La Llama que No Se Apaga
Mientras las gemelas trataban de procesar el desconcierto de su encuentro con el hombre del pueblo, algo mucho más profundo sucedía dentro de Alina. Ella estaba cada vez más segura de que Aurelian estaba cerca, más cerca de lo que ella había imaginado. Su conexión con él, aunque débil, se había fortalecido de manera alarmante.
Sus pensamientos giraban en torno a él, y su desesperación la atravesaba, como un fuego. Aurelian estaba atrapado, pero la conexión que compartían a través de la magia blanca no era solo un puente entre dos almas, sino una cuerda de salvación.
El hombre del pueblo las observaba fijamente, pero Alina no podía apartar la mirada. La voz de Aurelian resonaba cada vez más fuerte en su mente, como si él estuviera intentando comunicarse, transmitiéndole su dolor a través de la telepatía, esa habilidad que había empezado a desarrollar, aunque nunca la había dominado completamente.
— Aurelian...— susurró Alina, pero esta vez no fue solo un susurro. Su voz resonó dentro de su propia mente, como una vibración profunda. — ¿Estás allí?
El hombre del pueblo comenzó a caminar hacia ellas lentamente, pero no era el hombre quien la preocupaba. Era la conexión con Aurelian, esa red invisible que parecía estar acercándose más y más a ella. Y cuando menos lo esperaba, una respuesta llegó. Fue breve, casi imposible de captar, pero Alina la sintió en lo más profundo de su ser:
Alina… Ayúdame. No puedo más…
Alina, abrumada por la intensidad de la respuesta, dejó escapar un gemido. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no podía detenerse. Aurelian la estaba llamando.
— Mariela… él está sufriendo, está pidiendo ayuda,— susurró Alina, sus manos temblando. —Debemos hacer algo.
Mariela no entendió la magnitud de lo que estaba sucediendo, pero vio el dolor reflejado en los ojos de su hermana. La magia blanca que Alina poseía, que ambas compartían, ya no era solo una protección. Era un llamado. Y ese llamado era más urgente que nunca.
El hombre del pueblo, al ver la reacción de Alina, dio un paso atrás, su rostro ahora deformado por una mueca de maldad.
—No pueden salvarlo,— dijo en un tono gélido, como si hablara de una tragedia inevitable.
Pero Alina, sin miedo, miró directamente a sus ojos y respondió con una resolución que nunca antes había sentido:
— Vamos a salvarlo. No importa lo que cueste.
Mariela la miró, con una mezcla de temor y determinación. Algo había cambiado en su hermana. La conexión con Aurelian había despertado algo en ella, algo que la llevaba a hacer lo imposible. Y en ese mismo momento, algo dentro de Alina se iluminó.
Un destello de luz blanca emergió de su pecho, como si su magia estuviera alcanzando su pico, guiándola hacia el lugar donde Aurelian se encontraba atrapado. La distancia, la niebla, los terrores del pueblo ya no importaban.
Aurelian la escuchó.
Y la luz de la esperanza comenzaba a brillar, incluso en la oscuridad más profunda.