Aurelian estaba sentado en su eterno prisión, el sillón de terciopelo negro que lo mantenía atrapado, su cuerpo y su alma sometidos a la magia oscura de su madre, Lyra.
El cinturón mágico apretaba cada vez más fuerte a su alrededor, un cinturón de sombras que asfixiaba sus pensamientos y que le robaba cada pedazo de libertad que aún quedaba en su interior. Cada línea que trazaba en el Block de dibujos era una marca de su sufrimiento, un grito mudo de su alma desgarrada.
El dibujo en sus manos ya no era solo una obra de arte forzada. Era su lucha. Aurelian comenzó a dibujar una figura, una figura que le era familiar, que la sentía en su interior como una luz que iluminaba la oscuridad en la que estaba atrapado.
Era Alina, la luz que brillaba en sus pensamientos, la fuerza que lo mantenía cuerdo en medio de la tormenta de desesperación y dolor. Cada trazo de su lápiz era un acto de resistencia, de rebelión contra el control que su madre, Lyra, tenía sobre él.
A lo largo de los días, mientras los bloques de dibujos se acumulaban a su lado, Aurelian comenzó a darse cuenta de algo extraño. A medida que su alma se fragmentaba, algo dentro de él no se quebraba, sino que se fortalecía.
La magia blanca, esa magia que le había sido heredada, crecía dentro de él con una fuerza que no entendía, como si cada trazo que dibujaba, cada línea que su lápiz tocaba sobre el papel, fuera un acto de potenciación. Lo más extraño de todo era que, mientras la magia oscura de su madre lo debilitaba, la magia blanca que él portaba, a pesar de su sufrimiento, lo estaba fortaleciendo.
Él sentía cómo su poder aumentaba, cómo su alma se alimentaba de la desesperación, pero al mismo tiempo, algo dentro de él empezaba a comprender la verdad.
— Para liberarme, debo sacrificarme."
El pensamiento lo atravesó como una flecha envenenada. Sabía lo que eso significaba. Sabía que si quería destruir el vínculo que lo ataba a su madre, la magia oscura, la única forma de hacerlo era a través de un sacrificio. Pero el sacrificio no solo lo liberaría a él.
Destruiría la conexión con la magia blanca, la única chispa de luz que aún lo mantenía en pie, que lo mantenía sano, que lo mantenía vivo.
El dibujo ante él comenzó a tomar forma, pero esta vez, la figura que representaba a Alina, su amor, se distorsionaba. Era como si su magia blanca estuviera construyendo una prisión de luz alrededor de la imagen, como si él mismo estuviera atrapado en su amor, en su sacrificio.
Sin embargo, a pesar de la confusión que sentía, se dio cuenta de algo crucial: su magia blanca no solo lo estaba protegiendo, sino que lo estaba volviendo más fuerte. Cada línea, cada trazo que hacía en el papel no solo lo acercaba más a la liberación, sino que lo convertía en un hechicero más poderoso de lo que había sido antes.
A medida que sus dedos temblaban, Aurelian sintió la presencia de la magia oscura de su madre acercándose más y más. El cinturón apretó más fuerte a su alrededor, y por un momento, Aurelian perdió el control. El poder del cinturón lo arrastró, y en la superficie de su mente, la lucha interna comenzó a volverse insoportable.
El control que su madre tenía sobre su cuerpo se intensificó, y Aurelian no pudo más. Su cuerpo temblaba, sus músculos se contraían, y las sombras que lo rodeaban intentaron devorarlo.
Pero en el último suspiro, una chispa de luz surgió en su interior. Era Alina. Era su amor. Esa conexión que compartían, aunque distante, era más fuerte que cualquier magia oscura. La luz de su corazón brilló con tal intensidad que la oscuridad retrocedió, por un momento, mientras Aurelian tomaba control de sí mismo.
— No puedo rendirme — se dijo a sí mismo. — No puedo perder esta lucha.
El lápiz siguió moviéndose, pero esta vez, los trazos eran más rápidos, más intensos. Alina aparecía en el dibujo con una claridad renovada, sus ojos brillaban con una intensidad que Aurelian nunca había visto antes.
Su magia blanca lo fortalecía, pero su alma estaba al borde del colapso. Sabía lo que debía hacer. Sabía que si quería liberarse, tendría que destruir la conexión con su madre, aunque eso significara perderse a sí mismo en el proceso.
De repente, una presencia sombría invadió la habitación. Lyra entró en el salón, sus pasos silenciosos, pero su mirada penetrante. Aurelian la sintió acercarse, y en su pecho, la presión del cinturón aumentó aún más. La magia oscura de su madre lo consumía, y él no podía hacer nada. No podía detenerse.
Lyra observó el dibujo de Alina, su rostro congelado en una expresión de furia. Los ojos de Aurelian no podían apartarse de ella. Sabía que lo había descubierto.
— ¿Qué es esto?— preguntó Lyra con voz baja, pero peligrosa. —¿Por qué dibujas a esa chica?
Aurelian intentó hablar, pero sus labios no se movían.
— Sí, madre — murmuró, pero sus ojos no podían mentir.
Dentro de él, la magia blanca palpitaba con fuerza, pero su madre no lo vio. No veía la batalla interna que Aurelian libraba. Solo vio una traición. Y el poder de la posesión creció aún más en ella.
Lyra avanzó hacia él, su mirada oscura penetrando hasta lo más profundo de su alma.
— Esa maldita ladrona no te apartará de mí, — susurró en su oído, su voz tan suave como el filo de un cuchillo. — No puedes huir, Aurelian. Eres mío. Me perteneces, y ella… ella solo es una ilusión.
Aurelian sintió su alma destrozada por esas palabras, pero al mismo tiempo, algo dentro de él se encendió. La magia blanca comenzó a vibrar con tal fuerza que sentía como si el aire alrededor de él estuviera ardiendo. Pero el control que Lyra tenía sobre su cuerpo se intensificó, y el cinturón apretó, haciendo que Aurelian cayera de rodillas, sin poder resistir el dolor.
Lyra se acercó a él, acariciando su rostro con una delicadeza perturbadora.
— No tienes a nadie más, Aurelian. Solo yo. Siempre fui yo.
Aurelian, con las fuerzas que le quedaban, levantó la vista, y por un momento, vio a Alina en su mente. Su luz. Era todo lo que él necesitaba, lo que lo mantenía con vida, lo que lo mantenía luchando.