El aire estaba pesado, cargado de una tensión palpable que parecía envolverlas. Alina y Mariela caminaron por el sendero empedrado que se adentraba aún más en el bosque cercano a la mansión Herondale.
La niebla se había espesado, cubriendo el camino a su alrededor como una manta gris que las devoraba poco a poco. Todo en el pueblo parecía estar imbuido por una magia antigua, peligrosa. Algo que acechaba en las sombras, esperando a atraparlas.
Alina, con el corazón acelerado y el cuerpo tenso, no podía dejar de mirar hacia atrás. Algo no estaba bien. El eco de sus pasos resonaba en la quietud, demasiado fuerte, como si el bosque estuviera escuchando cada uno de sus movimientos. Mariela caminaba junto a ella, pero su expresión reflejaba una preocupación similar. El aire estaba denso.
- Algo se aproxima, Alina,- susurró Mariela, con voz temblorosa. - No me gusta esto.
Alina asintió, sintiendo una presión creciente en su pecho, como si una sombra las estuviera siguiendo. Y, de repente, lo escucharon. Una risa. Primero suave, casi como un susurro, pero luego, más fuerte, más clara. Era una risa infantil, que parecía resonar desde todos los rincones del bosque. No sabían de dónde venía, pero la sensación era clara: las observaban.
-¿Qué... qué es eso?- Mariela se detuvo en seco, mirando alrededor, los ojos inquietos.
Alina giró la cabeza, sus sentidos alertas. Las risas eran inquietantes. Eran alegres, pero desquiciadas, como las carcajadas de un niño, pero algo en ellas no sonaba natural. Eran alocadas, llenas de una oscuridad malévola, como si el niño que reía no estuviera jugando, sino burlándose de ellas. Una presencia maligna las acechaba.
-Mariela...- Alina murmuró, su voz quebrada por el miedo. - No estamos solas.
La risa comenzó a crecer, más fuerte, más estridente, como si el niño estuviera corriendo alrededor de ellas. Las carcajadas parecían provenientes de todos lados, rebotando en sus mentes, haciéndolas dudar de la realidad.
El sonido era insoportable. Cada vez que Alina pensaba que la risa venía de un lado, de repente la sentía venir desde otro. Era como si el niño estuviera dentro de sus cabezas. El sonido de los pasos del niño resonaba a su alrededor, agudos, como si estuviera jugando con ellas, persiguiéndolas. Pero no lo veían. Solo oían su risa.
- ¿Qué está pasando?
Mariela se dio vuelta rápidamente, como si esperara ver al niño detrás de ella, pero no había nada. Nada visible.
El bosque estaba ahora completamente envuelto en la niebla, y las sombras parecían alargarse, estirándose hacia ellas como manos invisibles que las rodeaban. La risa infantil continuó, ahora acompañada por un sonido más profundo, como si el niño estuviera saltando y corriendo alrededor de ellas, tocando su piel.
El viento comenzó a soplar más fuerte, las hojas crujían bajo sus pies, y las carcajadas retumbaban en su cabeza, distorsionándose, ąmezclándose con sus propios pensamientos, volviéndose cada vez más caóticas.
Alina cerró los ojos, buscando centrarse, pero el sonido no dejaba de atacar su mente. Su respiración se aceleró. ¿Por qué no podían ver al niño? ¿Qué era lo que estaban escuchando?
La sensación de estar atrapadas en un juego cruel no la dejaba. Sabía que algo estaba manipulando sus mentes, jugando con ellas, pero no podía comprender qué era. No podían ver la amenaza, solo podían oírla. La risa retumbaba en sus cabezas como un eco sin fin.
De repente, Mariela gritó, cubriéndose los oídos.
- ¡ALINA!-Su voz se quebró, desesperada. - ¡NO PUEDO SOPORTARLO MÁS!
- Mariela...
Alina la miró, pero su hermana ya no la veía. Su mirada era vacía. La magia oscura estaba invadiendo su mente, controlando su percepción. El niño no estaba solo en su cabeza. Lo que la risa hacía era mucho peor que solo atormentarlas: las estaban fragmentando.
Estaba abriendo grietas en su sentido de la realidad, desmoronando su cordura lentamente. Era como si las risas las estuvieran arrastrando a un lugar donde ya no podían confiar en lo que veían o escuchaban. El bosque, el aire, el sonido, todo se desintegraba.
Mariela cayó de rodillas, su rostro desfigurado por el miedo y la angustia.
- ¡¿Por qué lo escucho?! ¡¿POR QUÉ?!- su voz era un susurro desesperado. - ¡No... quiero oírlo más!
Alina trató de abrazar a su hermana, pero la niebla comenzó a espesarse aún más, empujándolas hacia el suelo. La risa seguía, y las figuras sombrías que se formaban a su alrededor no las dejaban moverse.
Cada paso que daban se volvía más pesado, como si el aire las estuviera tragando. Estaban atrapadas, prisioneras de una ilusión creada por la magia oscura.
- ¡¿Qué es esto?! ¿Qué nos están haciendo?
Alina gritó, su voz temblorosa, pero la niebla parecía succionar sus palabras, distorsionándolas hasta que su propia voz se apagó.
- ¡Mariela! - Alina la sacudió con desesperación. -¡Despierta! ¡Debemos salir de aquí
Pero Mariela solo la miraba, los ojos vacíos, como si ya no estuviera allí. Las carcajadas se desvanecieron, pero ahora la mente de Alina estaba llena de un silencio inquietante. El mundo a su alrededor comenzaba a desmoronarse.
El suelo bajo sus pies se desvaneció, y ella cayó, sumergiéndose en un abismo. Pero cuando pensaba que todo había terminado, una chispa brilló en su mente, una chispa tan intensa y pura que iluminó la oscuridad. Era la magia blanca. Era Aurelian.
- Alina...- La voz resonó en su mente, una conexión clara, una luz que nunca había sentido tan fuerte antes. Aurelian estaba allí, luchando con ella.
Con un esfuerzo sobrehumano, Alina se levantó, tomando la mano de Mariela, y mientras la magia oscura intentaba tomar el control de su mente, ella se concentró en la chispa de luz que Aurelian le había dado. No podían rendirse. No podían dejarse consumir por la oscuridad.
El Llamado del Sacrificio
Aurelian estaba atrapado en la prisión de su madre, el cinturón apretando su cuerpo, inmovilizado por la magia oscura que lo rodeaba. Su mente gritaba por libertad, pero el control sobre él era absoluto. El dibujo en sus manos ya no era solo una tarea impuesta. Era una expresión de su alma.