Sídney miró por la ventana y lo vio venir; vestía una camiseta negra y un gorrito tejido que dejaba a la vista algunos mechones de su cabellera.
Se miró en una vez más en el espejo y se aplicó brillo labial.
Despues corrió escaleras abajo.
—Hola —dijo.
—Hola.
—Trajiste tu bicicleta.
—Eh, sí. Es que Lore no es que viva muy cerca, y la verdad no tengo ganas de caminar.
—Ya.
—Sube.
Se sentía tan nerviosa que si Nick le llegaba a preguntar algo, ella simplemente no podría responderle sin que la voz le temblara.
El recorrido a la casa de Lore se hizo eterno. Aunque no le importó. La verdad era que ella no tenía ganas de llegar.
Pasaron la tarde haciendo la parte teórica del proyecto, y de regreso ella y Nick se vinieron caminando.
—¿Y el cachorrito cómo está? —preguntó Sídney.
—¿Lagartija?
—¡¿Lo llamaste lagartija?!
—Sí, es que tiene ojos grandes...
—¡Sí, sí, ya sé cómo tienen los ojos las lagartijas! No tienes que repetírmelo.
Él rio.
—Nah —dijo Nick—. La verdad es que lo llamé Terry.
—Es un nombre muy bonito.
Se detuvieron en la floristería.
—¿Quieres verlo?
—Bueno.
Y, sorpresivamente, la tomó de la mano, guiándola adentro de la floristería.
—Nick. —la voz de una mujer lo detuvo.
—Ma.
—No presentas.
—Claro, ella es Sídney. —Le soltó la mano—. Una amiga.
—Hola, linda, bienvenida —dijo la madre de Nick.
—Gracias, señora. Muy bonita su floristería.
—Se hace lo que se puede. —Miró a su hijo—. ¿Ya comiste, bebé?
—Ay, ma, no empieces. Vamos, Sídney —dijo Nick, llevándola al departamento que quedaba sobre la floristería.