Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

XX. Camilo y Nathaniel. Parte 2.

—¡Hey Hey Hey! ¡Tranquilos! —dijo Nate intentando sonreír y calmar la tensión del ambiente. Cuando el mango del arma de fuego le dio en la cabeza y le lanzó al suelo sin dejarlo hablar, recordó cuál había sido su verdadero error ese día. Como se dirigía a la Zona Administrativa, en un viaje rutinario y seguro, decidió ahorrarse el pago de los guardias que comúnmente contrataba. Por si fuera poco, al haber modificado su horario de llegada, la ronda policial —que muy en su estilo tenía calculada— ya había pasado por su calle hace quizá una hora. Y Si bien, Nate consideraba su astucia y el clima de Valtoria las claves de su éxito, había otra, la principal: Evitar las confrontaciones. Pero, el día había sido tan bueno y rentable... pensó mientras comía tierra y el mundo se le daba vueltas.

“A veces para obtener mayor ganancia es necesario arriesgarse”, pensó intentado incorporarse, la lluvia se intensificaba y el agua se mezclaba con la sangre de su sien lastimada. El sujeto del arma de fuego se dio la vuelta e inmediatamente lanzó otro golpe con el mango del arma hacia la cabeza de Nathaniel, quién aun no terminaba de erguirse del todo, pero en esta ocasión el golpe falló, curiosamente sin que Nate se moviese para evadir. El asaltante descolocado hizo un esfuerzo por ajustar su visión, la que pensó le fallaba, dándole al mercader unos segundos para respirar.

—La pregunta es ¿Quién está arriesgando más? ¿Ustedes o yo? —habló esta vez en voz alta, con tono ofuscado.

La tienda comercial —y a la vez vivienda— de Nathaniel se encontraba de camino al fin de un callejón en la Zona Comercial e Industrial de Valtoria. Por razones ambientales, o solo quizá de otra índole, la lluvia se combinaba con niebla en la zona donde justamente en este momento, el mercader sufría un atraco. Los compañeros del tipo de la pistola de bolsillo habían intentado sin fruto abrir el carruaje para extraer las mercancías, sus patadas parecían impactar al aire, y la lluvia —que se no paraba de intensificarse— más la niebla creciente los desesperaba aún más.

El maleante de la pistola —un tipo fornido y al menos veinte centímetros más alto que el mercader— que parecía ser el líder, decidió obligar a Nate a abrir el carruaje en vista de sus fallidos intentos, sin embargo no tuvo éxito esta vez en su intento por tomarle de la ropa, su agarre se fundió en la niebla y no alcanzó su objetivo.

Nathaniel y su estatura baja estaban resultando más problemáticos de lo esperado con la niebla y la lluvia presentes.

Los demás asaltantes entonces decidieron unirse en la misión de capturarlo, así que terminaron por hacerle una encerrona, desde un lado los cuatro armados con cuchillas, y desde el otro el sujeto fornido. Nate sonrió con sorna e hizo el ademán de abalanzarse sobre el líder de la banda, frente a lo cual el sujeto sorprendido disparó.

—Apunta mejor para la próxima. Inútil —dijo Nate burlón, justo cuando uno de los cuatro que se encontraban a sus espaldas soltó un grito de dolor llevándose las manos a la pierna derecha, herida de bala. Nathaniel Rainhart estaba molesto, había tenido un día que consideraba exitoso y, un asalto culpa de su propia falla de cálculo a las puertas de su casa era algo que, ni siquiera un tipo sosegado como él, estaba dispuesto a tolerar.

Sabiendo que, el siguiente tiro tardaría unos segundos en estar listo, el mercader aprovechó la oportunidad para rodear al sujeto del arma de fuego y apartarse de la encerrona, la lluvia comenzó a golpear aún más fuerte, y el viento amenazó con las primeras pequeñas brisas. Lamentablemente para Nate, su nueva ubicación lo dejaba menos cubierto por la neblina, acentuándose esto con las pequeñas ráfagas de viento que parecían querer despejar el lugar. Así, el líder de los bandidos lo tuvo finalmente en la mira y apuntó con odio.

—Parece que arriesgaste demasiado, ricachón —gritó triunfante listo para disparar, cuando un filo metálico le atravesó como una enorme aguja a la altura de la muñeca y le hizo soltar la pistola. El sujeto tuvo la mala idea de perder tiempo buscando en el suelo, intentando recuperar el arma, segundos que Nate aprovechó para con un salto golpearle la nuca. El impacto, con toda la fuerza de sus dos brazos entrelazados, lanzó al sujeto de bruces al suelo.

—Ese es tuyo, compañero —se escuchó la voz de Camilo —cuya aparición, por supuesto, Nate había predicho desde antes—, al que Nate por fin pudo ver saltar cubierto por la niebla desde un muro, a las espaldas de los cuatro sujetos restantes. Al parecer la apuesta aún no estaba perdida.

Habiendo lanzado su estoque para ayudar previamente a Nate, el joven Ferranza se dispuso a usar el sable, que si bien no era un arma elegante o tan bien vista en la alta sociedad, había sido siempre su favorita en los entrenamientos de esgrima. Esto además tenía un emocionante extra para Camilo, el que por fin podría darle uso a su estilo “sucio”, por el que nunca le fue permitido participar en competiciones oficiales. El joven Ferranza, entonces, dio rienda suelta a su agresividad.

Contando con el factor sorpresa de su lado, y una razón de peso para pelear, aún con la vista disminuida por el clima, Camilo parecía bailar entre sus oponentes, que desorientados, mal ubicados y con armas de poco alcance no representaron un desafío.

El joven pensó que esa soltura y sensación de maravillosa fluidez y libertad, coordinando movimientos y respiración, era muy probablemente lo que su hermana Melina sentía cuando corría por el bosque acertando los más imposibles blancos con sus flechas.

Cuando la niebla bajó, de un momento a otro considerablemente, Camilo, rodeado de cuatro sujetos gimiendo de dolor hincados en el suelo, vio a Nate apuntando la misma pistola de mano con la cual habían intentado herirle, a un reducido líder de banda que se encontraba de rodillas en el suelo.

—La lavandería Rose no es el lugar. Necesito entrar a la zona siguiente —dijo Camilo —que cubría con un pañuelo casi la totalidad de su cara, llevaba su ropa mojada y sucia con manchas de sangre— a un Nate que comenzó a reír a viva voz, soltando la tensión previa, sin dejar de observar los movimientos de sus atacantes que se retiraban lentamente con heridas que probablemente tardarían bastante en sanar.




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