Cinturón De Sombras

El Silencio del Sillón

La mansión de Lysia era un lugar de sombras y silencio, un refugio del que Aurelian nunca podría escapar. El gran salón en el que se encontraba estaba sumido en una oscuridad espesa, iluminada solo por el parpadeo débil de las velas que bordeaban las paredes de piedra.

El aire olía a cera derretida y a polvo antiguo, como si la casa misma estuviera ahogándose en su propio olvido. En el centro de la habitación, él permanecía inmóvil, atrapado en el sillón de terciopelo negro, que lo consumía poco a poco, un lugar de confort que, sin embargo, era la prisión más cruel que pudiera imaginar.

El cinturón mágico, colocado alrededor de su cuello por su madre, lo mantenía atado, su voluntad despojada de cualquier libertad. Los hilos de magia que se entrelazaban con la tela del cinturón penetraban su carne, sus nervios, y lo mantenían quieto, incapaz de moverse.

Su cuerpo era solo un espectro, un cadáver sin voluntad. Pero la peor parte era que, al mismo tiempo, el sillón mágico lo atrapaba en una prisión aún más sutil. La energía del sillón fluía en su interior, limitando cada movimiento, controlando sus pensamientos y deseos. Todo lo que Aurelian quería, todo lo que deseaba, se desvanecía, negado por la misma magia que lo mantenía vivo.

Cada vez que intentaba levantarse, el cinturón se apretaba con más fuerza, una presión insoportable que lo obligaba a permanecer en su lugar. No podía moverse. No podía escapar. El dolor era constante, un peso en su pecho, una presión en su mente.

Era una tortura silenciosa, implacable, como si su alma fuera desgarrada poco a poco por la magia de su madre, quien lo observaba desde el fondo de la habitación con una mirada que no era de amor, sino de posesión.

Lyra no era una madre común. Su amor era enfermizo, venenoso, un amor que se había transformado en algo más oscuro. Para ella, Aurelian no era un hijo; era su posesión, un objeto que debía ser suyo para siempre.

Y, mientras él dibujaba, en la quietud de la noche, con los ojos fijos en el papel, sentía cómo su alma se desangraba en cada trazo, cómo su mente se desmoronaba mientras su cuerpo permanecía inmóvil, atado, atrapado en la tela de araña de la magia que su madre había tejido a su alrededor.

- Dibuja, Aurelian - ordenaba Lyra, su voz suave, pero llena de un poder abrumador - Dibuja para mí, porque solo a través de tus dibujos puedo sentir que te tengo cerca. Dibuja y no dejes de hacerlo... hasta que lo que sea que queda de ti se derrumbe.

Aurelian apretó los dientes. ¿Hasta cuándo? Su corazón latía con fuerza, pero cada latido parecía más débil, más distante. Los trazos sobre el papel no eran suyos. No eran sus pensamientos. No eran sus sueños.

Solo podía seguir dibujando, como si su alma estuviera cautiva en cada línea que trazaba. El dibujo que había comenzado esa noche reflejaba un mundo que solo él podía ver, un mundo lleno de grietas y sombras, de agonía y desesperación.

El dibujo en sí mismo era una aberración. No era un retrato, ni un paisaje, ni un simple esbozo de la realidad. Era su alma hecha tinta sobre el papel. Una figura de sombras que se arrastraba, que se doblaba en posiciones imposibles, cuyo rostro no era más que una máscara de sufrimiento, reflejando la angustia que él mismo sentía.

La figura se retorcía, como si su cuerpo estuviera siendo consumido por la misma oscuridad que lo rodeaba. Las manos, de dedos alargados y deformes, se extendían hacia el vacío, como si intentaran alcanzar algo más allá del abismo, pero nunca lo lograran. Los ojos, vacíos de expresión, miraban al espectador como un eco de desesperación, como si la figura estuviera atrapada, condenada a un ciclo eterno de dolor.

Aurelian sentía cómo la desesperación se filtraba en su cuerpo, cómo su alma se deshacía lentamente en cada línea, en cada sombra que formaba en el papel. Los ojos de la figura lo miraban, pero no lo veían. Eran sus propios ojos, sus propios miedos, sus propios deseos de escapar de la prisión. Pero era inútil. Todo era inútil.

En su mente, los pensamientos de las gemelas, Alina y Mariela, flotaban como ecos distorsionados. Los recordaba con claridad, recordaba la intensidad de su sufrimiento al verlas, las veía como figuras lejanas en sus recuerdos, como sueños que no podría alcanzar.

Deseaba poder ayudarlas, liberarlas de lo que él sabía que estaba por venir. Ellas no merecían esto. No merecían ser parte de esta maldición que se cernía sobre él y sobre todo lo que tocaba. Si tan solo pudiera romper el cinturón, si tan solo pudiera deshacerse de la magia que lo tenía atrapado...

Pero la verdad, tan dolorosa como el hierro candente, se cernía sobre él: nada de lo que hacía podía cambiar su destino.

Cada vez que sus dedos trazaban una línea en el papel, sentía cómo el cinturón apretaba con más fuerza. La presión aumentaba, como si la magia oscura lo estuviera arrancando de su ser, arrancando cada pedazo de esperanza que quedaba en él. La frustración, el deseo de liberarse, lo empujaban al borde de la locura. No podía soportarlo más.

Un susurro resonó en su mente, como un eco lejano, como una voz suave que venía desde lo más profundo de su ser, más allá de la magia que lo dominaba.

- Aurelian...- Era su propia voz, distorsionada y quebrada. - No puedes rendirte. No puedes...

Pero incluso mientras pensaba eso, el peso de la magia oscura lo dominaba. La necesidad de seguir dibujando, la necesidad de obedecer a su madre, se apoderaba de su cuerpo, forzando su voluntad a someterse. Aun cuando quería rebelarse, a pesar de todo lo que había sufrido, no podía.

Lyra lo observaba, sentada en su silla, una figura distante en la penumbra, rodeada por la luz vacilante de las velas. En sus ojos, había una mezcla de placer y ansiedad. Para ella, verlo dibujar era su verdadera pasión. Para ella, Aurelian no era más que un objeto de deseo, algo que nunca podría dejar ir.

No podía imaginar un futuro en el que su hijo estuviera libre, porque sin él, se quedaría sola. Había perdido a Selene, su hermana gemela, hacía cuatro años, cuando el cinturón mágico que ambas compartían se rompió, liberando a Selene de su control. Lyra no permitiría que Aurelian le hiciera lo mismo.




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