La noche cayó sobre el pueblo con una rapidez inquietante. Las luces de la casa Herondale se apagaron, dejando el hogar sumido en la oscuridad. El viento azotaba con furia las ventanas, haciendo que los cristales vibraran, como si la propia casa respirara con un pesar antiguo.
Alina y Mariela, aún temblando por el encuentro con Aurelian, se refugiaron en la habitación que compartían. La casa parecía observarlas desde cada rincón, las sombras se alargaban como dedos oscuros que intentaban alcanzarlas, sujetarlas, engullirlas.
- ¿Qué fue eso? - susurró Mariela, su voz apenas audible en la quietud de la habitación.
Alina, sentada al borde de la cama, frotaba sus brazos como si intentara deshacerse de la sensación de frío que la había invadido al entrar en contacto con Aurelian. No podía dejar de pensar en aquellos ojos vacíos, en la expresión de desesperación que había reflejado su rostro, como si estuviera pidiendo auxilio, pero al mismo tiempo, deseando que ellas se alejaran.
- No lo sé...- respondió Alina, mirando al vacío, como si las sombras pudieran responderle -Pero no fue real. No puede serlo.
A pesar de sus palabras, su voz temblaba, y en lo profundo de sus ojos brillaba una incertidumbre que Mariela no podía ignorar.
Mariela se levantó de la cama con pasos lentos, casi mecánicos. La sensación de ser observada era asfixiante. Todo a su alrededor parecía estar vibrando con una energía oscura, como si la casa misma estuviera viva, observando, esperando.
Se acercó a la ventana, la cual estaba cubierta por gruesas cortinas de terciopelo que, al tocarlas, crujieron como una advertencia. El exterior, iluminado débilmente por una luna llena, parecía infinito, un mar de oscuridad y sombras que las rodeaba.
- Alina...- Mariela habló de nuevo, sus palabras llenas de una quietud ominosa. - ¿Sientes eso? Como si... como si algo estuviera en el aire, observándonos, esperando...
Alina se levantó y se acercó a su hermana.
- No estás bien - dijo con un tono que intentaba ser firme, pero que también traía consigo una inquietud no resuelta. - Estamos cansadas. El viaje, esta casa... debe ser el estrés, nada más.
Mariela la miró, pero no dijo nada. Sabía que Alina lo decía por su bien, para calmarla, pero la sensación en su pecho no desaparecía. No era cansancio lo que sentía. Era algo más, algo profundo.
Algo que nunca había experimentado antes. Un miedo visceral que no podía explicarse con palabras. Un vacío, un abismo de lo que no se veía, pero se sentía. Como si la casa estuviera succionando la luz, la calidez, la esperanza misma.
De repente, un crujido resonó desde el pasillo, seguido de un leve sonido metálico. Un hilo de tensión recorrió la columna de Mariela, su respiración se aceleró.
El sonido venía de la parte superior de la casa, de donde estaba la habitación de Aurelian. Pero, ¿por qué escucharían algo proveniente de ahí? Aquel joven, aquel ser atrapado en la oscuridad, no debía estar cerca, no después de lo que había ocurrido.
Alina también lo oyó.
- ¿Qué fue eso? - preguntó, sus ojos inquietos. - ¿Deberíamos ir a ver?
Mariela asintió, aunque sabía que lo que sentían no era simple curiosidad. Era un impulso, una necesidad casi instintiva de adentrarse más en la oscuridad, como si algo los llamara, algo que no podían entender. Ambas se miraron brevemente, el miedo reflejado en sus ojos, pero no dijeron nada. No había vuelta atrás.
El pasillo estaba tan oscuro como el pozo más profundo. Las sombras danzaban en las paredes, se estiraban, se retorcían, y parecían moverse con una voluntad propia. Los pasos de las gemelas resonaban como si fueran ecos, como si la casa estuviera devorando sus pasos uno por uno. Cuando llegaron a la escalera, el crujido de la madera bajo sus pies se sumó al silencio mortal que las rodeaba.
Subieron con cautela, con el corazón latiendo frenéticamente en sus pechos. Los pasillos de la planta superior parecían interminables, como si se extendieran más allá de lo que los ojos podían ver. Alina miró hacia la izquierda, donde una puerta estaba entreabierta. Su respiración se detuvo.
- Allí - murmuró, señalando la puerta. - Escuché algo.
Mariela se acercó lentamente. La puerta se abrió con un sonido suave, como si estuviera esperando que la abrieran. Dentro, la habitación estaba vacía, o al menos, eso parecía a primera vista.
Pero la atmósfera era extraña, una pesadez que no se podía definir, como si el aire mismo estuviera viciado, cargado de presencias invisibles. Los muebles estaban cubiertos con sábanas polvorientas, y el silencio era tan denso que podría cortarse con un cuchillo.
Alina entró primero, seguida de cerca por Mariela. El piso de madera crujió bajo sus pasos, y la puerta se cerró suavemente detrás de ellas, como si la casa estuviera sellando su destino. Los ojos de Alina recorrían la habitación con una inquietud palpable, pero algo en la pared, algo que reflejaba la luz de la luna que entraba a través de la ventana, la hizo detenerse en seco.
Una figura apareció en la pared, proyectada de forma distorsionada. Era la sombra de un hombre, alta y delgada, que parecía moverse con el viento, pero más real que cualquier sombra que ellas conocieran. La imagen de la figura cambió, tomó una forma humana, con un rostro hermoso, pero tan pálido como la muerte. Aurelian.
Pero no era el Aurelian que ellas conocían. Este era un Aurelian distorsionado, retorcido, su cuerpo parecía una sombra que no pertenecía a este mundo. Un eco de él mismo, atrapado en el abismo.
- ¡No! ¡Vete! - gritó Mariela, dando un paso atrás, aterrada.
Pero la sombra continuó avanzando por la pared, como si no pudiera ser detenida. Alina extendió la mano, pero en ese momento, la figura desapareció, como si hubiera sido absorbida por la oscuridad misma.
El aire se tensó con una presión insoportable, como si todo el espacio estuviera tratando de aplastarlas. Mariela sintió que la mente comenzaba a nublarse, como si las sombras en las paredes se estuvieran apoderando de sus pensamientos.