Cinco meses para decirte adiós

*2*

Detuvo su bicicleta frente a la plaza.

Despues rio.

La había llamado fea. Ojos de lagartija. Y patas de gallina.

Cuando, vamos, ella era preciosa.

Con un rostro pequeño. Angelical. Y unos ojos grandes y separados, sí, pero dorados y dulces como la miel.

Se revolvió el cabello y bufó.

Era un imbécil.

Aunque ahora que lo pensaba fue lo mejor que pudo haber hecho. Así ella jamás querría volver a hablarle y él no se haría tontas ilusiones.

Porque qué podría ofrecerle él a una chica como ella, cuando sabía perfectamente lo que pasaría en cinco meses.

Había sido una locura pensar en acercarse a ella; le gustaba, sí. Y se había metido en su corazón desde aquella tarde en que la vio en el hospital, pero tenía que olvidarla.

Dejarla ir.




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