Sídney se hizo espacio entre el campo de flores.
—¿Y es legal estar aquí? —preguntó.
—La verdad me da igual. Nunca me han dicho nada —contestó Nick.
—Nunca había visto tantos girasoles juntos en mi vida. —Aspiró el perfume de una flor; olía como las manos de Nick—. ¿Sabías que los girasoles siguen el movimiento del sol?
—Algo había escuchado.
La tomó de la mano y la condujo hasta un lugar abierto.
Se acostaron en el piso y miraron el cielo.
—¿Qué piensas estudiar cuando termines el colegio? —preguntó Nick.
—Quiero ser médico como mi papá. ¿Y tú?
—Nada.
—¿Nada, Nick? ¿Cómo que nada? ¿No vas a estudiar?
—No podré... Es complicado, Sídney.
—Explícamelo.
—No quiero hablar de eso ahora.
—Bueno.
Ambos se miraron.
En silencio.
Sídney se dejó llevar por un impulso y esa vez fue ella quien acaricio su mejilla.
—Me gustas —dijo ella.
—Tú también.
Y allí, bajo un cielo salpicado de colores pasteles, se besaron por primera vez.