Cinturón De Sombras

La Luz de la Esperanza I

La Pesadilla del Pueblo

El pueblo de Lysia parecía un lugar suspendido en el tiempo, atrapado entre los grises muros de una historia olvidada, donde cada rincón respiraba una tensión palpable. Las calles, bordeadas por casas viejas de madera y piedra, estaban desiertas.

No se oía ni el susurro de la brisa, ni el crujir de las hojas movidas por el viento. El silencio era tan denso que parecía que el mismo aire los observaba, esperando algo, como si todo estuviera a punto de estallar en cualquier momento.

Alina y Mariela, después de haber pasado noches en vela sin poder conciliar el sueño debido a la incomodidad del pueblo, finalmente decidieron salir de la mansión Herondale una vez más y explorar sus alrededores. El ambiente era inquietante, todo en el pueblo parecía teñido por una niebla espesa que persistía aún cuando el día comenzaba a desvanecerse.

El pueblo entero estaba inmerso en una atmósfera que parecía estar a punto de engullirlas, un lugar que se sentía extraño, incomprensible. Todo parecía fuera de lugar, como si el tiempo mismo se hubiera detenido.

— ¿Sientes eso, Mariela? — preguntó Alina en voz baja, su mirada fija en la calle desierta frente a ellas. Mariela la observó y asintió con cierto temor.

— Sí, como si el aire estuviera… más pesado. Como si todo nos estuviera observando.

Alina frunció el ceño, un escalofrío recorriendo su espalda. La sensación era tan intensa que parecía provenir de lo más profundo de la tierra. Algo en el pueblo no estaba bien. Algo estaba vivo de una manera que no podían entender, y las palabras de Aurelian resonaban en su mente:

No están a salvo aquí…

Mientras caminaban por las calles desiertas, los habitantes del pueblo las observaban desde las ventanas, con miradas furtivas, pero nunca hacían un solo movimiento. Las casas, aunque aparentemente tranquilas, daban la sensación de ser sombras vacías, esperando a consumir a aquellos que se atrevían a entrar.

Cada rostro que las miraba parecía estar marcado por algo extraño, como si el lugar mismo hubiera tejido una red invisible que mantenía a todos atrapados.

—;¿Qué te parece, Mariela? ¿Por qué los habitantes se comportan así? ¿Qué es lo que saben? — Alina preguntó, su tono grave, como si intentara comprender el misterio que se cernía sobre el pueblo.

Mariela miró a su alrededor, sintiendo la presión del aire sobre su pecho, el peso de la mirada de cada aldeano como si no fueran observadas, sino perseguidas.

— No lo sé, pero es como si… el pueblo estuviera bajo una maldición.

Una figura del pueblo pasó a su lado sin siquiera dirigirles la mirada, una mujer mayor con un rostro ajado por los años y una mirada que parecía perdida en algún punto lejano. Alina sintió una punzada de inquietud al verla.

El rostro de la mujer no mostraba ninguna emoción, pero sus ojos parecían ocultar un conocimiento sombrío, algo tan profundo que solo podía venir de una vida sumida en el dolor y el miedo.

A medida que las gemelas avanzaban, el silencio del pueblo se volvía más insoportable, más opresivo. El misterio del pueblo era más grande que ellas, y sentían que cada paso que daban las acercaba más a un abismo insondable. La niebla se espesaba con cada minuto que pasaba, como si estuviera cobrando vida y las estuviera tragando lentamente.

Alina sentía una extraña conexión con algo más, como si hubiera una presencia detrás de ella. Algo que intentaba alcanzarla, que intentaba comunicarse. No era miedo lo que sentía, sino una sensación de desesperación inexplicable, como si estuviera conectada con alguien que sufría. A veces, la presión en su pecho aumentaba, como si alguien la estuviera llamando a través de un mar de oscuridad.

De repente, una ráfaga de viento helado atravesó la calle, y las hojas de los árboles comenzaron a moverse violentamente, como si una tormenta invisible se desatara de forma repentina. Mariela dio un paso atrás, alarmada, mientras Alina sentía cómo su mente comenzaba a nublarse. Una presencia crecía en su conciencia, algo que luchaba por salir, por llegar a ella.

Una voz.

No fue una palabra, no fue una frase. Fue una sensación, un susurro etéreo que la atravesó y la dejó sin aliento. Un llamado. Una angustia, algo que se mezclaba con el miedo y la desesperación. Aurelian.

—Alina…— La voz era débil, casi un susurro en su mente, pero sabía que era Aurelian. La magia blanca que sentía en su interior comenzó a arder como una llama resurgente. La conexión estaba ahí, y su dolor la estaba alcanzando.

— ¡Aurelian!— murmuró Alina, tocándose la cabeza, sintiendo una presión creciente. —¿Aurelian, eres tú?

Pero la voz no respondió. Solo quedó el eco, como si se hubiera desvanecido en la niebla. Mariela, al notar la expresión perturbada de su hermana, la miró preocupada.

— Alina, ¿qué pasa?

— Escuché su voz —Alina respiró profundamente, intentando calmarse, pero el sentimiento persistía. — Aurelian está cerca, Mariela. Él está llamando…

Mariela se sintió tensa al escuchar esas palabras, pero antes de que pudiera preguntar más, un sonido suave se hizo presente. El crujir de las ramas secas. Las gemelas giraron rápidamente hacia el sonido, solo para ver un hombre saliendo de la niebla.

Era alto, delgado, y vestía un atuendo sencillo pero que de alguna manera parecía fuera de lugar. Su rostro estaba marcado por una cicatriz que le cruzaba la mejilla y su mirada… su mirada estaba vacía. No parecía humano, sino algo vacío, algo que no pertenecía a este mundo.

— ¿Qué quieren aquí?

La voz del hombre era rasposa, como si hubiera estado en silencio durante demasiado tiempo.

Mariela sintió que su corazón latía con fuerza. Alina, sin embargo, se sintió atraída por la figura del hombre. Algo en su ser la llamaba. El hombre se acercó, y su paso era lento, casi predador. Cuando estuvo lo suficientemente cerca, su voz volvió a romper el silencio:




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