Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

XV. El Comerciante Nathaniel Rainhart.

Nathaniel adjuntó un número largo que Camilo no se molestó en observar, pagó amistosamente las diez ordañas y tomó un caballo antes de salir de los establos, indicando con la cabeza a Camilo para que hiciese lo propio. Al salir, Nathaniel ya se encontraba en la esquina de la bandeja. Aun sonriente, levantó su mano e hizo un gesto con la mano invitando a Camilo a seguirle, la sorpresa para el chico Ferranza llegó cuando Nathaniel levantó la otra mano mostrándole una bolsa de monedas… su bolsa de monedas.

Camilo chequeó su cinturón y confirmó que le habían robado, aprovechó para preparar su estoque, y lentamente se dirigió a doblar la esquina que Nathaniel había seguido hace un par de segundos. El problema eran más que las monedas, había algo más que dinero en esa bolsa, y en un impulso de rabia se preparó para la posible emboscada que tuviese el ladrón a la vuelta de la esquina, literalmente. Cuando dio la vuelta listo para usar su arma, se encontró con una escena bastante menos hostil de lo que esperaba.

—¡Hey hey hey! ¡Tranquilo! —dijo Nathaniel sonriendo nervioso, con las manos levantadas y usando la boca para indicar hacia el suelo, donde se encontraba la bolsita de monedas de Camilo.

A las espaldas de Nathaniel había una carreta cargada sacos, y justo detrás una enorme muralla— Mira, tomé cinco libras por el caballo… Y tal vez cinco más, por el favor —dijo añadiendo una risa corta— Mi nombre es Nathaniel. Nathaniel Rainhart. Me dedico al comercio y a… Hacer dinero de distintas maneras. Incluso haciendo de guía a un noble perdido en la urbe. —Continuó guiñando un ojo.

—Me has estado siguiendo —dijo Camilo adelantando el estoque, pensando en que se acababa de meter en un problema todavía mayor que simplemente no arrendar un caballo.

—¡Hey! ¡Hey! —volvió a exclamar Nathaniel, aun con nervios pero esta vez algo ofendido— Si tuviese malas intenciones, de partida no me hubiese atrapado yo mismo en un callejón. Pude haber tomado solo un caballo, robado esa jugosa bolsa de monedas, haber huido y, con todo respeto, hubieses vuelto a tu mansión sin saber qué diablos pasó.

—Te hubiese buscado, escribiste tu nombre en el contrato —respondió Camilo, más que nada porque se sentía humillado. Nathaniel tenía razón.

—¿Tú solo? ¿O con ayuda de tu familia que no quieres se entere de tus andanzas? —Nathaniel era rápido e ingenioso. Camilo se consideraba a sí mismo inteligente y de mente rápida, pero esta breve situación le hizo dudar. A pesar de sus emociones juzgó que lo más sensato era rendirse. Resopló bajando la guardia, y tomando la bolsita de monedas con el estoque.

—Está bien. Tú ganas —dijo sacando dos monedas de oro de la bolsita—. Esto es por el favor —dijo lanzando la primera a Nathaniel—. Y esta por guardar silencio —continuó, lanzando la segunda, con la esperanza de que el supuesto mercader no tuviese intenciones de meterse en líos con la nobleza. Acarició a su efímero compañero caballo, y procedió a caminar de vuelta a su residencia, con el decepcionante sabor de la derrota en la boca.

—¡Hey! ¡Hey! —Nathaniel parecía tener otros planes— No se sienta usted mal, señor. Si he llegado a tener un permiso para comerciar en la zona de los jefes es porque mi astucia está, humildemente, a un nivel muy superior al del promedio. —Hizo esta vez una reverencia, usando el tono que comúnmente usaría un ciudadano para dirigirse a un noble. Nathaniel reiteró su oferta entonces—. Permítame, mi señor, hacerle de guía por la inhóspita Valtoria. —Selló su pequeño discurso con otra reverencia.

—¿He sido tan evidente? —preguntó Camilo ya vencido. Nathaniel soltó una risita.

—Para nada, mi señor. Pero para mí, sin embargo… —Camilo estaba seguro de no haberlo hecho tan mal en su intento de pasar desapercibido, pero su éxito se debía en gran parte a que en el ajetreo de la Zona Administrativa nadie se había detenido a observarle. Nathaniel por el contrario observaba a la gente y buscaba los detalles casi por instinto de supervivencia.

—Necesito llegar a la Zona Comercial, y volver antes de que el sol caiga —dijo Camilo mirando concentrado a su interlocutor, quién sonrió de oreja a oreja. El comerciante entonces llevó su caballo y el de Camilo a ubicarse para tirar la carroza repleta de mercancía —Lo que descolocó por unos segundos al chico Ferranza, quien estaba convencido de haber visto una carreta vieja, de verdad los nervios le estaban jugando una mala pasada— e indicó a Camilo que se sentara en el interior, donde por una pequeña ventanilla podrían comunicarse.

—¡Hey, señor! ¿Un cigarrillo? —Le ofreció antes de partir.

—Camilo. Camilo Ferranza —se presentó tomando el pequeño cilindro relleno de tabaco.

—Pues por ahora serás solamente Camilo, señor —dijo Nathaniel sonriendo.

—Solamente Camilo —respondió el chico Ferranza encendiendo el cigarrillo. Sintiendo por fin sus músculos y tendones relajados, soltando una bocanada de humo.

—¡Ah! ¡Y yo solamente Nate! —respondió el comerciante, antes de, entusiasta, emprender la marcha— Compañía Rainhart ¡Hacia la Zona Comercial!

 

Mientras tanto, Melina y Gastón se encontraban ya en la previa a la competencia.

El lugar era un elegante campo de tiro ubicado en un enorme terreno propiedad del ejército de Nova Orda. Los majestuosos árboles y jardines que rodeaban el espacio nada tenían que envidiarle a los de la mansión Ferranza. Para las y los espectadores se habían erigido gradas temporales, con asientos cómodos y una vista clara en general del área de tiro. La notable preparación del evento terminaba de quedar demostrada en las tres sillas altas que, apartadas de las gradas y dando aspecto de imponente trinidad, esperaban alojar a los jueces.

“Una competencia pequeña e informal. Algo de bajo perfil…” ¿Tío? —preguntó Melina algo nerviosa observando el panorama.




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