Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

XIII. Melina Ferranza. Parte 2.

Dos años más tarde, Melina, Camilo, su Madre y la tía Beatriz Silveira compartían el té.

De propiedad del fallecido abuelo Augusto Silveira, la enorme y elegante vivienda constaba con un bonito jardín, una enorme biblioteca y un lugar especial dedicado para músicos, quienes amenizaban el ambiente en ocasiones especiales. Beatriz era la hermana mayor de María Isabel, una mujer soltera y mayor, con cierta expresión de desprecio incorporada. A Melina nunca había terminado de agradarle, y Camilo, a pesar de verla como una mujer de pocas luces le tenía un cariño especial desde pequeño.

—¿Cuándo vamos a quitar esos cuadros? ¿Bea? —preguntó Gastón quien entraba a la sala del té con su sonrisa y actitud presuntuosa habitual. Indicó las paredes de la casa, donde colgaban diversos tipos de arte de Leopoldo y su descendencia, sus hazañas de guerra, e incluso alguna del General Krom abatiendo magos.

—¡Oh! ¡Gas! Pero, tú trabajo… —replicó Beatriz afligida.

—Mi trabajo es el servicio público, hermanita. No le tengo miedo a ningún general. —contestó Gastón, algo ofendido.

—Pues, entonces. Quitémoslos de inmediato, hermano mío. —dijo María Isabel, sobando su notoria panza de unos ya ocho meses de embarazo. Melina y Camilo alcanzaron a notar la leve sonrisa pícara que esbozó su madre al hacer esta propuesta— Podemos pedírselo a alguno de tus muchachos ahora mismo —continuó, indicando a la zona de la servidumbre.

—¡María! —exclamó asustada Beatriz. Resultaba notable la facilidad con la que la mayor de los Silveira se estremecía frente a algunos comentarios, llegando al borde del pánico— ¡Tú! ¡Gilbert! ¡Vino para tu señor Gastón! —cambió de tema la mujer, hablando a alguno de sus sirvientes.

—¡Sobrinitos! ¡El próximo domingo habrá una competencia amistosa de tiro al blanco entre jóvenes promesas de Valtoria! ¡Quizá hasta vengan algunos muchachos de los pueblos del exterior! ¡Vendrán conmigo… espero! —dijo Gastón sonriendo antes de terminarse de un sorbo su primera copa de vino. Los ojos de Melina brillaron, mientras que Camilo fingió una sonrisa. Beatriz torció la quijada.

—Esos lugares y actividades no son para niñas. —dijo antes de llevarse la tasa de té a la boca, dejando al descubierto sus ojos, que observaron a Melina con algo similar a rabia.

—¡Melina es una mujer especial! ¡Renovadora! ¿No es cierto? —respondió el hombre que iba por su segunda copa. La niña sonrió orgullosa—. Y tú, Camilo. No me falles, que luego de la competición nos reuniremos con ciertos amigos y amigas, las que ya estás en edad de conocer… Y que por cierto tu padre nunca te presentará. —Esto último le hizo soltar una carcajada llena de satisfacción. Entre sus ocupaciones como líder de la familia Ferranza, su evidente falta de gusto por la sociabilización innecesaria, y lo aburrido que le resultaba Gastón, Arturo no solía asistir a las reuniones en la finca de los Silveira, a pesar de las quejas de su esposa e hijos.

Camilo, por otro lado, habló sin pensar.

—Pero… Emily... —dijo generando un silencio incómodo.

—Emily. ¿Quién es Emily? —respondió Gastón luego de soltar una carcajada— ¿O es que mi sobrino ya tiene una mujer? ¿Te he estado subestimando? Oh ¿Señorito Ferranza? —continuó escupiendo algo de vino en la copa. La expresión de Camilo oscilaba entre la vergüenza e incredulidad. Por un momento su mirada se perdió. Melina no llegó a entender del todo así que prefirió guardar silencio y reír coloquialmente junto a su tío.

—Deberías controlar a tu servidumbre, María. Siempre habrá jovencitas intentando llevar por el mal camino a Gas, ya supiste como el pobre perdió su matrimonio —comentó convencida Beatriz a su hermana, la que prefirió guardar silencio y girar la cara para esconder su expresión de tedio.

Así, Melina pasó los cuatro años siguientes entrenando arquería con su padre, cuidando las plantas junto a los jardineros, acompañando interesada la crianza de su pequeña hermana Fernanda y galopando por los bosques junto a su hermano. Si bien, su incipiente ingreso al gran mundo de la alta sociedad, en eventos y fiestas de etiqueta no le resultaba especialmente atractivo, se desenvolvía en estos ambientes con elegancia.

De figura frágil, movimientos gráciles y precisos, —que no tenían precisamente relación con su instrucción en las normas de etiqueta— Melina brilló rápidamente en el mundo de la élite de Nova Orda. Gastón no desaprovechaba oportunidad para en algún evento mostrarla orgullosa como su sobrina y hablar abiertamente de sus habilidades en arquería, algo sorprendente para una mujer de su estatus.

Camilo, por su lado, llegó a los 18 años con un creciente interés en la historia y geografía global. Aprovechando las enormes bibliotecas de la mansión Ferranza, la espaciosa residencia Silveira y el par de instructores con los que guardaba buena relación, había recolectado información como para hacer un mapa mental medianamente certero de los procesos sociales, geopolíticos y macroeconómicos que habían llevado a Nova Orda ser la nación que era hoy en día. Esto, en demérito lamentablemente de su instrucción como sucesor de la cabeza de los Ferranza —lo que le había llevado a tener roces y cierto alejamiento con su padre— y de su participación en la vida social esperada para un joven noble de su familia. El resto de su ímpetu adolescente lo ocupaba aprendiendo esgrima clásica, adquiriendo una pericia considerable con el mosquete, el mandoble y el sable. Sin embargo, ni siquiera en aquel ámbito recreacional había conseguido brillar, siendo acusado —con justa razón— de no respetar las reglas de los duelos, y ocupar trucos sucios para ganar.

Debido a la maternidad de María Isabel y el tiempo que esta le requería, Beatriz se había acercado paulatinamente a los Ferranza para ayudar a su hermana, algo que esta agradecía aun sin estar de acuerdo con que el concepto correcto fuese ayudar. Precisamente debido a esto, cuando la pequeña Fernanda Ferranza tenía alrededor de dos años, habiéndose decidido que sería en un futuro encargada a Emily como doncella personal, esta última fue severamente humillada para luego ser violentamente despedida —ante el shock de Camilo—, tras descubrirle Beatriz en medio de actos indecorosos junto a Gastón en las inmediaciones de una pequeña salita destinada al guardado de artículos de aseo.




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