Nick no podía dejar de mirarla.
Esa tarde, en el festival de adopción que habían hecho en el centro, ella se veía preciosa.
Los ojos le brillaban como lucecitas en la oscuridad.
En su oscuridad.
Y su sonrisa, al final del túnel en que se había convertido su vida, era de las tantas cosas que no quería olvidar.
—Qué bueno que le conseguimos hogar a todos esos perritos —dijo Lore, sonriendo.
—¿Qué les parece si celebramos comiendo helado hoy en la noche? —preguntó Sídney.
—Genial.
—No, yo no puedo —dijo Nick.
—Pero, Nick —se quejó Sídney.
—¡Que no puedo!
—Bien, lo siento. Tampoco te molestes —dijo Sídney.
—No, no estoy molesto. Olvídenlo, ustedes no lo entenderán. Nos vemos después.