los pies. Sus ropas, de una talla demasiado grande daban una ilusión de ligereza tal que el niño parecía desafiar la gravedad.

—Pulgar… —dijo Melina con evidente sensación de alivio. Antes de poder reprender al chico, este ya estaba con la cabeza casi encima de Aron.

—¿Qué le pasó? ¡Aron! ¡Hermano mayor! —inquirió Pulgar, con un tono inocente y movimientos exagerados. A pesar de lo caricaturesco de la conducta del extraño niño, Melina sabía que su preocupación era genuina, aun si su aparición resultaba inoportuna.

—Solo… solo está descansando. Tuvo un día agitado —Melina intentó confortar al niño.

—Uhmmmmm… ¡Y Melina está aprovechando el cansancio de mi hermano para contemplar de cerca a su amoooor! –dijo pulgar con un tono cantado y burlón, alargando las palabras y finalmente formando un corazón con sus manos, cambiando dramáticamente de ánimo— Gracias al cielo llegué antes de que Melina se aprovechase de su cuerpo. —Continuó el niño su actuación, esta vez mirando a la chica con ojos reprobatorios. Al ver los pómulos de Melina sonrojándose, el pequeño estalló en una larga e inocente carcajada, dando saltos por la celda.

Si bien la joven se encontraba en efecto avergonzada, le aliviaba ver a Aron descansar, y hasta le era reconfortante la aparición sorpresiva de Pulgar. El niño tenía una extraña capacidad de calmar el ambiente y relajar las tensiones, quizá por su corta edad o actitudes exageradas que desembocaban normalmente en situaciones algo hilarantes, trasladando por momentos el oscuro y desesperanzador aire de la prisión, en algo que le rememoraba la vida en libertad. Para Melina, tanto Aron como Pulgar, y de alguna manera el anciano Li Wei, eran sus salvadores y les estaría eternamente agradecida, aun si nunca se los había expresado.

—¡Hiyaaa! –volvió a gritar el niño mientras lanzaba golpes al aire. Sus prominentes pecas resaltaban ante la luz del farol en el pasillo que apenas alcanzaba la celda, y su cabello de por sí cobrizo tomaba un tono ígneo— ¡Mi misión es de reclutamiento! ¡El señor Li Wei convoca a los miembros de la prisión para mañana en la noche! ¡Le daremos la bienvenida al nuevo recluta! –dijo esta vez tomando una posición rígida y adaptando un personaje marcial— ¡No toleraremos atrasos, recluta Melina! ¡Ni siquiera de usted o de su novio! — concluyó llevándose burlonamente la mano a la boca y soltando una risita— ¡Me dirijo ahora a la celda del recién llegado! ¡Súper portal de Qi del comandante Pulgar! —finalizó, antes de abrir un pequeño agujero “mágico” hacia la celda colindante.

—Enano. ¡Te he dicho que no entres a mi celda a estas horas sin avisar! –exclamó Lucía molesta en un susurro que era en realidad un grito, haciendo el ademán de levantarse y arrojar algo a Pulgar desde su cama.

—¡Knock Knoooock! —respondió pulgar llevándose la mano abierta al costado de los labios, simulando amplificar el sonido con algún objeto imaginario.

—¿Qué…? ¿Qué? —murmuró Wanqian a medio despertar.

—¡Nuevo recluta! —exclamó Pulgar contento, con la mitad del cuerpo en la celda. Wanqian se frotó los ojos, deseando una vista clara de su interlocutor en la penumbra.

—¿Qué quieres? —preguntó Melina cortante.

—Mañana. A la hora habitual —contestó el niño.

—¿Habitual? —preguntó Wanqian sentado en su cama. Lucía titubeó. Pero se decidió a hablar.

—Está bien. Está bien, enano —dijo la chica intentando cortar la conversación.

—¡Excelente! ¡Saludos, nuevo recluta! –contestó el niño pequeño mientras se disponía a mover todo su cuerpo a la celda.

—Sa… Saludos —quiso responder Wanqian con voz insegura.

—¡Fuera! —Los interrumpió Lucía.

El silencio reinó por unos segundos, Pulgar se retiró con una sonrisa pícara en la boca. Wanqian se apoyó en la pared.

—Ese es Pulgar. De su verdadero nombre nadie tiene idea, probablemente nunca lo tuvo. Ha sido sujeto de experimentación toda su vida —comenzó a relatar Lucía—. Comparte celda con el anciano Li Wei.

—Pero… ¡Atravesó la pared! ¿Por qué no se ha escapado?

—Ya te dije antes, chico. Por ridículo que parezca nadie parece tener intenciones de escapar. Aunque, en el caso de ese niño ¿Quién sabe? ¿A dónde va a ir? No tiene nombre, identidad. Lo único que conoce es la prisión para infantes, y esta, mentalmente parece tener cinco años, y la idolatría que le profesa a Aron… —Lucía prosiguió con su relato, pero Wanqian se hundió en un profundo sueño, con solo una pregunta en su cabeza “¿A dónde ir?”.




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