Cinturón De Sombras

El Juego de las Sombras

La mansión de Lyra se alzaba imponente ante las gemelas, sus enormes puertas de roble oscuro parecían tragarse la luz que aún quedaba del atardecer. Las columnas que flanqueaban la entrada eran como centinelas sombríos, y el aire estaba cargado con una opresiva quietud que parecía gritar en silencio.

La niebla ya se había disipado, pero la sensación de que algo peligroso acechaba en las sombras no se desvaneció con ella. El suelo bajo sus pies crujía a cada paso, resonando como si la mansión misma estuviera viva, escuchando cada uno de sus movimientos.

Alina y Mariela avanzaron por el umbral de la mansión, cada una con la mano de la otra entrelazada, apretada con fuerza. El miedo era palpable en ambas, pero era más que un miedo físico. Era la sensación de enfrentarse a algo mucho más antiguo y maligno que cualquier enemigo tangible.

Lyra. La hechicera que había manipulado a Aurelian, su madre, la que había convertido a su hijo en un prisionero en su propio cuerpo, atado por un cinturón mágico que lo mantenía bajo su control absoluto.

Alina miró hacia su hermana, su rostro marcado por la determinación, pero también por la sombra de duda.

— Mariela, debemos hacerlo. Si no lo hacemos ahora…

Mariela no dijo nada, pero sus ojos reflejaban lo mismo que sentía Alina. La presión de la oscuridad de la mansión era casi palpable, como si la propia casa estuviera tratando de aplastarlas, pero no podían rendirse. Alina había prometido a Aurelian que lo salvaría, y lo haría, sin importar el precio.

Las puertas se abrieron ante ellas, aunque no por voluntad propia. La magia de Lyra ya estaba en el aire, una presión invisible que las rodeaba. La entrada al salón principal estaba bañada en sombras densas, y el aire se sentía extraño, casi como si fuera más pesado que el resto del mundo. No estaban solas.

Cuando cruzaron el umbral, Lyra estaba allí. De pie en el centro del salón, como si estuviera esperando su llegada. Sus ojos se fijaron en las gemelas con una intensidad fría y letal.

La hechicera parecía una estatua en su vestido oscuro, casi espectral, como si fuera parte de la misma mansión que las rodeaba. Los destellos de magia oscura brillaban fugazmente en sus manos, como si estuviera probando la atmósfera.

— Así que finalmente han venido, — dijo Lyra, su voz suave, pero con un retumbar de poder latente. — ¿Creían que podrían quitarme a Aurelian tan fácilmente?

Alina y Mariela no respondieron. La atmósfera era demasiado cargada. El peso de la magia oscura era abrumador. A pesar de que las gemelas poseían una magia blanca poderosa, el control de Lyra era inmenso. Alina apretó la mano de su hermana con más fuerza, sabiendo que este enfrentamiento sería lo más difícil que jamás hayan enfrentado.

Lyra avanzó hacia ellas con pasos medidos, su rostro lleno de una arrogancia palpable.

— Creían que podría ser tan fácil, ¿verdad? — La risa en sus palabras resonó con un eco siniestro. — La última vez que dos gemelas trataron de salvar a Aurelian, casi lograron destruirlo. Pero esta vez será diferente. Porque Aurelian es mío.

Alina sintió la tensión en su pecho, un nudo de desesperación.

— No lo es, Lyra,— dijo con firmeza. — Aurelian no te pertenece. Nunca lo ha hecho. Él es una persona no un objeto.

Mariela se adelantó un paso, los ojos fijos en Lyra, pero antes de que pudiera pronunciar palabra alguna, la hechicera levantó la mano con una rapidez inhumana. La magia oscura se desató en el aire, una oleada de sombras líquidas que formaron figuras retorcidas, garras negras que comenzaron a envolverlas.

Alina no perdió tiempo. Con un grito de ¡NO!, levantó sus manos, liberando la magia blanca en una explosión de luz que disolvió las sombras momentáneamente. Sin embargo, Lyra sonrió, un gesto cruel que reveló una sombra de maldad absoluta.

La hechicera cerró los ojos y un resplandor oscuro, casi inhumano, surgió de sus manos. La magia oscura, mucho más poderosa que antes, se desbordó como un torrente negro, golpeando las paredes de la mansión.

— ¿De verdad crees que tu magia blanca puede contra la oscuridad que poseo?— La voz de Lyra se volvió grave, como un trueno. — Te equivocas, Alina Herondale. La magia blanca no tiene poder aquí. Este es mi dominio.

Alina intentó contrarrestar la energía oscura que se desbordaba hacia ella, pero la fuerza de la hechicera era demasiado. En ese mismo instante, una figura oscura emergió de las sombras, un monstruo que parecía estar hecho de las mismas sombras que invadían la mansión. La criatura se lanzó hacia Mariela con una velocidad terrible.

— ¡Mariela!— gritó Alina, pero el monstruo la atrapó.

Las sombras envolvieron su cuerpo, tirándola al suelo con una fuerza brutal. Mariela gritó, su voz llena de terror y desesperación. Las sombras comenzaron a asfixiarla, cubriendo su rostro, nublando sus pensamientos.

— ¡No! — Alina intentó usar su magia blanca para liberarla, pero la magia oscura de Lyra se había vuelto tan fuerte que sus hechizos se disolvían como si nunca hubieran existido.

Mariela se debatió, pero las sombras se aferraban a ella como si fueran lianas vivas, y la oscuridad la estaba consumiendo, bloqueando su respiración, asfixiándola.

— ¡Alina!— gritó Mariela, su voz distorsionada, — ¡No puedo…!

— ¡NO!

Alina luchó para llegar hasta su hermana, pero fue en vano. Lyra había sellado sus poderes. La magia oscura le impedía actuar. El control de la hechicera era absoluto.

— Es inútil, Alina.— Lyra susurró. —Tu hermana se está perdiendo, como lo harás tú también, si no entiendes que Aurelian es mío.

— ¡No lo es! — Alina gritó, — ¡Él no es tuyo! ¡Nunca lo será!

La magia oscura de Lyra la envolvió, cercándola, y las sombras comenzaron a devorarla. Pero en su desesperación, Alina desplegó toda su magia blanca, como nunca antes lo había hecho.

La luz comenzó a brillar, intensa, pura, ardiendo como el sol. Las sombras intentaron suprimirla, pero la magia blanca se expandió.
Fue entonces cuando Lyra dejó escapar una sonrisa fría.




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