Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

XXI. Melina y Katya. Revancha! Parte 1.

Un año más tarde… Una desgastada y visiblemente decaída María Isabel Ferranza hacía un esfuerzo por sonreír, mientras, junto a su hija Melina, se excusaban por la impuntualidad a la hora de acudir al evento en la Mansión Montclaire. La Señora Ferranza aludía a su pobre estado de salud como obvia razón. Lo cierto es que las disculpas eran protocolares, ya que nadie se atrevería a recriminar algo a una enferma María Isabel Ferranza, esposa del señor Arturo —quién había adquirido aún más importancia en la esfera más alta de poder de Nova Orda—, y por supuesto, madre de la pequeña estrella, Melina.

La segunda de los hermanos había adquirido una fama importante luego del campeonato de tiro realizado el año anterior, dándole a la nobleza clásica un golpe anímico frente al ejército y la nueva clase dominante. Esto mismo, sirvió para que Gastón —que comenzó a recibir diversas peticiones de mentoría en manejo de tiro, y teoría del entrenamiento, a pesar de ser un arquero mediocre— ganase un grado de Sargento en el ejército de Nova Orda, título que aunque producto en gran parte de la presión social y la idea confusa pero generalizada de ser el gran mentor de Melina, le vino como anillo al dedo al tío de la joven, quién ahora podía discutir con el Sargento Winston sin sentirse inferior, al menos no por diferencia de grado.

A los hermanos Ferranza les sorprendió, por supuesto, que Gastón aceptara un puesto militar teniendo en cuenta su discurso, sin embargo, éste los tranquilizó argumentando que estaban dando el primer paso para cambiar la visión del gobierno desde dentro, ya que escalar en el ejército significaba escalar en el poder gubernamental para así iniciar un proceso que paulatinamente terminaría con el conservadurismo y el “salvajismo” imperante.

Melina y su madre, ya dentro del recinto, se acercaron a un grupo donde ya se encontraban previamente rostros conocidos. Un visiblemente incómodo Arturo Ferranza, Gastón Silveira, ya algo exaltado y hablando con la lengua trabada, el Señor y la Señora MontClaire escuchando con interés y algo de resquemor, y, cerrando la lista, los ya clásicos amigos de Gastón, que gracias al efecto dominó del campeonato de Melina, al igual que Gastón habían aumentado su status y ganado mejores puestos.

—Nathaniel… ¿Reinworm? ¿Quién se supone que es? ¿A dónde estás mandando nuestro dinero, Ferranza? —Gastón increpaba incisivo —y trastabillado— a Arturo.

—A mis hijos les gusta, chico —respondió Arturo condescendiente, exaltando más a Gastón— Además, hemos de acostumbrarnos a que Camilo tome las decisiones. Y, por lo demás, me parece un comienzo acertado. Nate es un chico inteligente, y ha demostrado competencia, seriedad y calidad en sus servicios.

—Un chico inteligente. ¡Claro! ¡Haciendo crecer su compañía de poca monta con nuestro dinero y la protección de tu hijo! Sí… Tu hijo ¿Dónde está ahora? ¿Qué es más importante que hacer conexiones y establecer alianzas en esta reunión? ¿Estará en algún horrible lugar de la ciudad jugando con el confiable Nate? —respondió Gastón con la cara enrojecida— ¡De seguro es otro lame botas de la doctrina de Leopoldo, como has sido tú todo este tiempo! —comenzaba a gritar.

—De Leopoldo III, el que llevas en el escudo de tu nuevo uniforme de trabajo, Gastoncito —Arturo Ferranza demostraba su temple… o quizá era la sobriedad, al caso el resultado era similar, mantenía la compostura, siendo esto muy notorio al lado de Gastón Silveira.

—¡Tú y mi hermana! ¡Tú y mi hermana…! —comenzó Gastón sin notar la presencia de María Isabel y Melina quienes escuchaban sin llegar aún a unirse al círculo.

—Tu Padre siempre amó a María Isabel, aunque a ti fuese al que le cumplían los caprichos, Niño —Arturo comenzaba a subir el tono.

—¡¿QUE SABES TU DE MI PAPA!? PEDAZO DE MEDIOCRE APROVECHADOR —La embriaguez era lo único que impedía a Gastón acercarse a gritar a Arturo en la cara, y a la vez la única razón por la que tenía el valor de encararlo.

—Más que tú en sus últimos diez años, por lo bajo, mocoso malagradecido. Arturo jamás abandonó a nuestro padre, incluso en sus días de enfermedad, a diferencia tuya. Eso a pesar de no compartir su sangre, ahora retírate. —interrumpió María Isabel, dejando a su hermano atónito. Su expresión creciendo en perplejidad al observar presente además a Melina, la razón de su abrupto salto en la alta sociedad de Valtoria.

La señora Ferranza se disculpó con los señores Montclaire mientras el resto se llevaba a Gastón quién soltaba palabras cada vez más irreconocibles. Arturo hizo lo posible por mantener la compostura.

Melina se apoyó en una pared, conmocionada mirando al suelo, intentando procesar la escena que acababa de presenciar “¿Qué había sido eso?”, comenzó a reflexionar compungida. Y hasta que Bertrand Montclaire no acercó su mano a los ojos de la chica, para hacerla volver al mundo real, Melina, sumida en sus pensamientos, no se dio por enterada de que el hijo de los anfitriones se encontraba —con su clásica cara de aburrimiento y actitud de hastío— al lado suyo, recostado en la pared al igual que ella.

—¡Bert! ¡Querido! —saludó Melina al joven de contextura ancha, con el que había iniciado una amistad luego de la competencia de tiro del año anterior. El chico Montclaire sonrió sin perder su expresión, la que al parecer no era necesariamente de hastío constante, sino más bien su estado natural.

—Dos cosas. Primero, tu tío es un imbécil.

—Solo está demasiado borracho, Bert… —El problema, y a la vez la gracia, de Bertrand Montclaire era que debido a su escasez de expresiones faciales, interpretar la connotación de sus palabras resultaba a menudo difícil. Sin embargo la respuesta de Melina fue sincera, sintiendo algo de lástima por Gastón, por quién sentía admiración.

—Sí, claro. Y si está borracho siempre, es un imbécil siempre. —Bert se encogió de hombros— Pero ¡Espera! Me queda una cosa por contarte… ¿Quieres ver algo interesante? —El joven no esperó respuesta y con un gesto indicó a Melina que lo siguiese— Hemos de llegar antes de que finalice ¡Rápido!




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