Cinco Elementos. La Prisión para Magos de Valtoria.

XXVI. El trío de La Brecha.

 Damien, Elizabeth y Oliver habían logrado escapar hace muy poco de La Brecha. Después de meses de planearlo, y con mucha suerte, lograron evadir la constante vigilancia que separaba aquel abandonado lugar, de la urbe de Valtoria, cual paso fronterizo.

Como el límite menos custodiado —dejando de lado la zona central o “Zona de los Marginados”, que imaginaron, no sería muy distinta a La Brecha— era, justamente el más abandonado de la Valtoria urbana; La Zona de Los Barrios Populares, este fue el destino del trío de chicos al lograr pasar de un lado a otro.

Al intentar instalarse en los barrios populares, cayeron en cuenta de que su plan no había sido del todo perfecto, sobre todo en el “después de” sortear los obstáculos de seguridad. La ilusión por escapar de la vida de supervivencia constante en el centro de La Brecha, había alimentado en los chicos una falsa idea de salvación del otro lado. No anticiparon que —como ya habían comprobado— la zona popular de Valtoria era, si bien de distinta manera, tan difícil y poco hospitalaria como la brecha.

Su siguiente gran error, fue justamente el —si se podía llamar así— orden, de la ciudad en sí. A pesar de que en los barrios populares se vivía de manera bastante miserable, se seguía una rutina y las personas tenían ciertas normas de comunidad. Lo cual, transformaba el renombre que se podían haber hecho en la Brecha para así sobrevivir, en una desventaja de este lado del paso. Lo que los hacía fuertes en la brecha los hacía marginales en Valtoria. Sobre todo a Damien, quién haciéndose fuerte a corta edad, no conocía de modales y sabía hacer pocas cosas más que pelear, a sus 15 años. Por último, el error más obvio, algo evidente a lo que no le dieron el peso necesario en sus cálculos iniciales, pero que ahora los dejaba de manos atadas era, claro, la presencia policial. Aun si los Barrios Populares no contaban con la mayor seguridad, ni infraestructura urbana para poder decir que se vivía en calma, no eran extraños las redadas en barrios donde se sospechaba podía haber terroristas, magos o fugitivos buscados. Y, lo cierto era que Damien, Elizabeth y Oliver, cumplían con al menos una de estas tres causas de persecución.

Por si fuera poco, al no poder acudir con tranquilidad a por ayuda de las fuerzas de orden, los tres niños quedaban expuestos a maleantes pequeños, asaltantes y cualquier tipo de aprovechador.

Con todo en contra, una casa de huérfanos no era opción, como tampoco lo era volver a la Brecha.

Así, en alerta y hambre constante, durmiendo en la calle, con solo el calor que se podían dar ellos mismos, el trío de huérfanos pasó sus primeros días. El punto crítico llegó, luego de que Oliver —el más pequeño de los tres— se las ingeniase para colarse en una bodega de almacén, de dónde tomó pan, fruta y queso, los que metió en un saco de alrededor de tres cuartos de su cuerpo y con ayuda de Damien, quien aportaba la fuerza muscular, llevó la bolsa llena a su refugio que no era más que una esquina con un par de tablones haciendo de techo.

A penas alcanzaron a comer cuando los encontró “Fantasma”, quién además venía con un grupo de aliados.

Damien había escuchado los rumores sobre fantasma, quién se suponía ayudaba a los desvalidos, haciéndole sentir gran admiración por aquel personaje. Enorme fue su decepción cuando el grupo de “Fantasmas”, requisaron sus cosas, y no contentos con eso se propusieron darles una lección “A ver si aprender a respetar las mercancías, lacras”, fue una de las frases más suaves que soltaron los sujetos.

La secuencia fue rápida pero intensa. Mientras dos de los compañeros de “Fantasma” tomaban la comida que los chicos habían conseguido, los otros tres —incluyendo al bandido famoso, con su cara cubierta— procedieron a propinarles “la lección”.

Damien se puso frente a los otros 2, dando cara a los cuchillos y el sable de “Fantasma”, tomando una barra de metal del suelo. El joven era fuerte y fornido, sus enemigos retrocedieron al comienzo, sin embargo rápidamente lo rodearon.

Si la misma situación ocurriese en la brecha, el trío de chicos pondría en plan su clásica estrategia de acción, con Damien yendo al frente, Elizabeth sanando sus heridas al instante y Oliver buscando un flanco para atacar puntos ciegos. Sin embargo en esta circunstancia, bastaba con que Elizabeth le curase un par de veces para que además de ser golpeados perdiesen a Elizabeth en una prisión para magos.

—Damien… No te preocupes por mí —había dicho la pequeña Elizabeth, animando a su amigo a defenderse. Sin embargo Damien incapaz de abandonarla, tiró la barra de metal al suelo y avanzó, con el plan de llevarse la culpa y el castigo en lugar de los tres. Un golpe en la boca del estómago alcanzó a recibir, cayendo al suelo de rodillas, le sorprendieron los segundos que pasaron sin recibir más castigo. Escuchó un par de gritos ahogados, y levantó la cabeza.

Damien vio entonces, a un hombre de quizá 1.80 centímetros de altura, figura atlética y cara tapada, guardando un estoque. Este recogía la comida que les había sido arrebatada previamente y la devolvía al trío de chicos.

“Fantasma” y sus compañeros yacían inconscientes en el suelo, y un nuevo “Fantasma” apoyaba una rodilla en el suelo en señal de reverencia a los chicos, procediendo a quitarse la máscara.

—Tú… ¡Usted! ¡Usted es el verdadero! ¡Fantasma es real! —dijo entusiasmado el mayor de los tres chicos de La Brecha, con los ojos humedecidos. Damien hizo lo posible por inclinarse aún más bajo que su ídolo en gesto de total admiración.




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