La casa Herondale se había vuelto aún más opresiva después de la visita de la figura misteriosa, cuyos ecos resonaban en las mentes de las gemelas como un susurro en un laberinto sin fin. La niebla seguía envolviendo el pueblo, densificándose cada vez más con el paso de las horas, como si la misma tierra quisiera tragarlas.
El aire se sentía pesado, como si la atmósfera estuviera saturada de secretos que se negaban a ser revelados. Cada rincón de la casa parecía pulsar con una energía oscura que las observaba, las juzgaba, y las atraía hacia lo desconocido.
Alina caminaba de un lado a otro, incapaz de permanecer quieta. La visita de la figura aún la dejaba con un sabor amargo en la boca, un sabor de desesperación y temor que no la dejaba pensar con claridad. Cada palabra había golpeado su mente como un martillo:
La verdad es un veneno.
Algo en sus entrañas le decía que no debía seguir investigando, que debía salir de allí, huir tan lejos como pudiera. Pero otro sentimiento, más profundo, más oscuro, la mantenía anclada a este lugar. Sabía que tenía que descubrir la verdad, por Aurelian, por el pueblo... por ellas mismas.
Mariela estaba sentada cerca de la ventana, mirando la niebla que ya se había adueñado del pueblo por completo. Sus ojos estaban vacíos, como si estuviera mirando algo más allá de lo visible. La sensación de que algo la observaba nunca la había dejado, y el peso de la advertencia de la figura seguía pesando sobre su corazón.
- El pueblo está marcado...- murmuró Mariela para sí misma, sin apartar la vista de la ventana. - No es solo magia. ¿Qué significa eso, Alina? ¿Qué quiere decir con que 'el pueblo ya no es vida ni muerte'? ¿Qué estamos haciendo aquí?
Alina se detuvo frente a ella, incapaz de responder. Las palabras de la figura resonaban en su mente, pero no podía encontrar ninguna lógica, ningún sentido en ellas. Solo más dudas, más preguntas sin respuesta. Se sentó a su lado, tomando la mano de su hermana con firmeza.
- No lo sé - dijo finalmente, su voz vacilante. - Pero lo que sé es que no podemos quedarnos aquí esperando a que algo suceda. Tenemos que hacer algo. Si Aurelian está atrapado por la magia de su madre, si el pueblo está condenado, entonces tal vez... tal vez haya algo que podamos hacer para liberarlos.
Mariela la miró, y aunque sus ojos reflejaban una vulnerabilidad palpable, también había algo más: una determinación naciente. A pesar del miedo, de las advertencias y del terror palpable que sentían, algo las empujaba a seguir, a desentrañar el misterio que rodeaba tanto al pueblo como a Aurelian.
La noche había caído con una rapidez inquietante. La luna, oculta entre nubes oscuras, apenas iluminaba las calles del pueblo. Las gemelas se encontraban en la parte trasera de la casa, con la mirada fija en la entrada al bosque cercano. El aire estaba impregnado de un frío penetrante, que se colaba a través de los muros y les recorría la piel como si fueran almas perdidas.
- Debemos ir al templo - dijo Alina de repente, su voz decidida - Es lo único que no hemos explorado, lo único que aún nos queda por ver.
Mariela asintió, aunque un escalofrío recorrió su columna vertebral. Había algo en ese templo que la inquietaba profundamente. Las antiguas leyendas que había oído de niña sobre el pueblo y la magia oscura que lo habitaba giraban en su cabeza. Las palabras del anciano, el guardia de las almas, resonaban en su mente:
- El templo guarda las respuestas, pero a un precio. La verdad puede ser más peligrosa que la mentira.
Sin embargo, la necesidad de entender, de encontrar una salida, de salvar a Aurelian, la impulsó a seguir adelante. El templo estaba más cerca de lo que esperaban, oculto entre los árboles que formaban un bosque oscuro y silencioso, donde ni siquiera la luna lograba atravesar las copas de los árboles.
Alina dio el primer paso, la niebla envolviendo sus pies, y Mariela la siguió de cerca, su respiración acelerada y su mente llena de preguntas. El viento, frío y húmedo, parecía susurrar entre las ramas, trayendo consigo ecos extraños que no podían entender.
La entrada del templo estaba oculta por una cortina de hiedra y maleza, como si la naturaleza misma hubiera intentado ocultarlo de los ojos de los curiosos. Cuando las gemelas apartaron las hojas, un aire pesado las golpeó, denso y antiguo, como si el tiempo se hubiera detenido en ese lugar.
La puerta del templo era de piedra negra, cubierta con símbolos extraños que no comprendían, y aunque no emitía sonido al abrirse, sentían como si una fuerza invisible les estuviera empujando hacia adentro.
Dentro, el templo estaba en ruinas, pero lo que más las desconcertó fue el altar en el centro de la sala, cubierto de cenizas y restos de velas quemadas. A lo lejos, en lo más profundo, se podía ver una estructura que parecía un círculo de piedra, marcado con más símbolos y runas que se entrelazaban con una fuerza casi tangible.
- Este lugar... lo reconozco- murmuró Mariela, pero Alina, al escuchar sus palabras, la miró confundida.
- ¿De qué hablas?
Mariela no respondió de inmediato, pero mientras observaba el altar, una sensación de reconocimiento la invadió. No sabía de dónde venía, ni por qué, pero la visión de ese lugar parecía familiar, como si hubiese estado allí antes, o como si algo en su interior supiera lo que sucedería a continuación.
El aire a su alrededor se volvió más denso, y un ruido bajo, sordo, comenzó a emanar de las paredes. Un temblor recorrió la estructura, y las gemelas se miraron, su miedo era palpable. Algo estaba despertando en ese templo, algo que no debía haber sido tocado.
-¡Mariela! - Alina gritó, pero antes de que pudiera reaccionar, la oscuridad del templo se volvió tangible.
Las sombras, de repente, se movieron con vida propia, extendiéndose hacia ellas, envolviéndolas en un abrazo de terror absoluto.
Mariela comenzó a sentir una presión creciente en su pecho, como si las sombras le estuvieran arrancando el aire, como si estuviera siendo succionada hacia el mismo centro del templo. Y entonces, una risa, baja y sibilante, retumbó en sus oídos. Una voz conocida.