Nick abrió la puerta de su habitación.
—¡Eh, Terry!
El cachorrito meneó la cola y él lo acarició.
—Hola, Terry. —El perro le gruñó.
—Es una amiga, Terry. —Nick tomó la mano de Sídney y la guio hasta el lomo del perro; lo acariciaron juntos.
Sídney miró a Nick.
Él le sonrió.
Despues soltó su mano para que ella lo acariciara sola.
Terry se dejó.
—Para ser un hombre, eres bastante ordenado —comentó Sídney, buscando algún tema de conversación.
—Algo. ¿Quieres ver tele?
—Bueno.
Nick encendió el televisor y lo dejó en MTV.
—No pensarás ver la televisión de pie, ¿verdad? —preguntó él—. Siéntate.
—Okey. —Se sentó a su lado, en el borde de la cama.
Luego se quedó viendo fijamente el televisor, aunque sabía perfectamente que Nick la estaba mirando.
—Sídney.
—¿Sí? —se giró.
Nick posó una mano sobre su mejilla y la acarició.
Su mano olía a flores.
Ella recorrió su rostro con la mirada; su mandíbula un tanto cuadrada, las pequitas sobre su nariz y su boca de caramelo.
Despues cerró los ojos y sintió el rocé de su nariz sobre la suya.
Esperó.
Y esperó.
Pero el beso no llegó.
—Mejor te llevo, se está haciendo tarde —dijo Nick, y la magia se esfumó.