Sídney se sentía egoísta.
Sabía que su padre merecía ser feliz, pero en el fondo tenía la esperanza de que su madre regresara.
Que todo volviera a ser como antes.
—Cariño, podemos hablar —preguntó su padre.
Sídney se acomodó en la cama y asintió.
—Siento que tuvieras que enterarte de esta forma —musitó—. Quería decírtelo. Es solo que no sabía cómo.
—¿Hace cuanto que sales con ella?
—Dos años.
—¡Dos años! Y Adam ¿lo sabe?
—Sí, hace algunos meses.
—Hija, la amo.
Sídney lloró y mientras lo hacía, abrazó a su padre. Con fuerza, como si no quisiera soltarlo jamás.
Y su lloro se transformó en sollozo.
—¿También me abandonarás? —preguntó.
—Oh, cariño, por supuesto que no. —Levantó el rostro de su hija—. Adam y tú son mi vida. Jamás los abandonaré, Sídney. Jamás.
—Júralo.
—Lo juro.
Y eso fue suficiente para hacerla sentir más tranquila.