Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

VI.

—Alguien viene, maestro Li —dijo Pulgar, ladeando la cabeza con expresión de duda. El anciano se limitó a asentir—. Quiero decir, alguien malo —continuó, ladeando su cabeza hacia el otro lado. El anciano volvió a asentir y se acercó a la puerta de la celda número 1, como sabiendo lo que venía.

—¡Aron! ¡Aron! ¡Despierta! —exclamó Melina dirigiéndose al joven que acababa de despegar un ojo, en la celda 2.

—Bien. Wanqian. Supongo que ya los percibiste. Observa todo, agudiza tus sentidos, retén toda la información que puedas captar. Si somos inteligentes este imprevisto puede venirnos muy bien. —En la celda número 3, Lucía se atrevió a esbozar una leve sonrisa.

Pocos segundos pasaron antes de que Wanqian escuchase las pisadas y el ajetreo. Por lo que logró percibir su cámara fue la última a la cual entraron.

—¡Fuera de la celda! ¡Fuera de la celda! ¡Cualquier movimiento sospechoso terminará con plomo en cabeza de mago! —Cuatro hombres con el traje de la Unidad Antimágica, acompañados de guardias de la prisión entraron sin delicadeza esposando al chico y su compañera, sacándolos de la celda y llevándolos al pasillo que rodeaba el patio desde el segundo piso. Wanqian logró ver a cuatro prisioneros ya formados en la platea inferior, antes de caer por las escaleras de una patada en la espalda.

—¡Más rápido, rata! —gritó el soldado que le llevaba a reunirse con los demás prisioneros, al que el chico no podía seguirle el paso, aun sin recuperarse de la cojera con la que llegó a la cárcel en primera instancia. Se incorporó con una nueva herida en el rostro y siguió su camino saltando en una pierna hasta llegar a formarse, justo detrás de Lucía. Los prisioneros se encontraban formados en tres líneas de dos, una línea por celda de la prisión.

Wanqian comprobó lo que le había contado Lucía la noche anterior. El anciano de la primera fila era probablemente Li Wei, aunque no le lograba ver el rostro probablemente sus mirada fuese de ojos rasgados como los suyos. Detrás del hombre mayor un niño al que le calculó diez años, seguramente Pulgar, el pequeño que atravesó el portal. En la siguiente línea un joven delgado de cabello castaño, el famoso Aron. Justo detrás una chica delgada de tez trigueña, temblorosa y al borde del llanto, Melina, antigua aristócrata abandonada por su familia –según Lucía—, y finalmente, justo delante de Wanqian, su compañera de celda, probablemente la más alta de los presentes y de hermosa figura aun con el mono de prisión.

—Reclusa número 18, Lucía Giovanni. —leyó en voz alta un soldado de la comitiva de Winston. El Sargento se acercó a la chica, la miró primero de abajo hacia arriba, y luego se ubicó a sus espaldas, delante de Wanqian.

—Algún día voy a venir a jugar contigo, zorra —dijo en la nuca de la chica—. Sería una lástima que murieses primero… —Wanqian alcanzó a notar que dejando de lado la imponente presencia del asqueroso Sargento Winston, no superaba a Lucía en estatura.

—¿Es Lucía alta como una torre? ¿O el señor gordo solo puede crecer hacia los lados? —Se escuchó a Pulgar preguntar mirando hacia Aron. Wanqian no lo pudo creer por un par de segundos, pero el comentario —intencional o no— era una burla que despertó su sentido de alerta.

“Observa todo, agudiza tus sentidos…” recordó las palabras de Lucía. Cayó entonces en que estaban rodeados de soldados con rifles largos apuntando hacia el suelo en diagonal y guardias de la prisión formados en línea curva. Le causó curiosidad ver a Grant en el pasillo de arriba, frente al de las celdas, con las manos entrecruzadas tapando hasta su nariz. Observaba la situación, los codos apoyados en la baranda, la mirada expectante. A su lado Diego, el joven aprendiz de científico, con su cabellera rubia y ojos extremadamente preocupados, y finalmente al otro lado del director de la prisión, el que debía de ser Von Hagen… ¿Sonriendo? ¿Estaba el legendario científico loco Von Hagen disfrutando con el comentario de Pulgar? Este último pensamiento le hizo soltar un soplido de sorpresa, que Winston tomó como una risa –o tal vez no— lo que le llevó de inmediato a darse vuelta y golpear la cara de Wanqian con el dorso de su enorme mano, botándole nuevamente al suelo, y regalándole otra marca en la cara.

—Recluso número 33, Wanqian Ji. —leyó el guardia del papel, aclarándose la garganta.

—¡Basura Fengniana! —Escupió Winston, de forma metafórica y literal, mientras el chico intentaba incorporarse— ¿No tuviste suficiente con el día de ayer? —continuó el Sargento acercando su cara a la del chico.

—¡Jaaaaaaaaaaa! —Se volvió a escuchar a Pulgar— ¡El compañero nuevo no recuerda del día de ayer al señor gordo! ¿Por qué no distingue al señor ballena? ¿Los ojos chiquitos no le dejan ver bien? ¿Señor Li? ¿Las ballenas se pueden ver de lejos? ¿No? ¿Sí? —El niño se estiró los ojos con los dedos intentando imitar los clásicos ojos Fengnianos y miró fijamente a Winston, llevando a cabo su lúdico y fuera de lugar experimento de visión. Esto provocó que el rechoncho Sargento se volviera hacia él con expresión de furia, para inmediatamente cambiar de objetivo.

—Tú… —dijo mirando a un sorprendido guardia de la prisión en específico– Tú estuviste a cargo de la celda número 1, de dónde salió ese JODIDO MOCOSO —continuó mientras se acercaba al guardia que parecía no comprender la situación.

—¡Sí, señor! ¡Yo saqué a...! —La respuesta se vio interrumpida de manera violenta y sorpresiva por un balazo que le desfiguró el rostro y le mató al instante. Grant se irguió molesto decidido a bajar del pasillo desde donde observaba, Diego le tomó del brazo implorándole calma.

—¡Que alguien espose a ese pedacito de basura! ¡Ahora! —Amenazó Winston con su revolver apuntando al techo. Recién en ese minuto Wanqian se dio cuenta de que el pequeño Pulgar tenía las manos libres. Y al parecer no fue el único sorprendido.

—Guaaaaaaaau. ¡No tengo esposas, señor Li! —dijo el chico con un tono cantado, mirando a su compañero de celda y luego sus propias manos. Dos soldados de la Unidad Anti Magia corrieron a esposar al niño que los miró con curiosidad mientras estos volvían rápidamente a su lugar en la formación. Tras verle nuevamente de manos atadas, Winston arremetió hacia donde estaba el niño apuntándole a la cabeza.




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